“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”

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Hoy meditamos el evangelio según san Mateo 7:7-11.

El papa Francisco, en atención a la lectura de hoy, reflexionó: “… En esta enseñanza que Jesús da a sus discípulos, es interesante detenerse en algunas instrucciones que coronan el texto de la oración. Para darnos confianza, Jesús explica algunas cosas que insisten en las actitudes del creyente que reza”.

“Por ejemplo, está la parábola del amigo importuno, que molesta a toda la familia que duerme porque, de repente, una persona ha llegado de un viaje y no tiene pan que ofrecerle. ¿Qué le dice Jesús a este que toca a la puerta y despierta al amigo? ‘Yo os digo —explica Jesús— pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama se le abrirá’ (Lc 11, 9). Con esto quiere enseñarnos a orar e insistir en la oración. E inmediatamente después pone el ejemplo de un padre que tiene un hijo hambriento”.

“Todos vosotros, padres y abuelos, que estáis aquí, cuando el hijo o el nieto pide algo tiene hambre, pide y pide, luego llora, grita, tiene hambre: ‘¿Qué padre hay entre vosotros que si su hijo le pide un pez, en lugar de un pescado le da una culebra?’ (v. 11). Y todos vosotros tenéis la experiencia cuando el niño pide, vosotros le dais de comer lo que pide por su bien. Con estas palabras, Jesús nos hace entender que Dios siempre responde, que ninguna oración quedará sin ser escuchada, ¿por qué? Porque es un Padre, y no olvida a sus hijos que sufren. Por supuesto, esta afirmación nos pone en crisis, porque muchas de nuestras oraciones parecen no obtener ningún resultado”.

“¿Cuántas veces hemos pedido y no hemos obtenido, todos lo hemos experimentado, cuántas veces hemos llamado y encontrado una puerta cerrada? Jesús nos insta, en esos momentos, a insistir y a no rendirnos. La oración siempre transforma la realidad, siempre. Si las cosas no cambian a nuestro alrededor, al menos nosotros cambiamos, cambiamos nuestro corazón. Jesús prometió el don del Espíritu Santo a cada hombre y a cada mujer que reza.

Podemos estar seguros de que Dios responderá. La única incertidumbre se debe a los tiempos, pero no dudemos de que él responderá. … Rezar es ya desde ahora la victoria sobre la soledad y la desesperación. Al final de la oración, al final de un tiempo en el que estamos rezando, al final de la vida: ¿qué hay allí? Hay un Padre que espera todo y espera a todos con los brazos abiertos. Miremos a este Padre”.

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