Cambiar doce por UNA docena

Por Miguel H. López | En TW: @miguelhache

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Posiblemente a estas alturas la mayoría ya está mareada con lo que pasa en la Universidad Nacional de Asunción (UNA).

Del paro pasado –versión 2016– ya no se habla ni de lo que dejó como retahíla, aunque sea. La algarabía y los fragorosos reclamos bajaron a decibeles casi imperceptibles. Las discusiones en torno al mentado Estatuto que se retocó, pero no cambió –traición a un acuerdo de por medio por parte de las actuales autoridades–, y las reacciones que desató entraron en un incómodo letargo. La poco confiable Asamblea Universitaria decidió tratar el documento artículo por artículo, sin plazo, para eliminar toda disidencia por cansancio; o lo que sería lo mismo, provocar una suerte de vaka piru ñorairô y lograr que la paridad en el gobierno universitario, el ingreso irrestricto, la gratuidad de la enseñanza, la libertad de investigación e ideológica, y otras reivindicaciones históricas desde Córdoba 1918 queden en la mera nada.

El fusible más ardiente que sigue quemando la escena es el paro de más de 110 días en Ingeniería, en reclamo de la renuncia del decano Éver Cabrera por negligencia, mal manejo y otras acusaciones. La situación no pudo ser destrabada por 3 sesiones extras del Consejo Superior Universitario (CSU). Complicidad, corporativismo e intereses extrauniversitarios impiden una solución. Ahora la crisis toma una vía de imprevisibles consecuencias. El presidente Horacio Cartes autorizó al ministro de Educación, Enrique Riera, que el Cones (Consejo Nacional de Educación Superior) intervenga Ingeniería, que en puridad es poner pie en la UNA. Coincidentemente estudiantes en paro pidieron esa intervención. Riera anunció para la próxima semana la acción.

El Cones está integrado mayoritariamente por universidades privadas. Y Cartes es acusado hace tiempo por la comunidad educativa de pretender privatizar la universidad pública. En reacción, el CSU anuncia una cuarta sesión para ver si extirpa el pólipo que impide respirar a Ingeniería y evitar que –seguramente– más chanchullos se conozcan. Mientras, diputados hablan de una ley de intervención.

Haber tumbado a un rector, varios decanos y decenas de funcionarios por corrupción y sucedáneos en 2015 no rindió efectos profundos en la UNA. Y no es que el remedio haya sido peor que la enfermedad. No hubo tal remedio. Solo se hicieron injertos con partes del mismo cuerpo infectado. La corrupción y los malos manejos siguen casi igual que antes. El mismo equipo solo se reorganizó.

Tal vez el cambio en la UNA no provenga de dentro. De una intervención del Cones, tampoco. La comunidad universitaria debe movilizarse ante este reto histórico.

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