14 may. 2024

Cuando la ayuda hace daño

Un inspirado artículo del P. Jesús Montero Tirado, La ayuda a los campesinos, me convocó a aportar algunas ideas que complementan y refuerzan su punto de vista. La cuestión central es si la ayuda que ellos reclaman –condonación de deudas, disfrazada de subsidio– contribuirá efectivamente a solucionar sus crónicos y reiterados problemas. Justamente, la repetición de los mismos demuestra que las supuestas soluciones nunca lograron su objetivo.

Hay un concepto que me parece apropiado para describir este problema: se trata de lo que algunos llaman el altruismo patológico; es decir, aquellas acciones que con la intención de beneficiar a alguien, terminan perjudicándolo, y a la vez afectan al benemérito altruista. Un ejemplo extremo que se suele citar es el de la mujer que perdona una y otra vez el maltrato de su pareja, hasta que termina siendo asesinada por él.

Pero en el campo de la política y la economía se observan los mismos fenómenos. Los políticos, en general, están motivados por las soluciones a corto plazo, las que les servirán para conquistar votos en las siguientes elecciones, pero que nunca son definitivas y conducen a nuevos problemas. Esto se acentúa en época electoral, y es evidente que los dirigentes campesinos han pensado en ello, al decidir movilizarse en estos meses.

El Gobierno ha formulado una propuesta que es razonable, pero insuficiente: la de refinanciar las deudas, para que no queden fuera del sistema financiero como morosos. Es insuficiente porque la problemática campesina es que sus protagonistas practican una agricultura apenas de subsistencia, sin conocimiento técnico, con herramientas de la edad de piedra, sin acceso fluido a los mercados ni capacidad de negociación con los compradores.

Hay excepciones meritorias; sin embargo, en aquellos que forman cooperativas o que trabajan apoyados por productores privados o por empresas, con una agricultura más avanzada y productiva. Hay quienes cultivan soja, de esa manera, pero también hay quienes producen hierbas medicinales, yerba mate, frutas, sumadas a rubros como aves, huevos, leche, etc.

Esto implica que el gran desafío o dilema que tiene la agricultura campesina es modernizarse o perecer. Como señala el P. Montero, el Estado tiene la obligación de encarar la educación campesina con énfasis en la capacitación productiva. Pero también en esta área, el Estado exhibe su portentosa ineficiencia y fenomenal corrupción. Y es que, tanto para autoridades electas como para funcionarios, no hay incentivos hacia la eficiencia y la integridad.

En búsqueda de soluciones no hay que descartar la colaboración de la agricultura empresarial para la transferencia de conocimientos, tecnología y gestión en favor de la agricultura familiar campesina. Esto no solamente implicaría una modernización de la actividad, sino además dejaría sin razones a quienes atribuyen a aquella la ruina o desplazamiento de esta. De hecho, ya existen gremios productivos que trabajan en esta área, y los resultados son ampliamente más satisfactorios que los que obtiene la acción del Estado.

Es que la ayuda habitual de las entidades públicas no pasa de ser un salvavidas provisorio que no enseña a nadar, o un bombero que apaga incendios, pero que no combate sus causas. Lo que consigue es solamente mantener la dependencia de los campesinos –o de quienes sean los auxiliados según la ocasión– respecto a los poderes políticos, incubando futuros y más graves problemas.