Corruptí

Benjamín Fernández Bogado – www.benjaminfernandezbogado.wordpress.com

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La artesanía de ñandutí debe en realidad sus orígenes a un tejido original de las Islas Canarias (España) a la que dimos denominación de origen con la palabra en guaraní que significa: tela de araña o aureola de araña.

Lo cierto es que ha sido noticia en la semana debido a la habilitación de un viaducto que puede alzar sin rubor alguno la denominación de mamotreto y que parece representar una de las miles de formas con que la araña de la corrupción realiza su labor entre nosotros. En este episodio están metidos un pastor protestante devenido en ministro, el cuñado del presidente y un veloz como voraz contratista capaz de vender desde goma de mascar hasta aviones al Estado.

Si le pidieran que definiera las características de su empresa diría: vendedor al Estado. Es un extraordinario negocio en un país donde el gobierno compra bienes y servicios por un valor superior a los 6 mil millones de dólares por año y en donde con que se ajusten a una corrupción “moderada” la tela de araña capturaría unos 600 millones de dólares anuales. Con que una empresa ágil y bendecida en la jaculatorias cristianas y de la mano de un cuñado presidencial se alzara con el 1% estaríamos hablando de 60 millones de dólares al año. La carrera presidencial está por los 20, con lo cual el inversor se asegura por año tres veces más la suma arriesgada por año. Esto es lo que podríamos llamar la corruptí o la tela de araña de la corrupción.

Algunos denominan a todo esto: el sistema. La cuestión es detectar los negocios del Estado, tener unos ojos y oídos del corrupto al interior del “ogro corruptor”, organizar una gavilla, bendecirla por alguna asociación pentecostal o masónica y asaltar las arcas públicas. No se requiere mucha imaginación.

El plato está servido. Los contratistas de obra solo preguntan el nuevo número de la cuenta bancaria donde se depositará el monto y si se lo hace en forma física, en qué tipo de bolsa llevará el efectivo y a quiénes deberá ser repartido.

No hay hasta ahora nadie que se haya opuesto al corruptí, como nadie se anima a denunciar su formula y operadores. Si lo hace insinuándola, como el director de obras del MOPC, el arquitecto Kronawetter, le tocará ser apartado del cargo mientras los operadores más duchos y veteranos se encargarán de encontrar sus múltiples errores y faltas para sepultar la denuncia de posible corrupción en las permanentes visitas al ministerio del cuñado presidencial y del mayor facturador de servicios al Estado. Si el ministro es de la misma iglesia, se encontrarán los domingos para agradecer a Dios los servicios proveídos, dejarán algo para el óvolo y celebrarán con salmos y alabanzas los recursos públicos capturados.

La corruptí alcanza a todos, incluso a aquellos que se habían escandalizado antes de todo lo que ahora desde su posición de poder le toca administrar. Culpará a la realidad política, dirá que nosotros no “entendemos cómo se hace política en Paraguay”. Incorrecto, lo sabemos muy bien y padecemos sus costos en mala educación, salud, seguridad, rutas y mucha corrupción.

Lo del mamotreto de viaducto croché –porque no es ñandutí– es simplemente la punta de un iceberg que cuando se examinen las demás obras asignadas podemos terminar llorando como lo hizo Wiens cuando comprobó la corrupción del Metrobús. A moco tendido, pero será tarde porque los nuevos corruptos harán olvidar a los viejos. Solo se frotarán las manos los abogados defensores, fiscales, jueces y pastores que lucrarán con los arrepentidos militantes de la corrupción. Estos, se sumergirán en piletas bautismales y proclamarán las bienaventuranzas del Señor. Claro, ya se imaginan lo que podría decir el de arriba.

La corruptí o la tela de araña de la corrupción atrapa todo a su paso. Funde la mejor de las expectativas, arrasa con la honra que dicen presumir algunos, hunden en el descrédito el sistema democrático y nos empobrece cada día más. El viaducto de croché, diría el filósofo de estos negocios, González Macchi: “zoncerarei” frente al descomunal robo cotidiano que no sabemos, pero lo padecemos.

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