Marca país

Luis Bareiro

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Cuando a Luis María Argaña le robaron las internas coloradas e impusieron de manera fraudulenta la candidatura de Juan Carlos Wasmosy nos dijeron que era una trampa necesaria, porque Argaña era el retorno del stronismo, y nos chupamos la amarga mandarina de un gobierno sin fuerza política jaqueado por Lino César Oviedo, el ejecutor de aquel robo primigenio.

Cuando Oviedo pasó de general golpista a ganador indiscutible de las primarias republicanas lo sacaron de carrera asustados a destiempo de sus posibilidades reales de llegar a la presidencia, y provocaron el ascenso de su compañero de fórmula, Raúl Cubas, una sombra pálida del militar.

Bajo el argumento de que era mejor reventar las reglas del juego para impedir la entronización de un nuevo mesiánico, terminamos con la dupla explosiva de Cubas y Argaña que detonó con el asesinato del segundo, la muerte atroz de siete jóvenes en una plaza, la renuncia forzada del primero y la asunción al poder de un improbable senador Luis Ángel González Macchi.

Con la excusa de que el país no podía asumir el riesgo de una nueva elección tras los cruentos sucesos del Marzo Paraguayo, volvieron a violentar las reglas para mantener a González Macchi en la presidencia dando inicio al peor gobierno de la transición, amparado en la supuesta unidad nacional que no fue otra cosa que un grosero reparto del aparato público.

Pretextando que era el único que logró estabilizar al país, Nicanor Duarte Frutos también intentó forzar las reglas para meter la figura de la reelección, pero esa vez la reacción ciudadana sepultó sus proyectos y encumbró al obispo Fernando Lugo.

Bajo el argumento de que Lugo nos llevaba a una debacle, otra vez interrumpieron los plazos constitucionales con un juicio político exprés financiado desde las sombras por el candidato Cartes, sometiendo al país al bochorno de un circo de 48 horas trasmitido en vivo y en directo para todo el mundo.

Y hoy, bajo el mismo discurso triunfalista de Nicanor, con el mismo espíritu mesiánico de Oviedo, y con la complicidad del propio Lugo, Cartes nos obliga a revivir las tragedias del pasado reciente con el único propósito de mantenerse en el poder.

Y mientras tanto, en todo este tiempo, la gran mayoría de quienes intentando construir nuestras vidas en este país nos limitamos a trabajar duro para dar un techo, ropa y comida a nuestras familias; haciendo malabarismos para asegurarles una educación y una cobertura de salud que el Estado no nos da, pagando nuestros impuestos, respetando las leyes, las ordenanzas y los decretos; descubriendo indignados cómo se rifan con salarios públicos insultantes nuestro dinero, orando porque nuestros seres queridos lleguen a casa sanos y salvos.

Y todo ese esfuerzo para ver una vez más cómo el país aparece a los ojos del mundo como una República de opereta, como un chiste trágico, como la caricatura a la que se apela para graficar al subdesarrollo, a la barbarie política.

¿Esa es la marca país? ¿Un beodo mesiánico, un cura perjuro, un seccionalero delincuente, un parlamentario coimero?

Paraguay no es eso. No nos representan. No dejemos que lo sigan haciendo.

No.

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