Desestabilizádromo

Arnaldo Alegre

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El delirio persecutorio es el síntoma de un variado tipo de enfermedades mentales. Básicamente se refiere a cuando un individuo experimenta una serie de creencias irracionales en las que supone que está siendo perseguido o que diferentes personas u organizaciones lo acosan con intenciones deshonestas o, directamente, para causarle daño.

Aunque clínicamente no está comprobado, hacer gala de posturas retrógradas de triste raíz stronista funciona como un potenciador de esta manifestación sicótica.

El mediocre, sea de la filiación que sea, tiende a culpar al otro de sus males. Y se equivoca de cabo a rabo.

La víctima propiciatoria de este Gobierno es la troika izquierdista enquistada en la más nauseabunda entraña de las instituciones que velan por el cumplimiento de los DDHH o que arbitran en los conflictos sociales. Tanto en el caso Arrom, Martí y Colmán como en el cierre del Puente Remanso, voceros del Gobierno quisieron ver la mano negra de los zurdos apátridas.

(–Alumno Marito, venga al frente y conjugue el verbo desestabilizar.

–Sí maestra. Yo no desestabilizo porque busco el diálogo y la paz entre todos los paraguayos, tú desestabilizas, él desestabiliza porque es de la izquierda que nos odia por nuestros logros...

–Cállese y siéntese).

Puede que la influencia ideológica izquierdista de las organizaciones internacionales, como sería el caso de Acnur, ayudase a los secuestradores o que el gobierno izquierdista de Uruguay facilitase una resolución a favor de los prófugos.

Puede que las organizaciones no gubernamentales, con intereses y visión propios en el indigenismo, hayan alimentado la ira de los nativos ante la falta de solución a sus reclamos.

Pero no es culpa de ellos que sea casi indestructible la presunción de que ni la justicia ni las fuerzas de seguridad nacionales ofrecen las mínimas garantías de un trato justo y humano para los delincuentes condenados o para los sospechosos de un delito.

Tampoco es culpa de ellos que el Gobierno colocase a una incompetente para administrar un sector en el que se juegan muchos intereses que necesitan de capacidad de diálogo y de empatía.

Los únicos que pueden realmente desestabilizar este país son el Partido Colorado y las Fuerzas Armadas. El resto, entre ellos la izquierda, quizás tengan capacidad de incomodar o soliviantar, usando como carne de cañón a las personas que dicen defender. Pero hasta ahí no más.

Este Gobierno se desestabiliza por sí solo. Primero el presidente tomó, en función de cabeza de Estado, un exagerado protagonismo personalista para cazar a los secuestradores, lo que incrementó las dudas históricas de los actores internacionales sobre la independencia institucional en el Paraguay. Segundo, se permitió la clausura por once horas de uno de los puentes más estratégicos del país, simplemente para proteger a una figura de segunda línea –para colmo, llena de reproches– como es la ahora ex presidenta del Indi.

El verdadero problema de este Gobierno es que no usa el hemisferio izquierdo de su cerebro. No sabe aplicar las funciones lógicas y solamente se guía por las emociones y, en estos casos en particular, por el delirio persecutorio.

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