Esa fiesta burguesa

Por Luis Bareiro

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Sé que en la semana se generaron un montón de temas, uno más trascendente que el otro, dignos todos de un comentario, pero, como estamos a solo días de la Navidad, sencillamente me da pereza escribir sobre ellos.

Es inevitable, este aire findeañero despierta mi lado frívolo y no resisto la tentación de divagar sobre todas esas pavadas ritualistas en las que ya estamos inmersos y que me producen tanto placer como dos colas a un perro.

En puridad, el rito arrancó semanas atrás con el inevitable aunque siempre innecesario debate gastronómico. ¿Qué comemos? Hasta hace unos años el menú navideño no presentaba mayores complicaciones. Todo se solucionaba con los platos tradicionales elaborados especialmente para soportar estos climas, como el vitel toné, la ensalada de arroz cubierta con toneladas de mayonesa o la siempre saludable lengua a la vinagreta.

Todo eso regado generosamente con abundante clericó, una mezcla que arruina por igual el vino y la fruta y prepara al estómago para el ataque inmisericorde al que será sometido en los próximos días. La artillería pesada no acaba hasta que se hayan consumido por completo los restos de los restos de la bacanal, o hasta que los vestigios finales hayan cambiado radicalmente de color y empiecen a registrar señales de vida.

El boom de los patios de comida le dio ínfulas de gourmet al pila y ahora no falta quien agregue al festín de la Nochebuena alguna delicia mexicana, comida china, sushi y, por supuesto, el nórdico pavo que brilla a la luz de las lucecitas del árbol al que le agregaron algodón del botiquín para imitar la nieve, mientras afuera los grillos braman en el lapacho con 36 grados a la sombra.

Hoy tampoco pueden faltar los enólogos empíricos, esos que hasta hace unos años abrían el vino con una tijera y ahora te explican todo lo que teóricamente deberías percibir en un tinto, desde granos de café y un toque de pimienta hasta la madera de roble y la integridad del corcho, aunque vos solo sientas la uva. En resumen, no podés poner cualquier botella en la mesa.

La segunda complicación son los regalos. Lo que antes solucionabas con una muñeca o una pelota hoy requiere de un curso previo sobre tecnología, e información precisa sobre los One Direction y Peppa la chanchita.

Y si además, como yo, es usted miembro de una familia numerosa deberá asistir también al eterno debate sobre dónde pasaremos las fiestas. Lo bueno es que ahora se pelean por WhatsApp, lo que evita que la gente vaya a los puños.

Como sea, igual, la noche del 24 nos encontrará sobrealimentados, algo pasados de copas y probablemente juntos. Y brindaremos y soñaremos que al día siguiente las cosas estarán mágicamente mejor que antes.

Una Navidad de excesos gastronómicos, delirio comercial y encuentros familiares. Una fiesta burguesa.

¡Me encanta!

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