Inundados, por el agua y las críticas

Por Samuel Acosta

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“En esta vida si hay algo que quieras alcanzar, tendrás que salir a pelear. Nadie te va regalar nada”, fueron las primeras palabras de mi padre cuando tenía 14 años, el día en que empecé a trabajar.

No sé si fue la mejor motivación que encontró, pero sí fue un baldazo de realidad que me hizo entender que exclusivamente de mí dependía hasta dónde quería llegar a escalar en la vida.

Cuando esta semana se dispara la discusión en las redes y los medios de comunicación sobre la noticia de aquellos ribereños que abandonaron la oportunidad de acceder a una vivienda que se les ofreció en Itauguá, lo primero que recordé, fue aquella frase paterna.

A la vez, me vino a la memoria una amiga –que por respeto evitaré nombrarla– que me contaba el calvario que significa por lo menos una vez al año, tener que correr del paso del río y perderlo casi todo viviendo en un populoso barrio de la ribera capitalina.

“Estoy harta. Ahora que soy mamá entiendo que no quiero esta vida para mi nena; no sé cómo lo haré, pero tengo que salir de acá. Esto no es sano”, me decía con firmeza.

Vi cómo consiguió comprar un terreno en las afueras de Asunción con la ayuda de familiares, aquel terreno que hoy día es una hermosa casa.

Sus ahora dos hijas viven otra realidad, una muy distinta a la que le tocó vivir a ella, una muy parecida, a la que me enseñó mi padre.

Si los que abandonaron la oportunidad de acceder a una vivienda más digna lo hicieron porque vivían demasiado lejos de la capital, les recuerdo, que somos muchos –me incluyo– los que diariamente hacemos el viaje de una o dos horas para llegar al trabajo.

Si la razón es la falta de recolección de basura, la mayoría de los que vivimos en las ciudades del área metropolitana sufrimos de un precario sistema de recolección; y sin embargo, hay maneras de tratar adecuadamente los residuos.

Tampoco todos tenemos la suerte de contar cerca con un centro de salud, una escuela, comisaría ni un bus que pase frente a la puerta de nuestro hogar; aun así, salimos a pelear todos los días.

Por esto me sumo al llamado de la Secretaría de Acción Social, a que las casas abandonadas se entreguen a quienes quieran aprovechar la oportunidad de acceder a una mejor calidad de vida.

Creo que en las redes no fue justo tildar a todos los inundados de “vagos o malagradecidos”. Hay familias que están dispuestas a salir y solo necesitan una oportunidad.

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