Relaciones tóxicas y la muerte de mujeres

Por Gustavo A. Olmedo B. golmedo@uhora.com.py

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Recuerdo un documental en el que una joven afirmaba que no abandonaba a su pareja, que la golpeaba con frecuencia, porque estaba segura de que “nadie más la amaría”, y temía “quedarse sola”, decía. Una dramática expresión que tristemente es frecuente entre mujeres víctimas de maltrato físico. Una muestra del complejo problema de la autoestima.

Según datos difundidos recientemente por la Policía Nacional, alrededor de 3.000 pedidos de auxilio por violencia intrafamiliar ya se han registrado en el Sistema 911, en apenas 25 días del mes de enero pasado. Una cifra preocupante, más aún teniendo en cuenta que muchos de ellos, a la larga, pueden terminar en homicidio. De hecho, en el mes pasado, unas seis mujeres fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas sentimentales. Algo contradictorio.

¿Cómo un hombre llega al punto de utilizar la violencia permanente y hasta el extremo, con aquella mujer a la que incluso le unen unos hijos? ¿Por qué una persona llega a suponer que el maltrato físico y sicológico sistemático es una herramienta válida para enfrentar problemas familiares? ¿Cuál es el origen de tal comportamiento?

Queda claro que esta no es una problemática que pueda tratarse y solucionarse con la simple creación de leyes o la intervención del Estado, con sus fiscales, jueces y legisladores. Más allá de los casos patológicos graves, que son numerosos, muchos de los llamados feminicidios tienen su origen en relaciones afectivas tóxicas y marginales, alimentadas por la falta de valoración de uno mismo, la pobreza y la ausencia de padres o familiares cercanos –por ignorancia o imposibilidad–, así como por la falta de modelos de convivencia sana a los que aspirar.

Un joven que no tuvo la experiencia de un padre que trata con delicadeza y respeto a su madre, ¿cómo podrá proceder de manera distinta? Un chico que pocas veces vio a sus familiares enfrentar las diferencias con discusiones, pero sin agresiones, ¿cómo podrá actuar diferente? Porque una cosa es clara: en la vida los discursos éticos no bastan, necesitamos vivencias, experiencias para aprender.

A esto habría que agregar el poco favor que hacen los medios y redes sociales promocionando las relaciones afectivas, juveniles y adultas con el único criterio de la posesión del otro, facilitando así vínculos enfermizos que terminan anulando a las personas. Nadie se vuelve violento de la nada.

Para enfrentar esta realidad, necesitamos llegar hasta las raíces; allí donde se habla de cosas incómodas, como la educación en el noviazgo, el valor de la familia estable, el amor como responsabilidad y el uso de la educación como herramienta para la conciencia de la propia dignidad.

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