Nuestro futuro robado

Guido Rodríguez Alcalá

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El lago Ypacaraí ya está contaminado y se teme la contaminación del Ypoá. El acuífero Patiño ya está contaminado y se teme la contaminación del Guaraní. No sé cómo se cuidará o descuidará esa gran reserva que es el Guaraní; los estudios sobre el Patiño son alarmantes.

Un artículo publicado en este diario el 11 de este mes dice que los productos químicos detectados en el Patiño podrían dañar órganos vitales. Es el parecer de dos investigadores, los señores Francisco Facetti y Andrés Wehrle; el parecer se apoya en más de 50 estudios realizados desde 1997, pero no se le presta la atención debida al asunto, aunque se trate del futuro del país. Y al decir futuro pienso en el libro escrito por la investigadora norteamericana Theo Colburn y otros colegas, publicado en 1996 con el título de Nuestro futuro robado (Our Stolen Future), y citado por Marie-Monique Robin en El veneno nuestro de cada día, video disponible en internet, gratis.

¿Por qué futuro? Porque la contaminación ambiental, si no se la controla, tendrá consecuencias funestas para las generaciones venideras. El problema no son solo los productos considerados tóxicos en el sentido tradicional, sino también otros de efectos más solapados, los llamados perturbadores endócrinos. Los perturbadores endócrinos son sustancias engañosas, porque actúan a largo plazo y en cantidades muy reducidas (una parte sobre un millón o incluso sobre miles de millones). Los perturbadores endócrinos se parecen a las hormonas naturales, necesarias para el correcto funcionamiento del organismo humano (sistema endócrino, en términos más precisos). Las hormonas naturales están para provocar o bloquear ciertas reacciones biológicas en el momento adecuado; los otros, para provocar el efecto contrario. Así perturban la capacidad digestiva, respiratoria, reproductiva, o cerebral. Se trata de sustancias arrojadas al medioambiente, donde no deberían estar; no, al menos en la cantidad en que están, que plantea un problema para el futuro.

El asunto ha dejado de ser una cuestión especializada para convertirse en tema de debate político. En 2013 se pidió a las autoridades de la Unión Europea regular (o prohibir directamente) el uso de los perturbadores orgánicos; la UE no lo ha hecho alegando la dificultad de identificarlos debidamente (ver en internet el video Endocrination). Sin embargo, existen conciencia del problema y estimaciones serias.

Un estudio de 2015 atribuye a esos tóxicos, presentes en una infinidad de productos (plásticos, cosméticos, aerosoles, pesticidas), daños como el autismo, bajo cociente intelectual y obesidad, con un costo de unos 150.000 millones de euros anuales en Europa. No sé cuánto costarán en el Paraguay, donde hay menos controles ambientales, ni lo vamos a saber mientras siga la farra de las vacaciones y las reelecciones.

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