Los campesinos no necesitan condonación

Por Gustavo A. Olmedo B. golmedo@uhora.com.py

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En muchos ámbitos, Paraguay se parece a esas clásicas telenovelas venezolanas que nunca cambian de personajes, historias y pobres finales. Tras 10 o 20 capítulos, todo sigue igual, el verso y la lógica se repiten. Algo semejante es lo que vemos que ocurre con la dramática realidad de una parte del campesinado paraguayo que cada cierto tiempo llegan a la capital para pedir la condonación de su deuda.
Sin embargo, está claro que este segmento de labradores (porque no son todos los campesinos; esto considerando la morosidad que registran el BNF y CAH que otorgan los créditos) lo que menos necesita es una condonación.
Es sabido que el problema rural es uno de los más complejos, en donde convergen peligrosamente, ignorancia, pobreza, falta de asistencia estatal; manipulación de políticos y operadores de partidos tradicionales; y liderazgos que impulsan ideologías marxistas desfasadas.
Los campesinos más bien requieren, y de manera urgente, de una política a mediano y largo plazos, con apoyo de instituciones sociales de prestigio, que incluya una asistencia técnica para el aprovechamiento de sus cultivos; que les ayude a administrar sus recursos económicos, obtener nuevos mercados, a producir mejor y ganar más. Un programa -prepararo en forma conjunta- que les permita convertirse en emprendedores, y organizarse en cooperativas fuertes, como la de los menonitas; les garantice el acceso a la educación y asistencia sanitaria, que frene la migración y la disgregación familiar.
El campesinado urge sacudirse de esa cultura asistencialista y abandonar la práctica de mendigar al Estado condonaciones cada año, y con ese parche, conformarse. No. Los labradores deben mirar a futuro, proyectarse. Necesitan insistir y trabajar seriamente por una reforma agraria. Pero ante este panorama, hay que ser sinceros; además del Estado y Gobierno, los líderes y organizaciones campesinas son también responsables de la situación del sector, pues necesitan pasar de la lógica de las marchas y manifestaciones en la capital, como única solución a los problemas, a la lógica del fortalecimiento de la subsidiariedad (más sociedad y menos Estado), y al empeño en la formación de un sujeto capaz de emprender proyectos, pensar en mercados, trabajar con iniciativa propia, con autoestima y dignidad.
Fácilmente se los trata como haraganes e incapaces de construir su futuro. Pero no es así. Capacidad no les falta y empeño y voluntad les sobra. Quizás lo que realmente escasean son liderazgos verdaderos y honestos, más adecuados a la estatura y dignidad de estos hombres que labran la tierra, producen los alimentos, y, sin dudas, merecen todo nuestro respeto.
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