Ideas rodantes

Algo se mueve en las calles. Son emprendedores que encontraron sobre ruedas una manera de ofrecer un servicio diferenciado y de ganar clientes. Una modalidad de negocios que gana cada vez más adeptos.

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Revista Vida

Optaron por no anclarse al suelo urbano. Ellos prefieren ir y venir... andar. Cual tortuga con su caparazón a cuestas, pero en una versión más veloz, los negocios móviles hoy se abren paso por las calles paraguayas, ofreciendo sus productos y servicios al transeúnte o a quien lo solicite vía telefónica.

Comida, ropa, bijouterie, lavado de vehículos, gomería, son solo algunos de los tantos rubros que se pueden encontrar en esta versión posmoderna sobre ruedas: a bordo de motocicletas con o sin carrocería, furgonetas, kombis o camionetas, acondicionadas para trabajar cómodamente y para llamar la atención.

Muchos de ellos aprovechan la gran expansión que tienen en el país redes sociales como Facebook o Instagram, o sistemas de mensajería como WhatsApp, para promocionarse y captar clientes. Y es que en tiempos en que todo el mundo anda apurado, esta constituye una buena alternativa para ambas partes: compradores y vendedores.

Julián de Madrignac, Gabriela Rivaldi, Mario Duarte y Roberto Villamayor cuentan sus experiencias a bordo de sus negocios móviles.

Ruedas y redes

Con su tienda móvil, Gabriela Rivaldi lleva su bijouterie a todas partes.

Cuando estaba cursando el último año de la secundaria, Gabriela Rivaldi (18) ya tenía ganas de trabajar y generar su propios ingresos. Por eso, apelando a la ayuda de sus padres, compró pequeñas mercaderías –como accesorios para el pelo y bijouterie– que llevaba al colegio en un bolsito, para vender.

Al terminar esa etapa educativa, recorrió oficinas con un bolso de mano, ofreciendo sus artículos, y después se instaló en una transitada vereda con una mesita, para seguir con su micronegocio. “Al principio pensaba en poner un local, pero en realidad quería algo que pudiera llegar a todos lados”, dice. Entonces surgió la idea de equipar una tienda móvil.

Nuevamente con ayuda de sus padres, Ariel y Rossana, adquirió un pequeño vehículo con carrocería, que hizo pintar de vistosos colores, donde acomodó estratégicamente sus mercaderías, entre las que resaltan bijouterie y fragancias. Y así, Milu Accesorios salió a las calles a tentar a los clientes, mayoritariamente del sector femenino.

La edad de Gabriela es una ventaja a la hora de utilizar los recursos que brindan las redes sociales como Facebook (Milu Accesorios), Instagram y WhatsApp, a las que les saca provecho para aumentar sus ventas. “Mucha gente ya me conoce. Me buscan en el Facebook o en Instagram para ver qué novedades tengo y dónde voy a estar, o me envían mensajes por WhatsApp”, cuenta.

El tener un negocio móvil, sin embargo, no implica que no se quede nunca en un lugar. Al contrario, la joven comerciante tiene calendarizadas sus jornadas y se instala en distintos lugares según el día de la semana. Así, por ejemplo, se la puede encontrar al costado de la Administración Central de Electricidad (Ande), sobre España; frente a la Universidad Americana; afuera del Palacio de Justicia o frente a la Facultad de Derecho.

Short de jeans, solera y sandalias bajas. El atuendo de Gabriela se adecua a sus condiciones de trabajo, al aire libre, en días calurosos, como los que tenemos con frecuencia. “Esto es muy diferente a trabajar en una oficina, donde uno está sentado, con aire acondicionado y con un horario fijo de entrada y salida”, aclara. “Acá –al costado de la Ande– yo tengo que estar a las 6.00 de la mañana para encontrar un lugar donde estacionar mi vehículo. Los negocios abren recién a partir de las 8.00, pero yo tengo que estar antes”.

Como todo, lo suyo tiene altibajos. “Hay días de muy buena venta, sobre todo a fin de mes, y otros no tanto”. Sin embargo, el negocio anda. “La creatividad y las ganas son muy importantes para salir adelante”, resalta.

Pero ella piensa incluso más allá. “Me gustaría multiplicar los camioncitos”, proyecta. Es que, cuando la mente también se mueve, todo es posible.

Verde que te ofrezco verde

Mario Duarte recorre las calles lambareñas con sus frutas y hortalizas frescas.

El ruido del motorcito y un parlante anuncian su proximidad. Como todos los días, Mario Luis Duarte Lovera (37) llega a algún barrio de la ciudad de Lambaré ofreciendo sus frutas y verduras, a bordo de su motocarro. Él se dedica a este rubro desde hace ya 18 años. Sin embargo, varios meses atrás liberó al caballo que tiraba de su carrito, reemplazándolo por una motocicleta.

Bien temprano, Mario acude al Mercado de Abasto para aprovisionarse y luego sale a recorrer las calles. Piña, melón, naranja, banana son solo algunas de las mercaderías que ofrece desde su puesto ambulante.

“Ya tengo una clientela formada. Todos me conocen. Visito un promedio de 300 casas por día. Recorro mucho, porque a veces uno quiere hoy y otro no. Y ese que no compró hoy me compra mañana, y así sucesivamente. En una cuadra sí o sí tengo dos o tres compradores por lo menos”, explica, y agrega que lo que más le piden son las verduras para preparar la comida. “La gente busca precios más convenientes y compra en su casa por comodidad, pero también por cuestiones de seguridad. Prefieren no salir”, revela.

