Emergencia educativa

Por Carolina Cuenca

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Si algo sacó en claro la movilización estudiantil es que nuestro país tiene por delante el desafío de la educación. No es un tema pendiente más. Es el tema. Por eso mueve el piso a ministros, interpela al presidente, llama la atención de la opinión pública...

Durante estos días escuchamos, con la voz fresca de la juventud, pedidos de cambio en las infraestructuras, en la formación docente, etc....

Es notable, los gremios docentes apoyaron la movida, la mayoría de la población también, pero lo llamativo es el cómo. Parecía que los adultos, los educadores, no estuvimos del todo a la altura del reclamo. Algo enrarece nuestros propios deseos de cambio y apaga en nosotros esa llama que vemos brillar en los chicos. Quizás es incredulidad por los largos años de desencantos que llevamos encima, quizás sea cobardía, quizás un acomodamiento que no nos deja arriesgar, que nos ata a los pequeños esquemas de nuestra rutina, la cual nos brinda cierta seguridad y no queremos renunciar a ella.

Muy bien, los chicos nos movieron la estantería, como quien dice, ojo, no solo al Ministerio de Educación, sino a toda la sociedad. Pero ahora es también nuestra hora porque, quien educa, el adulto debe pensar no solo en el ideal que se expresa con la emotividad; debe dar prioridad a lo importante y esencial sobre aquello que hoy vemos como urgente; debe pensar no solo en el deseo que mueve e inspira a la acción, sino, sobre todo, en el camino a andar y en darle contenido y guía a este ideal.

La experiencia es compañera de la realidad. Si queremos cambios realistas no podemos comenzar de cero, debemos dedicar tiempo y esfuerzo a rescatar lo bueno de lo que ya vivimos, lo que es fuerte porque es verdadero, como son los valores que sostienen nuestra identidad, como son las personas que, aún bajo peligro de los poderes que mueven los hilos de la mediocridad y el clientelismo, han sabido dar batalla en los espacios que tenían.

Amigos, la revolución educativa que precisamos es la de poner de nuevo a la persona, en el centro de atención. Desplazar la lógica de los cuoteos, de las trabas por pichadura, de las manipulaciones ideológicas, y para ello faltamos los adultos, que debemos considerarnos en estado de alerta educativa. Ojo, no hablo de vivir “movilizados”. Eso estuvo bien para llamar la atención, pero lo constructivo es activar la razón, poner en juego la experiencia, tener la valentía de dar hipótesis de vida a nuestros hijos. Lo primero, para iniciar la tarea, como dijo Benedicto XVI en su famosa carta del 2008 a la diócesis de Roma sobre la emergencia educativa: “No tengamos miedo”.

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