La pobreza es la peor señal de fracaso de la gestión económica

Esta semana se presentaron los datos de pobreza monetaria del año 2020. No hay peor señal de fracaso del desempeño económico que mantener en esta situación a un cuarto de la población en un país con más de una década de crecimiento económico y que se vanagloria de estar entre los países exitosos por su exportación de alimentos. Como era de esperar, en el último año se verificó un aumento de la pobreza debido a la retracción económica generada por la pandemia. Si bien existieron medidas económicas para la contención, estas fueron insuficientes para neutralizar de manera completa el efecto y no se enmarcaron en una política de largo plazo, por lo que el país perdió la oportunidad de aprender de la experiencia y salir un poco mejor de la crisis de la pandemia.

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El sector urbano fue el más afectado por la pandemia, ya que el nivel de pobreza aumentó, retrocediendo 9 años, es decir, casi una década. El sector rural tuvo un impacto menor, probablemente debido a que los mercados locales se vieron menos afectados por la cuarentena.

La agricultura familiar mitigó parte de la crisis en el sector urbano, especialmente porque acogió a miles de personas, principalmente mujeres, que durante las primeras semanas de cuarentena volvieron al área rural como trabajadores familiares no remunerados.

Los datos trimestrales de empleo provenientes de las encuestas de empleo ya nos venían mostrando la dinámica del empleo durante el año 2020, lo que permitía predecir el resultado en la pobreza medido en el último trimestre del año.

La lucha contra la pobreza monetaria en Paraguay tuvo, desde inicios de este siglo, estrategias, políticas y programas. Sin embargo, estas se implementaron con importantes falencias. La más importante fue su desvinculación del modelo económico. No se puede reducir la pobreza de ingreso si el mercado laboral no genera empleos en la cantidad y la calidad que requieren las transformaciones demográficas y aspiracionales de la población.

Paraguay se encuentra en plena etapa de bono demográfico, pero no está aprovechando esta oportunidad.

A pesar de que la juventud tiene más años de estudio que las generaciones anteriores, está más desempleada o sus empleos son de baja calidad.

Las personas adultas, si bien están un poco mejor, tampoco tienen trabajos que les permitan asegurarse ingresos suficientes. No obstante, y a pesar de que la gente dice que la mejor forma de no ser pobre es trabajando, la realidad de Paraguay es que trabajar no garantiza permanecer fuera de la pobreza.

Los bajos y volátiles ingresos de los jóvenes y adultos de la familia, así como la falta de seguridad social obligan a las familias a destinar horas de trabajo infantil y adolescente para garantizar los ingresos necesarios. Esto significa que muchas familias logran dejar la pobreza pero a costa de la salud y educación de los niños, generando alto riesgo de transmisión intergeneracional de la pobreza.

Casi 2.000.000 de personas son pobres en Paraguay, y alrededor de 300.000 de estas no cuentan con ingresos suficientes ni para alimentarse. Una parte importante son niños, niñas y adolescentes, cuyo futuro está condenado de manera irremediable no solo por la pobreza sino sobre todo por los niveles de desigualdad.

Como país debería alarmarnos semejante situación, que no es producto de la pandemia, ya que antes de la misma ya contábamos con una cifra inaceptable de pobreza.

Si Paraguay quiere dejar de estar al final de cualquier lista de países que evalúa el nivel de desarrollo, lo primero que debe hacer es eliminar la pobreza.

Tenemos que dejar de autocomplacernos con el falso éxito económico de nuestro país y ponernos como meta ni una persona en situación de pobreza, empezando con los niños, niñas y adolescentes.

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