Elección, destitución y renuncia

Por Carolina Cuenca

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Dice la Biblia que a Moisés, el hebreo que lideró la liberación del pueblo del Israel de la esclavitud de Egipto, le llamaban la atención cuando comenzó a delegar poderes en su futuro sucesor, Josué, ya que este ganaba notoriedad y autoridad, y el hombre más poderoso de su pueblo respondía algo así: “Es necesario que él crezca y yo disminuya”. Lo mismo decía el profeta más influyente de su tiempo (A quien hasta Herodes escuchaba con gusto), Juan el Bautista, acerca de Jesús.

En la elección hay un acto de libertad en que se ponen en juego la inteligencia y la voluntad. Si alguno de estos poderosos elementos propios del hombre libre falta, es porque la libertad está menguada. Elegimos gobernantes para servirnos porque encontramos en ellos un don o un perfil apropiado. Y les pedimos que nos sirvan ejerciendo una autoridad, la cual también está sometida a reglas. Esa es su misión.

Viendo las peleas (trucos y retrucos) de nuestros políticos de turno que hasta quieren cambiar la Constitución con tal de lograr la reelección, así como la actitud de Dilma Rousseff al ser destituida definitivamente por el Senado de Brasil luego de 13 años de gobierno de su partido, creo que vale la pena recordarnos unos a otros que el poder no es el fin, ni del mandato, ni del mundo. En el caso de Josué, él había estado largo tiempo en el oficio junto a Moisés, de quien era un discípulo fiel. Su autoridad no la basaba solo en sus propias habilidades, sino en sus convicciones y estas estaban sometidas a las mismas reglas morales que el pueblo. Y no es que se tratara de un pusilánime, al contrario, su valentía y responsabilidad son reconocidas.

Lo valiente en ciertos casos es más bien renunciar al poder para mantener la autoridad. El poder es un instrumento útil, pero su lógica a veces corrompe, entorpece el discernimiento y coarta la libertad de la que tuvo su origen. De la lógica del poder debemos poder avanzar al nivel más elevado de la lógica del servicio. De lo contrario todo se pervierte. Reina la mentira. Y sufre el pueblo. Nadie apegado al poder puede ser buen gobernante. La historia nos lo repite una y otra vez.

¿Qué falta? Necesitamos educarnos en el liderazgo sano. Tenemos una deuda pendiente con la civilidad, sobre todo con los jóvenes del clan. Responsabilidad, dominio de sí, espíritu de servicio, un saludable desapego del poder en busca del bien común... ¡Ah! ¡Qué maravilla de la libertad humana! ¿Es posible vivir así? Sí. Recordemos el caso reciente de la renuncia del hoy papa emérito Benedicto XVI, que dio paso a la llegada de Francisco. Un hombre ese, cuya autoridad moral nadie puede discutir.

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