Profesores taxi: La odisea de irse de un colegio a otro para dar clases

Cargando con una pila de libros, cuadernos y una enorme cartera, la profesora Edith Ovelar camina a pasos apresurados para ingresar a su siguiente clase en el colegio Juan Ramón Dahlquist de la Chacarita.

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Catedrática. La docente Edith Ovelar llega a una de sus clases en el colegio Juan Ramón Dalhquist, donde enseña en la Escolar Básica y la Media.

Es catedrática de Ciencias Sociales y trabaja en cuatro instituciones educativas en total, dos de Fernando de la Mora –donde reside–, el Dahlquist, situada en uno de los rincones de la capital, y el Nacional de la Capital (CNC).

Su historia es similar a la de otros miles de docentes taxi, como se conoce a los maestros que andan de un colegio a otro, en busca de cubrir el máximo de horas cátedras posibles y llegar así bien a fin de mes.

Cuando le toca asistir al Dahlquist, se levanta a las 4.00, desayuna, se despide de la familia y corre hasta la avenida para tomar la Línea 26 en Fernando de la Mora. Una vez en el centro camina desde Azara hasta Manuel Gondra, la calle del local educativo, donde debe marcar entrada antes de las 7.00. Una odisea.

Economía, Antropología, Historia, Sociología y Ética son algunas de las asignaturas que enseña Edith Ovelar en los colegios donde tiene rubros. Se declara como docente taxi desde hace 23 años, cuando egresó del Instituto Superior de Educación Dr. Raúl Peña (ISE).

Complicado. Pese a sus años de experiencia en la docencia, la profesora comenta que es cada vez más difícil la tarea de enseñar. “Uno tiene que medir su tiempo porque tenés dos horas de clase en un lugar y después solo una hora para llegar a la siguiente institución. Mi clase termina en el CNC al mediodía y después tengo que volver a Fernando para enseñar en el otro establecimiento”, cuenta. El almuerzo: “Una empanadita aquí y otra, allá”, dice, y agrega que ya fue operada del estómago a raíz del estrés y la mala alimentación.

La maestra se muestra crítica con el sistema actual, que asegura hace aún más compleja su tarea. “No solo una enseña y corrige trabajos y exámenes. Ahora tenés que completar el RSA (Registro de Secuencia de Aprendizaje), el planeamiento de las clases y si no se cuenta con evaluador, tenés que registrar la frecuencia de aplazados, diferenciados en masculino y femenino”, reclama.

Asegura, no obstante, que no elegiría otra profesión.

“El Día del Padre me pasé corrigiendo exámenes mientras hablaba con mi papá”, cuenta como anécdota.

Salario. Con los rubros Z51, un educador gana G. 18.425 la hora cátedra y puede acceder a un máximo de 260 horas mensuales. Para alcanzar esta meta, la profesora Edith trabaja en los turnos mañana y tarde de lunes a viernes, y hasta el turno de la noche dos veces por semana.

Pero no todos los profesores aguantan las idas y venidas de un establecimiento a otro para enseñar a niños y jóvenes. La educadora Elizabeth Cardozo, catedrática del bachiller en Ciencias de la Salud, relata que luego de 12 años en el oficio decidió renunciar a los rubros que tenía en dos de los cuatro centros donde enseña. “Estaré en dos institutos y el resto del tiempo a otra cosa”, asegura.

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