Brasil y sus tres crisis

Por Alberto Acosta Garbarino Presidente de Den

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Alberto Acosta Garbarino

En los últimos años toda la prensa internacional puso su foco en las crisis de Venezuela y de la Argentina, mientras que pocos percibían que en un país mucho más grande y poderoso, también se estaba gestando una enorme crisis; ese país era el Brasil.

Impulsado por el liderazgo de un gran vendedor como Lula, el Brasil parecía ser una potencia regional transformándose en una potencia mundial. La organización del Mundial de fútbol, de las Olimpiadas y el reclamo de una silla permanente en el Consejo de Seguridad, reforzaban esa percepción.

El gobierno del PT parecía perfecto, porque lograba conciliar crecimiento económico con reducción de la pobreza. Al final del gobierno de Lula, el PIB del Brasil era el quinto del mundo, la inflación era baja y más de 30 millones de personas habían pasado a la clase media.

Lo que no se decía era que el crecimiento del Brasil se vio muy beneficiado por un entorno internacional muy favorable, que hizo que los precios de sus commodities se fueran por las nubes y que el ingreso de capitales fuera abundante y barato.

Lo que no se decía era que ese ingreso masivo de capitales hizo que el dólar se desplomara, ocasionando la destrucción de una parte de la industria brasileña.

Lo que no se decía era que producir en el Brasil era cada vez más caro, por los altos impuestos, por la falta de energía y por la falta de inversión en infraestructura.

Lo que no se decía era que a pesar de tener la mayor presión tributaria de la región, el Brasil había incrementado sus gastos sociales a un ritmo tan acelerado, que le ha ocasionado el actual déficit fiscal de casi el 6% del PIB, el doble de los países europeos que se encuentran en crisis, que tienen en promedio un déficit de solamente el 3%.

Pero nuestro vecino no solamente tiene una crisis económica, sino también presenta una grave crisis política, que va a complicar todavía más la ya difícil situación.

El modelo político brasileño instalado con el retorno a la democracia en el año 1985, es lo que se llama el “presidencialismo de coalición”, es decir, gobernar el Brasil solo es posible con una amplia base de apoyo en el Congreso.

Lo tuvieron casi todos los presidentes desde José Sarney para acá, con la única excepción de Collor de Mello, que quiso gobernar bastante solo y terminó siendo destituido.

Lula y Dilma llevaron esto al extremo, al construir la coalición más amplia y más diversa de todo el periodo democrático. La actual coalición del Gobierno lo componen diez partidos que van desde la extrema izquierda como el Partido Comunista hasta la extrema derecha como el Partido de la República.

El elemento que une a partidos tan diversos es el puro y duro cuoteo político, el prebendarismo y no pocas veces la corrupción.

Para dar cupo a sus aliados Lula amplió el número de ministerios de 18 a 36 y los casos de corrupción han sido constantes en los últimos años, como el mensalão en el pasado o el de Petrobras en la actualidad.

El problema político que tiene Dilma es que debe contar con el apoyo de esta “coalición” para aprobar medidas muy impopulares. Tiene problemas dentro de su mismo partido, para quienes ideológicamente la palabra ajuste es mala palabra. Pero también tiene problemas con los principales partidos de la coalición que quieren más cupos en el Poder Ejecutivo.

Por ejemplo: el PT, que tiene el 26% de las bancas del Congreso, tiene el 45% de los cargos en el Ejecutivo, mientras que el PMDB, que tiene el 23% del Congreso, tiene “solo” el 17% del Ejecutivo.

En ese laberinto político se encuentra Dilma, en medio de una grave crisis económica y con escándalos de corrupción, lo que está generando la peor de todas las crisis... la crisis de confianza.

Esta situación es una mala noticia para toda América Latina: en lo económico porque el principal mercado de la región va a estar deprimido por mucho tiempo, y en lo político porque en el medio de la crisis de Venezuela y Argentina, el líder natural va a estar muy debilitado.

El Paraguay debe prepararse para enfrentar esta realidad.

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