Del Tabor al Calvario

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Hoy meditamos el evangelio según San Mateo 17:1-9.

Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro, rezamos en la Antífona de entrada de la misa de hoy. El evangelio nos cuenta lo que sucedió en el Tabor.

San Beda, comentando el pasaje del evangelio de la misa, dice que el Señor, “en una piadosa permisión, les permitió (a Pedro, a Santiago y a Juan) gozar durante un tiempo muy corto la contemplación de la felicidad que dura siempre, para hacerles sobrellevar con mayor fortaleza la adversidad”.

La existencia de los hombres es un caminar hacia el cielo, nuestra morada. Caminar en ocasiones áspero y dificultoso, porque con frecuencia hemos de ir contra corriente y tendremos que luchar con muchos enemigos de dentro de nosotros mismos y de fuera.

El pensamiento de la gloria que nos espera debe espolearnos en nuestra lucha diaria. Nada vale tanto como ganar el cielo.

“Y con ir siempre con esta determinación de antes morir que dejar de llegar al fin del camino, si os llevare el Señor con alguna sed en esta vida, daros ha de beber con toda abundancia en la otra y sin temor de que os haya de faltar”.

El papa Francisco a propósito de la lectura de hoy dijo: “(...) la liturgia nos hace contemplar el evento de la transfiguración, en el que Jesús concede a los discípulos Pedro, Santiago y Juan saborear la gloria de la Resurrección: Un resquicio del cielo en la tierra. El evangelista Lucas (cf. 9:28-36) nos muestra a Jesús transfigurado en el monte, que es el lugar de la luz, símbolo fascinante de la singular experiencia reservada a los tres apóstoles. Y junto a Jesús aparecen Moisés y Elías, que hablan con él de su próximo éxodo, es decir, de su Pascua de muerte y resurrección. Es una anticipación de la Pascua. Entonces Pedro exclama: “Maestro, que bien se está aquí” (v. 33). Quisiera que aquel momento de gracia no acabase jamás.

La transfiguración se cumple en un momento bien preciso de la misión de Cristo, es decir, después de que Él ha confiado a los discípulos que deberá “sufrir mucho, (...) ser asesinado y resucitar al tercer día” (v. 21). Jesús sabe que ellos no aceptan esta realidad –la realidad de la cruz, la realidad de la muerte de Jesús–, y entonces quiere prepararles para soportar el escándalo de la pasión y de la muerte de cruz, porque sabemos que este es el camino por el que el Padre celestial hará llegar a la gloria a su Hijo, resucitándolo de entre los muertos. Y este será también el camino de los discípulos: Ninguno llega a la vida eterna si no es siguiendo a Jesús, llevando la propia cruz en la vida terrenal.

Cada uno de nosotros tiene su propia cruz. El Señor nos hace ver el final de este recorrido que es la Resurrección, la belleza, llevando la propia cruz. Por lo tanto, la transfiguración de Cristo nos muestra la prospectiva cristiana del sufrimiento. No es un sadomasoquismo el sufrimiento: Es un pasaje necesario pero transitorio. El punto de llegada al que estamos llamados es luminoso como el rostro de Cristo transfigurado: En Él está la salvación, la beatitud, la luz, el amor de Dios sin límites. Mostrando así su gloria, Jesús nos asegura que la cruz, las pruebas, las dificultades con las que nos enfrentamos tienen su solución y quedan superadas en la Pascua. Por ello, en esta Cuaresma, subamos también al monte con Jesús. ¿Pero en qué modo? Con la oración.

Subamos al monte con la oración: La oración silenciosa, la oración del corazón, la oración siempre buscando al Señor. Permanezcamos algún momento en recogimiento, cada día un poquito, fijemos la mirada interior en su rostro y dejemos que su luz nos invada y se irradie en nuestra vida. En efecto el evangelista Lucas insiste en el hecho que Jesús se transfiguró “mientras oraba” (v. 29). Es así, hermanos y hermanas: Cuántas veces hemos encontrado personas que iluminan, que emanan luz de los ojos, que tienen una mirada luminosa. Rezan, y la oración hace esto: Nos hace luminosos con la luz del Espíritu Santo.

Demos espacio a la oración y a la palabra de Dios, que abundantemente la liturgia nos propone en estos días.

Que la Virgen María nos enseñe a permanecer con Jesús incluso cuando no lo entendemos y no lo comprendemos. Porque solo permaneciendo con Él veremos su gloria”.

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