La abominable traición a la patria

Alfredo Boccia Paz - galiboc@tigo.com.py

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A Mario Abdo le costó dimensionar el tamaño del delito. Nunca antes se había configurado de modo tan preciso la estremecedora sospecha de “traición a la patria”. No tuvo en claro que Itaipú despierta una sensibilidad especial en el imaginario colectivo. Quizás sea por la percepción de que la voracidad bandeirante nos esquilma desde 1973. Es algo que no sucede con Yacyretá, donde las cosas nunca fueron muy distintas.

Por eso, en su última aparición pública había pronunciado la poco feliz frase en la que nos trataba como “peajeros”. Pero, en fin, la primera parte de la crisis parecía haber amainado con las cuatro cabezas que rodaron. No hubo tiempo de analizar cuán golpeado quedaba el gobierno de Marito, porque inmediatamente apareció en escena un jovencísimo negociador de la energía de Itaipú, que se anunciaba como asesor jurídico del vicepresidente de la República e instruía por WhatsApp al presidente de la ANDE, sin ser funcionario del Estado.

José era un forúnculo indeseado en un cuerpo que ya tenía defensas bajas. La mayúscula irresponsabilidad con la que este Gobierno manejaba la soberanía nacional quedaba al descubierto de manera escandalosa. Mientras todos nos enterábamos de los sórdidos detalles de la negociación y la presumible vinculación del entorno de Bolsonaro, el fantasma del juicio político parecía inatajable. Durante esos días, Mario Abdo se sumió en un largo silencio.

Cuando el jueves pasado se informó que hablaría a la nación, la amenaza se había disipado súbitamente. Había mucho por explicar, se suponía que anunciaría cambios dramáticos, quedaban muchas preguntas sin respuesta. Fue por eso que pocos discursos presidenciales fueron esperados con tanta expectativa.

Y Marito habló, solo que no dijo nada. Desconcentrado, sin convicción, se perdió en una profusión de agradecimientos y expresiones huecas, dejando a la población esperando alguna noticia importante, lo que nunca sucedió.

Terminó reafirmando su ya debilitado cliché “caiga quien caiga”, y como para que no quedaran dudas de su poca credibilidad, hizo dos cosas comunicacionalmente desastrosas. Primero, arreó a algunos centenares de funcionarios públicos que abandonaron sus lugares de trabajo para apoyarlo, algo que criticaba al cartismo durante la campaña interna colorada. Segundo, se sacó la ahora célebre foto, rodeado de dos parlamentarios convertidos en símbolo de corrupción.

La segunda parte de la crisis culminaba con una sensación de abatimiento e impunidad ¿Qué se pactó? ¿A cambio de qué cambiaron de postura algunas bancadas? ¿Quiénes estaban entregando los intereses de la patria? Estas preguntas sin respuestas preanuncian que esta crisis tendrá una tercera parte. De hecho, nada podrá detener la aparición de más revelaciones. O Mario Abdo decide transformarse en un líder diferente y toma medidas drásticas o será consumido por las llamas de la indignación popular.

No le será fácil, porque su soledad crece. Tiene al lado a Hugo Velázquez, pero si se sigue aferrando a él, pronto comprobará que está abrazado a un salvavidas de plomo.

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