Las valijas de Flores

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Graciela Ordóñez. Sicóloga social y profesora de enseñanza especial.

Mario Rubén Álvarez

El paradero de las valijas de José Asunción Flores había sido un misterio nunca resuelto. Los conocedores de la vida y la obra del creador de la guarania sostienen que en ellas hay valiosas partituras de guaranias y documentos desconocidos.

Al buscar las huellas de esas cajas de cuero, casi invariablemente se tropieza con esta respuesta: quedaron depositadas en el Juzgado de Morón (Provincia de Buenos Aires) cuando Juanita Flores, la hija del maestro, con problemas siquiátricos, tuvo que ser internada en un hogar geriátrico en la capital argentina.

Vayamos por parte. En primer lugar hay que determinar si tales valijas existieron o son nada más que fruto de las leyendas que se tejen en torno a una personalidad famosa. Para tener una respuesta a la pregunta nada mejor que recurrir a Eva García Parodi, la viuda de Carlos Federico Abente.

“Esas valijas quedaron en poder de Emilio Vaesken cuando murió Flores. Él le entregó a Juanita cuando ella fue a buscarlas”, sostiene la señora que a esta altura de su vida goza aún del privilegio de una envidiable lucidez. A ello hay que agregar lo que es una tradición en ella: su irrestricto apego a la verdad como testigo de primera mano de una parte relevante de la vida de la música paraguaya en Buenos Aires. Ella menciona que Juanita guardaba lo que llamaba su tesoro con un celo admirable. Y que la llave de la pieza donde se encontraba protegido lo que tanto mezquinaba llevaba siempre en la cintura.

La cosa es saber qué pasó con las valijas. ¿Es cierto que están en el Juzgado de Morón? Eva recuerda que tras la internación de Juanita, desalojada judicialmente de su casa, ella y Carlos se apersonaron en la sede judicial en la que podrían estar y allí no había nada. Entonces, ¿qué ocurrió?

Con las llaves en la cintura

La respuesta la dio Graciela Beatriz Ordóñez –sicóloga social y profesora de enseñanza especial– en la lluviosa y fría tarde del pasado 9 de mayo a este buscador de intimidades de la música paraguaya.

Su casa está frente a la esquina donde sobrevivía a duras penas Juanita en Argentina y Oro, Ramos Mejía, Partido de La Matanza, en el Gran Buenos Aires.

La docente cuenta que Juanita se desenvolvía en precarias condiciones. En el patio de su casa –que le compró su papá– había hecho una especie de rancho en el que se rodeaba de numerosos perros y objetos diversos, siendo su tarea más constante hacer fuego y quemar. Salía a la calle de vez cuando, a veces muy alterada porque decía que la perseguían, con su falda larga, su rostro y manos tiznadas. Le pedía hielo a la profesora en el verano e iba al almacén –donde los esposos Abente García le habían abierto una cuenta corriente–, a comprar, entre otras cosas, atún para sus canes.

“Tenía en la cintura sus llaves. Guardaba algo muy importante. De eso no había dudas. Hablaba de partituras. No decía nada más”, recuerda Graciela.

Y una siesta ocurrió lo peor. Como Juanita no había pagado los impuestos, la casa se había rematado. La nueva dueña tomó posesión de la propiedad y desalojó a Juanita. Ella fue llevada a la fuerza, en una ambulancia, al Centro Geriátrico Juncal, de Castelar. Los gastos de su estadía allí corrieron por cuenta de la Embajada de Paraguay. Esto ocurría en el 2001.

“Yo la acompañé en la ambulancia. Viajamos como una hora hasta un geriátrico muy lindo. Allí quedó ella. Fui a visitarla algunas veces. Quería volver a su casa”, rememora la docente.

“Al día siguiente de aquello, al amanecer, fue un desastre. Levantaron un paredón en la casa de Juanita. Había dos volquetes. Quemaban y tiraban todo lo que encontraban. Quemaron la choza. No vi que nadie llevara nada. Ojalá hubiesen estado enterados de lo valioso del tesoro de Juanita para que se pudiera preservar. No sabían nada de eso”, concluye Ordóñez.

Es de presumir que el fuego consumió las valijas de Flores. O, como basura, fueron arrojadas a un vertedero.

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