Desde Caacupé, la Iglesia habla de los grandes dolores del país

En el novenario de la Virgen de Caacupé, la Iglesia –desde las homilías de los obispos– alza su voz a favor de la honestidad en el manejo de los bienes públicos, al tiempo de fustigar a los corruptos y sostener que hay que poner fin a la narcopolítica. Las predicaciones ponen el dedo en la llaga de los grandes dolores del pueblo paraguayo, reclamando que el dinero destinado a la inversión social llegue a destino y no quede en manos de intendentes irresponsables que se enriquecen a costa de los recursos que debieran crear mayor bienestar en la población. La palabra comprometida de los pastores eclesiales llega en un momento más que oportuno a la sociedad.

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Con homilías críticas del actual estado de cosas en el país, la Iglesia paraguaya, en el novenario a la Virgen de Caacupé, comparte su pensamiento con una ciudadanía atenta al mensaje de una institución que trata de recuperar su rol orientador en la sociedad paraguaya.

Tras la visita del papa Francisco, es la primera vez que el colegiado episcopal habla de un modo tan claro y categórico al pueblo paraguayo. El tono de su intervención en las prédicas de cada una de las misas celebradas es el de una Iglesia que apuesta a un mayor bienestar de todos, censurando la conducta de los que ejercen el poder sin considerar que deben estar al servicio de mejores condiciones de vida para todos los ciudadanos.

En la homilía de apertura del novenario, monseñor Gabriel Escobar, vicario apostólico del Alto Paraguay, dijo que la ignorancia, el miedo y la corrupción son flagelos que se tienen que erradicar de nuestro país, por el grave daño que causan al tejido social de la nación.

El domingo pasado, monseñor Lucio Alfert, titular del Vicariato Apostólico del Pilcomayo, cuestionó a los intendentes que desvían dinero del Fondo Nacional de Inversión Pública y Desarrollo (Fonacide), indicando también que hay que acabar con la narcopolítica, esa perversa conexión entre los traficantes y productores de drogas con autoridades que les amparan y otorgan impunidad.

Asimismo, lamentó la situación de explotación y marginamiento en la que viven los indígenas –cuya población está estimada hoy en unas 120.000 personas de las dos regiones del país, la Occidental y la Oriental–, apuntando que sus carencias materiales son tan graves, que es necesario que las autoridades y la sociedad civil pongan atención a los problemas de los pueblos originarios.

Monseñor Adalberto Martínez, obispo destinado a la pastoral de militares y policías, dijo, en tanto, ayer, que “se debe poner fin a la mafia del narcotráfico” que expone al peligro diversos aspectos de la realidad nacional.

Teniendo aún presentes las recientes palabras del papa Francisco en nuestro país, realizó una autocrítica destinada a la Iglesia paraguaya como institución que requiere también de profundos cambios y mayor coherencia entre lo que dice y lo que hace en su labor evangelizadora.

En momentos en que la corrupción al desnudo –en instituciones como la Universidad Nacional de Asunción (UNA), la Contraloría General y la Justicia Electoral– motiva una sana reacción ciudadana, reclamando honestidad a los administradores de los bienes públicos, el verbo comprometido de la Iglesia refuerza la aspiración de contar con un país libre de corruptos y de narcopolíticos que se acercan al poder para conseguir impunidad.

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