Jazmín paraguái

Al recordarse el centenario del nacimiento del compositor Enrique Lara Bareiro se desempolva una antigua composición de su autoría.

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Lara Bareiro y su esposa Nilda Yegros

Mario Rubén Alvarez | poeta y periodista

Pasaron días, meses y años. Al tiempo de la dicha siguió el inevitable de la desdicha. Llegaron los hijos a poblar de pequeñas risas inmensas la casa. Después, ya crecidos y con alas firmes, volaron detrás de sus sueños. Y volvieron para retomar de nuevo el camino, regresar e irse otra vez.

El jazmín paraguái del patio del domicilio de los Lara Bareiro, en Capiatá, sin embargo, se mantuvo incólume a días, meses, años, dichas, desdichas, idas y venidas. Su aroma recogía las fragancias del alba y las repartía desde su luminosa blancura.

Enrique era uno de los hermanos Lara Bareiro. Había nacido el 26 de mayo de 1916 en Capiatá. Sin saber que aquella planta inamovible, fiel y de flores blancas sin avaricia le inspiraría muchos veranos después una polca, jugaba alrededor de ella, se escondía detrás de su cándido verde y aspiraba su perfume.

A la par de la fragancia del jazminero generoso, en el hogar se respiraba música. No podía ser de otro modo pues el padre de la casa, el maestro Juan Carlos Lara Castro –casado con Lorenza Bareiro– era músico de alma y vida, formador de bandas en diversos pueblos. Enrique, desde su infancia, absorbió de su hogar el amor a la melodía e hizo que fuera parte de su destino.

Cuando sintió el íntimo llamado de la patria –aun sin contar con la edad exigida–, en la Guerra del Chaco, se presentó dispuesto a derramar su sangre. Lo destinaron a la sección de telegrafistas. Allí, junto a los poetas Teodoro S. Mongelós, José V. Rognoni, Juan E. Melgarejo y otros, cumplió con acierto el rol que le habían asignado en defensa de la causa paraguaya.

Sin alcanzar el esplendor del arte de su hermano Carlos Lara Bareiro, un músico de elevada formación académica, se desenvolvió como modesto músico y compositor. Entre sus creaciones sobresale Jazmín paraguái.

“Todos iban y venían a la casa del maestro Lara Castro, pero el jazmín siempre firme estaba allí esperándolos y viéndolos partir. Fue testigo de presencias y soportó ausencias. Ese jazmín fue el que le inspiró a mi tío Enrique”, cuenta su sobrina Aída Lara, infatigable y lúcida investigadora de la música paraguaya.

“Papá hablaba poco, pero alguna vez le escuché decir que el jazmín de la casa de mis abuelos fue el motivo de su inspiración. Debajo de la enredadera conversaban él y mi madre, Nilda Yegros. Hasta ahora está el jazminero en Capiatá”, recuerda, en tanto, Celso Lara Yegros, hijo de Enrique y también músico como su progenitor.

La amistad entre Enrique y Juan E. Melgarejo, nacida en los cañadones chaqueños, se extendió a tiempos de paz. De ahí que cuando el compositor tuvo la melodía de Jazmín paraguái recurriera al arte de ese poeta para que pusiera en palabras sus sentimientos. “La composición tiene que ser de alrededor de 1950", conjetura Aída Lara.

Grabada en Buenos Aires en la voz de Olga Arregui, con el acompañamiento del conjunto de Prudencio Giménez, el centenario del nacimiento del compositor –fallecido en 1983– es una ocasión propicia para rescatar del olvido a la música y su autor.

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