Solo un Torazo es capaz de asimilar un golpe traicionero

  • Facebook
  • Twitter
  • Email
  • Print

El rincón de los recuerdos. El Torazo tiene en la sala de su casa una galería de fotos. La muestra con la mano izquierda temporalmente más útil que la derecha enyesada.

Pedro García Garozzo

deportes@uhora.com.py

El más exitoso referente de la historia del boxeo paraguayo y el que más veces combatió por títulos mundiales, ganando en el ocaso de su carrera un cinturón de una organización menor, Juan Carlos Toro Varadero Giménez pasó el momento más difícil de su vida, del que salió airoso gracias a una contextura física forjada en el deporte: el grave accidente sufrido el 23 de agosto pasado. Hay que ser un Torazo para sobrevivir a semejante prueba.

El percance le produjo once costillas rotas, una triple expuesta en el brazo derecho (operado y salvado casi milagrosamente), múltiples magullones (sin fisura) en las piernas y la perforación del pulmón.

“El instinto del gladiador, al taparme la cabeza con el brazo, me salvó la vida. Yo he peleado hasta con el diablo, con los mejores: Benn, Calzaghe, Eubank, Galvano (por títulos mundiales), Camarat, Salgado, César Romero en el Luna Park (pese a ser declarado perdedor por puntos el entendido público argentino lo ovacionó y le pedía autógrafos). Nadie me lastimó. Pero este golpe traicionero casi me lleva de este mundo”, exclamó al recibirnos en su casa del barrio Molino, de Luque, donde se repone tras recibir el alta la semana pasada. El Toro tomó la palabra, como en sus recordadas epopeyas pugilísticas cuando se adueñaba del centro del ring y encaminó el diálogo.

–Nunca lo soñé ni esperé. Fue en forma traicionera. Esto es algo que no se acepta ni en la ruda disciplina del boxeo, donde no está permitido pegar en la nuca o la espalda. Yo cumplí la ley de tránsito. Crucé por mi camino de siempre. Pero esa camioneta que cruzó en rojo y a toda velocidad me embistió y me hizo volar y caer sobre otro vehículo estacionado. Fui atropellado a traición.

–Te vemos muy bien y sobre todo con una progresiva recuperación.

–Sí, estoy bien. Puedo caminar por mí mismo con ayuda del bastón, aunque quedé con el brazo fracturado, operado y enyesado.

–¿Qué es lo que más recuerdas del accidente?

–Quise levantarme porque al principio no dimensioné la gravedad. Pero al ver mi brazo atravesado dije: ¡Dios mío, mi mano derecha!

Aquí se le quebró la voz recordando la mano con la que edificó su carrera, sus triunfos y que es su instrumento de trabajo como docente hoy en el gimnasio del profesor Francisco Lefebvre, donde enseña boxeo.

–Me di cuenta de la gravedad del caso y con ayuda de una estudiante de Unasur llegué a comunicarme con mi esposa y a darle aviso de lo ocurrido. Después me desvanecí. No tengo sino palabras de agradecimiento a quienes me atendieron en el lugar del percance y después en Emergencias Médicas, los doctores de cabecera y esas abnegadas y fieles enfermeras.

–¿Estuvieron a punto de amputarte el brazo, verdad?

–Sí. Al cuarto día me dijeron: “Significás algo tan importante para el país, que cuando supimos quién eras vos hicimos todo el esfuerzo para salvarte el brazo”. Estoy agradecido con toda el alma. Hoy sé que tenemos profesionales de primer nivel. Sigo teniendo el brazo y hoy ya lo puedo mover nuevamente de a poco.

Su esposa Sara nos comenta que debe someterse a un mes de tratamiento de recuperación de fisioterapia que tiene un costo de G. 3.900.000, prácticamente el doble de la suma que la madre de quien provocó el accidente ha depositado. El causante ni siquiera apareció hasta ahora. Y refiere luego un triste episodio más: “Una señora, de nombre Sofía, me visitó quince días después del accidente y me dijo que estaba organizando una rifa en nombre de la iglesia Santa Librada. Vendió adhesiones a todo el barrio incluso a la policía. Y luego desapareció. Es una estafadora.

–Te notamos muy fuerte anímicamente y eso quizá, aparte de tu condición física favorable, ayudó a tu recuperación.

–Sí, es que me di cuenta de tantas cosas en esta encrucijada que pasé. Hoy respeto y amo más que a nada a ese Dios que mostró su poder, que me dio una lección que me faltaba para acercarme mucho más a Él, a mis amigos, a mi familia, mi esposa, mis hijos (Natalia, 32 años; Juan Carlos, 30; Juan Pablo, 27, y Vanesa, 20).

–¿Qué viene ahora?

–Completar mi recuperación y seguir enseñando al lado de mi gran amigo, mi hermano, el profesor Francisco Lefebvre.

  • Facebook
  • Twitter
  • Email
  • Print
Más contenido de esta sección