Volver al buen trato

Por Lupe Galiano

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Por Lupe Galiano

En el tránsito todo el mundo está cabreado y soluciona sus dramas con bocinazos, insultos y demás improperios. En el supermercado la gente siempre está apurada: piensa que el carrito es un coche de Fórmula 1 y hay que adelantarse a todo lo que da el timón para sacar antes el numerito de la carne o para llegar a la caja. En el ascensor se aplica la ley del más fuerte: el grandote te atropella nomás: no importa si el que está intentando entrar o salir ande con muletas. En las redes sociales se lee cada cosa y en la tele se ve cada disparate que ni vale la pena contar.

Con tanto apuro y tanta rabia, es fácil saltar de la molestia por algo trivial a una causa de vida o muerte. Y no es solo cosa de delincuentes o descerebrados, ya que en esta creciente ola de violencia cotidiana, contener la ira se vuelve un desafío para cualquiera, hasta para el mismísimo Buda.

Pero en lugar de ser fatalistas y gruñir en contra de la falta de respeto, cada uno puede iniciar una militancia activa en favor de la convivencia armónica para recuperar un valor del que antes se hablaba tanto: la proverbial cordialidad paraguaya. Pequeños gestos cotidianos pueden aportar mucho a mejorar los ambientes donde nos movemos, desde el mismo hogar hasta la calle y el trabajo.

Aunque además del compromiso de cada quien, el Gobierno tiene que comprender, si a las autoridades les da la cabeza y el corazón, que hay un país que se tiene que refundar. Tenemos que pasar del Estado de paz y progreso sustentado en la represión y la intolerancia, a otro de convivencia armónica y próspera, que respete a los más débiles y también a los más chicos. No es difícil, solo falta (buena) voluntad.

Buena voluntad que comienza con hacer funcionar de verdad los sistemas de protección de niños, mujeres, adultos mayores y otros sectores que, por vulnerables, son los que más sufren atropellos.

Buena voluntad que hace que la Justicia actúe rápido en los casos de agresiones, atropellos y asesinatos, ya que los castigos a abusadores, violadores y asesinos por odio no solo reconfortan a la ciudadanía, sino que sirven de tranca para desistir de presionar por la fuerza a otras personas a hacer algo que no quieren.

Buena voluntad para educar a los docentes y estudiantes en derechos y obligaciones, no en prejuicios y disparates, como el largor de la pollera o el arito en la nariz.

Y así. Si cada uno hace un poquitito o dos, vamos a vivir en el país más feliz del mundo. Amén.

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