El olvido que seremos

Arnaldo Alegre

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“Ya somos el olvido que seremos”, apunta Jorge Luis Borges, para denostar luego al “insensato que se aferra al mágico sonido de su nombre” y pensar, en cambio, “con esperanza” en aquel “que no sabrá que fui sobre la tierra”. En la meditación de que el afán por perseguir el bronce de la eternidad es una carrera estéril y sin sentido, el insigne argentino ve un dulce consuelo.

A diferencia de poetas e intelectuales, la impostergable finitud humana no es un recurso metafísico al que echan mano poderosos y afines. No les sirve el consuelo. Para ellos rige la amnesia selectiva, que no es otra cosa que la simple negación de la realidad.

Para los poderosos de países como el nuestro –en una casi eterna transición para la consolidación institucional–, la realidad es el peor enemigo. Por esa la combaten, pero no tratándola de cambiar o superar, sino simplemente tirándola al arcón de los olvidos. Creen que negándola deja de existir.

El reconocimiento de errores propios o provocados es una prerrogativa que enaltece a las autoridades democráticas. A ellas no se les pide infalibilidad, apenas probidad. La honestidad se da como un hecho. Por eso la admisión de una falla no corroe su poder real. No se sienten expuestos.

Eso no ocurre con los autoritarios revestidos de legalidad democrática. La realidad es para estos un inconveniente. Admitir una situación desfavorable es exponer toda la debilidad de la estructura que los sustenta. Se exponen, quedan en evidencia.

Y el presidente Horacio Cartes volvió a perder ayer una buena oportunidad de actuar como un presidente democrático.

En su balance de gestión presentado ante el Congreso, el jefe del Ejecutivo ignoró olímpicamente la realidad.

La enmienda, motivada por su ambición y que provocó la muerte del joven liberal Rodrigo Quintana, fue dejada de lado. Como una verdad incómoda. De esa crisis lo único que se acordó fue del incendio en el Congreso porque afecta a los liberales. La pobreza y los fracasos de la APP fueron metidos bajo la alfombra.

Es imposible negar los avances de este Gobierno en la lucha contra ciertas roscas abusivas: bancos, constructores, vendedores de combustible y otros iguales. (Claro que la rosca tabacalera es un problema del resto del continente, no para nosotros). Además hay buenos números macros.

Pero con el desprecio hacia la verdad de Cartes, todo dato favorable es apenas una anécdota, un consuelo para “el olvido que seremos”.

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