Más de 450 personas de la parcialidad Mbya Guaraní y Ava Guaraní, provenientes de San Pedro, Guairá y Caaguazú, se instalaron en la capital del país hace casi una semana. Tomaron la Plaza de Armas con toldos negros, palos y cables que sirvieron para acogerlos de la lluvia o del tremendo calor. No se irán del sitio hasta que el Gobierno les otorgue una respuesta en medio de tantas inquietudes y necesidades.
No tienen ánimos de seguir sufriendo a escondidas, callados por el olvido de quienes no gozan de la empatía y sí de un mundo de prejuicios. Pasar por la zona del Congreso obliga al transeúnte a ser consciente de una realidad: la existencia de un sistema que solo beneficia a unos y azota a otros bajo una venda que tapa la necesidad de varios rostros.
El reclamo del grupo es claro: pretenden que el Gobierno les brinde una alternativa en medio de un mundo de caminos inexistentes, falta de puestos de salud, de escuelas, de trabajo y de alimentos.
Varios hombres se muestran como líderes y se encargan de representar a la población altamente vulnerada ante las autoridades nacionales. Los detalles de las negociaciones no son conocidos en su mayoría por quienes ocupan el espacio público; quienes solo esperan una mano que los alivie ante la pesada mochila que cargan.
Las carpas ocultan muchos reclamos más. Mujeres de gran valor forman parte del grupo que desde el miércoles pasado se ubica frente al Congreso Nacional en espera de una respuesta contundente.
María Cardozo Vera tiene 35 años. Trajo cinco hijos al mundo, a quienes cría con cierta rigurosidad. Al igual que su marido, trabaja todos los días en la chacra mientras sus pequeños van a estudiar a una pequeña escuela básica ubicada en su comunidad, situada en Villarrica, Departamento de Guairá.
Entre un duro español y un perfecto guaraní, relató que no tuvo otra opción que criar a sus hijos con el resultado de su trabajo, literalmente. Desde que recuerda, ella y sus pequeños se alimentan a base del cultivo que les deja las labores en el kokue.
“Alimento a mis hijos a base de lo que cultivamos; con mandioca, poroto, maíz, entre otras cosas. No tenemos alimento. Vivimos en medio de mucha necesidad. No hay caminos, escuelas, centros de salud...”, comentó la mujer en un recorrido de nuestro equipo.
Asegura que ella, al igual que otros miembros de su misma comunidad, resiente la ausencia del Estado; de un Gobierno que se nutre de excusas y ahuyenta los resultados.
No saben hasta cuándo se quedan en el lugar. Lo único que manejan hasta el momento es que los impuestos para ellos suben, al igual que las necesidades. Esperan que las autoridades, de una vez, atiendan con justicia sus reclamos.