Paraguay sueña con serpientes

Hace dos décadas, en Montevideo, Silvio Rodríguez le dedicó su canción “Ojalá” al Paraguay. Por primera vez en tierra guaraní, su guitarra rebelde enciende recuerdos, luchas, odios y amores.

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Andrés Colmán Gutiérrez

Periodista y escritor-andres@uhora.com.py

Fue a mediados de los años 80, poco antes de un concierto que Silvio Rodríguez ofreció en Montevideo, Uruguay. La entonces joven guitarrista paraguaya Berta Rojas logró colarse al camarín del cantautor cubano y le hizo una entrevista para el Correo Semanal, de Última Hora.

Silvio quiso saber del Paraguay. Berta le contó que sus canciones circulaban en discos y casetes casi clandestinos, muchas de ellas cantadas por artistas paraguayos en los festivales contestatarios, canciones convertidas en banderas de resistencia contra la dictadura de Alfredo Stroessner. Y que varios jóvenes habían hecho un largo viaje secreto de Asunción a Montevideo, solo para verlo y escucharlo en vivo.

Minutos después, desde el escenario, Silvio se dirigió al público: “Quiero dedicar esta canción al Paraguay, un país que aún no conozco y es para mí un misterio”. Enseguida sus manos arrancaron a la guitarra los primeros acordes de uno de sus temas más emblemáticos, mientras su histriónica voz empezaba a entonar: “Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan ...”.

Hubo mucha especulación sobre aquella dedicatoria. Circulaba la leyenda de que Ojalá fue escrita originalmente para el dictador chileno Augusto Pinochet, y que en aquel festival Silvio le mandaba un premonitorio mensaje al tirano Stroessner: “Ojalá pase algo que te borre de pronto/ una luz cegadora, un disparo de nieve...”.

El cantautor reveló en otro momento que compuso la canción en 1969 para su primer amor, Emilia. Pero las letras de Silvio siempre tienen múltiples significados. Aquella noche montevideana estaba dedicando una canción de amor y a la vez una canción política a un misterioso país llamado Paraguay, al que dos décadas después, en otro tiempo y en otras circunstancias, abrazaría por vez primera desde otro histórico escenario.

Quienes al principio de los 80 despertamos a la lucha contra la tiranía de Stroessner, aprendimos a amar las canciones de Silvio Rodríguez en la potente voz de Ricardo Flecha, cuando desde el mítico Grupo Juglares nos deleitaba con Mariposas, encendía nuestras fibras románticas con Te doy una canción, o nos convocaba a la movilización insurgente con Vamos a andar. Vocal Dos nos brindaba, a su vez, la inquietante versión de Sueño con serpientes, mientras Gente en Camino nos regalaba la más bella metáfora de la utopía, al relatar la pérdida del Unicornio azul.

Flecha conoció personalmente a Silvio en 1986, en Lima, durante la Semana de Integración Cultural Latinoamericana (SICLA). Nació una amistad artística y política que se fortaleció con las visitas de Ricardo a La Habana, y que los llevó a grabar juntos la versión en guaraní de Pequeña Serenata Diurna, en el primer disco El Canto de los Karai, de nuestro gran artista compatriota.

Ya entonces Flecha repartía la vaga promesa de un posible concierto de Silvio en Paraguay. En los 90 lo tuvimos al impagable Pablito Milanés; más recientemente, al insumiso Frank Delgado y al pionero Vicente Feliú; pero la venida de Rodríguez se nos fue volviendo tan utópica como la búsqueda del Unicornio azul

Tuvo que ir el propio presidente Fernando Lugo a invitarlo, en La Habana, para que finalmente dijera que sí.

Cita con ángeles

Son curiosos los cambios que provocan el paso del tiempo y la visión de nuevas perspectivas de la historia.

De aquel enamoramiento juvenil de mi generación con respecto a la revolución de Fidel Castro y el Che Guevara, me quedan sentimientos contradictorios: la admiración por la larga y obstinada resistencia del pueblo cubano a la imposición de un modelo político neoliberal y capitalista globalizador del mundo. El elogio a su solidaridad sin fronteras y a sus trascendentes logros en salud, educación, deporte, arte y cultura. Y también la necesidad de una dolorosa crítica a la falta de libertades básicas, a los injustificables excesos represivos contra los disidentes, al anquilosamiento de estructuras de poder autoritario, a la intolerancia hacia quienes piensan distinto.

Pero, a pesar de los tantos cambios de adentro y de afuera, nunca pude dejar de amar las muchas y bellas canciones de Silvio Rodríguez.

Así que, en esta noche particularmente simbólica y dolorosa, que nos recuerda los cinco años del masivo y hasta ahora impune crimen del Ycuá Bolaños, vamos a estar allí, los de entonces y los de ahora, a orillas de la mágica Bahía de Asunción, para deleitarnos con la voz cascada, pero vibrante, de este tan joven y tan viejo trovador sin edad, sintiendo que todavía seguimos persiguiendo unicornios y soñando con serpientes.

Y seguramente cantaremos juntos aquel Ojalá que nos regalara en una lejana noche uruguaya, y que sigue siendo el himno de nuestras mejores esperanzas.

¡Bienvenido, querido Silvio!

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