Cuando se llama periodismo a cualquier cosa

Susana Oviedo – soviedo@uhora.com.py

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En estos días de confusiones, violencia en el discurso, fanatismo exacerbado y tsunami de mentiras, la necesidad de un periodismo auténtico, esencial, de alta calidad se torna imperioso. Ese periodismo que no renuncia a principios elementales que lo hacen tal, como el de buscar aproximarse a la verdad. Una misión tan constitutiva de esta profesión, como el de sanar y salvar vidas que hacen al médico, o de obtener justicia para su defendido, que hace al abogado. En 30 años de periodismo, uno ya está en condiciones de extraer algunas lecciones sobre esta tarea tan delicada y noble.

La experiencia demuestra que cuanto más formada es la sociedad, más exigente es con lo que “consume” informativamente. El público está preparado para distinguir entre periodismo basura o seudoperiodismo y periodismo profesional; está entrenado para identificar noticias falsas (fake news), rumores y chismes, de noticias reales; u opinión de información. Además, las personas conocen sus derechos y no dudarían de reclamar ante el medio de comunicación y/o ante la Justicia si se ven vulneradas en su personalidad, honor, honra o imagen.

Todo lo cual, sin embargo, no evita que al mismo tiempo de un periodismo profesional, lo que es igual a comprometido, se desarrollen versiones torcidas y perversas de esta tarea pretendiendo presentarlas como tal. Y no, no son periodismo. Para nada. En los últimos 10 años en el Paraguay ha habido una inusual explosión de nuevos medios de comunicación, lo que para el gremio periodístico siempre es alentador desde la perspectiva laboral, porque implica fuentes de trabajo para los profesionales de la comunicación.

Pero cuando en poco tiempo nos damos cuenta de que muchos de esos medios no son sino aventuras empresariales o proyectos comunicacionales con fines netamente electorales o para defender intereses coyunturales de algún sector, y no los intereses generales de los ciudadanos, es que vamos mal. Y muy mal, cuando además adoptan el sensacionalismo en su versión más primaria. Esa que banaliza la vida social, la que instala temas intrascendentes como la vida privada de las personas, falsea la información, resalta el morbo, reafirma diariamente estereotipos y apunta directamente al “pan y circo” para distraer la atención del pueblo, de los temas relevantes, de los conflictos sociales, políticos, económicos, de las equivocaciones que cometen los gobernantes o de los casos candentes que exponen toda la vulnerabilidad del sistema. Y peor aún nos va cuando vemos que los otros medios, no tan nuevos, terminan adoptando la misma línea sensacionalista porque es la que mueve el ráting y a los anunciantes, claro.

Es lo que pasa y es un enorme retroceso porque demuestra el fracaso del sistema educativo en particular, y de las instituciones en general. En lugar de tener una mayoría ciudadana cívicamente mejor formada, tenemos una poco reactiva y poco consciente de cómo operan los poderes fácticos y acepta que desde ciertos medios de comunicación le ofrezcan un servicio de pésima calidad y, encima, la embrutece.

Pero además, nos habla de cómo se recicla el mismo círculo de hipocresía que hace que a los empresarios les interese más sostener con publicidad y apostar económicamente por programas de televisión y en otras plataformas que convierten todo en espectáculo, que pisotean todo lo elemental del periodismo, que hacen trizas a las personas, que no buscan servir, sino dañar. Que no tienen un mínimo de reglas y que, encima, esparcen odios y mentiras.

Dejemos de llamar periodismo a cualquier programa o publicación; y periodista a cualquier personaje, solo porque sale en TV o habla ante un micrófono, tiene un blog o tuitea todo el tiempo. Aprendamos a discernir y exigir. Por profilaxis mental, botemos todo lo que desde los medios impunemente destruye, divide, cosifica a las mujeres y denigra al ser humano. El Paraguay merece mucho más a estas alturas de su existencia.

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