No quisiera estar en sus zapatos

Por Alfredo Boccia Paz – galiboc@tigo.com.py

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En 1997, el vertedero de basura de Bogotá, conocido como el relleno sanitario Doña Juana, sufrió un deslizamiento de miles de toneladas de desechos que taponaron el río Tunjuelito.

Los residuos, con su carga de gases y líquidos tóxicos, cubrieron dos colinas, taparon calles y ocuparon quince hectáreas de terreno. Se trataba de la que, hasta hace un mes, era la mayor catástrofe ambiental que haya ocurrido en una urbe latinoamericana.

El 5 de noviembre pasado, el distrito de Bento Rodrigues, en Minas Gerais, que albergaba iglesias y monumentos de relevancia cultural, fue devastado en pocos minutos por millones de metros cúbicos de barro y residuos provenientes del agrietamiento de un terraplén de desechos de una industria minera. Además de producir muertes, el derrame afectó a otras siete ciudades y contaminó tres ríos de la región.

La actual temporada de lluvias hace que miremos con temor al vertedero de basuras de Cateura. Está ubicado en un lugar insensatamente inadecuado: en un barrio poblado e inundable, vecino al río Paraguay.

A Cateura van las cerca de mil toneladas diarias de basura no clasificada que genera Asunción. Allí existen dos gigantescas piletas que acumulan a cielo abierto unos cien millones de litros de lixiviado altamente tóxico, secretado por la montaña de residuos.

Si las aguas del río Paraguay alcanzaran esas piscinas, el desastre sería dantesco. En minutos quedaría afectada toda la fauna íctica y la biodiversidad de todo el curso del río hasta su desembocadura en el mar.

Si bien es poco probable que el nivel del río suba tanto, la angustia de muchos ambientalistas es que el agua llegue a la base del talud, construido sobre suelo arcilloso, y lo colapse. Las piletas están al borde del río, en una pendiente natural, y pueden ser agrietadas por la fuerza de la gravedad.

Otros desestiman los riesgos. Por ejemplo, el señor Enrique Ortuoste, director de la empresa brasileña que maneja el tratamiento de la basura: “No existe peligro. Solo un grupete de autodenominados expertos ambientales dice opiniones disparatadas; muchos ni pasaron por la cantina de una Facultad de Ingeniería. El doctor Mayans –uno de los que opinan que sí hay riesgos– no tiene conocimientos. Después de él vendrá algún congresista, analfabeto funcional, a reclamar”.

No soy quién para tomar partido. Pero advierto que en las dos catástrofes ambientales que cité al iniciar el comentario los responsables aseguraban a los quejosos que eran emprendimientos muy seguros. Y luego de ocurridos esos accidentes se descubrieron los sórdidos entramados mafiosos que existían entre ellos y los funcionarios estatales y municipales que lucraban con la desinformación ciudadana.

Espero que nada ocurra, pero si llega a suceder una catástrofe ambiental, no quisiera estar en sus zapatos.

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