Jesús llega a tiempo

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Hoy meditamos el Evangelio según San Mateo 8,28-34. “Toda la ciudad vino al encuentro de Jesús y, cuando le vieron, le rogaron que se alejara de su región”.

Hemos llegado, con Jesús a bordo, a la otra orilla del mar de Galilea y le acompañamos hasta Gadara, tierra de gentiles. También allí el Señor quiere llevar la Buena Nueva, pues “Él no hace acepción de personas” (Siracida 35,13). Bien unidos a Él podemos ser testigos de las situaciones más impactantes: dos endemoniados furiosos ante la presencia inesperada de Jesús. Los demonios no conocen que Dios es Amor (1 Juan 4,16), ni saben que el Corazón de Jesús encarna ese Amor por toda la humanidad; pero sí reconocen en ese Hombre un exorcista implacable: muchos demonios ya se han sometido a Él. Y rabian de envidia cuando le ven defender a los hombres del poder maligno y vencer. No entra en sus planes que Jesús pueda recorrer kilómetros, atravesar mares y llegar “antes del tiempo” para expulsarlos.

La escena se nos muestra escalofriante: los hombres son liberados y en su lugar una piara de cerdos serán los nuevos poseídos. Eran animales considerados impuros en las leyes judías. Pero el hombre está llamado a la pureza, a la santidad; su cuerpo no es un lugar digno de los demonios. Por eso Jesús ejerce todo su poder para liberar a esos hombres. Por ellos, por cada hombre, por cada mujer, Él dará su vida en la Cruz, rescatándonos del pecado y del poder del maligno. De su Corazón abierto manarán la sangre y el agua que purificarán el mundo.

Junto a la maravilla de ver libres a esos hombres, queda la pena del rechazo a Jesús por parte de los habitantes de Gadara. Para ellos, el exorcismo es también un duro reproche, pues no les importaba el terrible tormento de aquellos dos conciudadanos suyos. Vivían a sus espaldas, con una impureza mayor que la de aquellos animales. Si en algún momento de nuestra vida, ante el sufrimiento ajeno, tenemos la tentación de mirar a otra parte, acudamos al Sagrado Corazón de Jesús: de ahí manan, “tesoros inagotables de amor, de misericordia, de cariño”[1]. Y seremos capaces de hacernos cargo de las heridas de este mundo, de ser misericordiosos como el Padre celestial (cf. Lucas 6,36).

(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/evangelio-feria-iv-decimotercera-semana-tiempo-ordinario/)

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