La pequeña moto se desplaza moviendo su carga. No es fácil, ya que Mario lleva un promedio de 400 a 500 kilos de productos por día, haga calor o frío. “Cuando llueve salgo igual. Ya estoy acostumbrado”, explica.

Cuando está terminando su recorrido, hace combos con lo que le queda y vende más barato, para que no le sobre. “Les hago precio especial, porque si no, se echa a perder toda la mercadería. Lo que se puede salvar son las naranjas y piñas. Lo demás se descompone por la vibración del carro.

Generalmente, el hombre llega a su casa, en el barrio San Isidro de Lambaré, alrededor de las 4.00 o 5.00 de la tarde. “A veces tardo un poquito más, sobre todo en estos últimos meses, porque la situación en la calle no está muy bien, hay escasez de plata”. Con dos hijos (de 16 y seis años), Mario encuentra en la movilidad la manera de ganarse la vida, pero reconoce que, aunque consigue sustentar con esto a su familia, hay que pelear día a día.

“En nuestro ramo, si no trabajás un día, mañana no comés”, sentencia, y añora tiempos mejores. “Antes hacía dos viajes por día y vendía todo, porque había más plata y cualquiera tenía su trabajito y compraba. Ahora hay veces que en un viaje no vendo lo que tengo. La gente compra lo justo, lo que va a consumir hoy, porque todo subió el triple. Lo que antes costaba 20 ahora cuesta 70".

Pese a todo, Mario sigue moviéndose con sus frutas y verduras, y no piensa detenerse.

Yo, mi propio jefe

Panchos calentitos, recién salidos... de la moto de Roberto Villamayor.

Probó varias salidas laborales, y en ninguna le fue bien. Pero Roberto Villamayor (34) necesitaba con urgencia una fuente de ingresos y decidió volver a intentar otra opción.

Tenía una motocicleta a la que quería sacarle provecho de alguna manera. Además, siempre le habían dicho que la comida era un buen negocio, algo que tenía bien presente. Y entonces todo fue cuestión de combinar ambos elementos, y el resultado fue: la motopancho.

“Empecé a equipar mi moto. Yo diseñé todos los elementos que necesitaba para ubicar mis cosas y la llevé a una metalúrgica para que los fabriquen”, explica.

Un tubo donde va una garrafita y una cacerola para hervir los panchos, dos conservadoritas atrás para llevar los panchos crudos, una caja donde van todos los condimentos con sus respectivos soportes (todo de acero inoxidable) y una conservadora para mantener frías las gaseosas. Todo esto esto forma parte de su motocicleta, que llama la atención adonde quiera que vaya.

Con esta infraestructura, Roberto vende panchos y superpanchos trasladándose de un lugar a otro.

“Hace ya casi siete años que estoy con este negocio. Y me gusta porque yo soy mi propio jefe. Hacer las cosas por tu cuenta es mucho mejor”, asegura. “Gracias a Dios, ya tengo clientela formada, me llaman para cumpleañitos infantiles o de adultos, despedidas de soltero, para los que quieran desayunar panchos después de un casamiento...”.

De lunes a sábados, de 18.00 a 21.00, Roberto recorre las calles de Asunción respondiendo a los pedidos (que tienen que ser de un mínimo de seis panchos para que sea rentable su traslado). Y los fines de semana lo llaman para torneos de golf en un conocido club social. “A veces me voy a Samber o a Limpio”.

Ya lo sabe, si ve por la calle una motocicleta que parece una nave espacial, probablemente sea la motopancho.

Una idea impecable

La limpieza de vehículos a domicilio es un buen negocio para Julián De Madrignac.

A Julián de Madrignac (28), la idea de independizarse laboralmente le venía dando vueltas en la cabeza desde hacía tiempo. Hasta que un día decidió cambiar la comodidad del sueldo fijo por la aventura incierta de convertirse en su propio jefe.

Su señora lo ayudó a concretar ese deseo, cuyo punto de partida fue una motocicleta, a la que luego le puso carrocería. Así fue tomando forma lo que hoy es Al Agua Patos, un servicio de lavado de autos a domicilio.

Una hidrolavadora –para poder lanzar el agua con buena presión–-, una aspiradora y un tanque de agua de 200 litros se convirtieron en sus principales aliados para sacar la suciedad de los vehículos. Manguera, prolongador, champú, abrillantador de cubiertas, silicona y otros tantos productos de limpieza completan el equipamiento que le permite hacer un trabajo impecable.

“La idea es brindar el servicio mientras la gente está en su trabajo o en su casa, porque hoy muchos ya no tienen tiempo para nada. Entonces, esto les resulta práctico”, explica Julián.

Este joven considera que el aspecto publicitario es clave para el éxito de su trabajo. “Nosotros hicimos mucho hincapié en la propaganda. Mi hermano, que trabaja en una publicitaria, me hizo un logo llamativo para poder atraer clientes. Y luego promocionamos a través del Facebook. Ahí se empezó a mover muy bien el negocio”, revela, mirando a un simpático pato pintado en la carrocería de su vehículo.

Tres a cuatro lavados por día es lo mínimo que necesita para que este negocio le sea rentable.

“Lo que más quieren los clientes es que el interior esté limpio y brille. Yo llego a las casas y lo único que pido es un enchufe. Después me encargo de dejar el auto como nuevo”, asegura. El tiempo que dura el lavado depende del tamaño del vehículo y del grado de suciedad que tenga. “Hay algunos que están tan sucios que te lleva dos horas de trabajo, prácticamente”. El promedio es de una hora y media para los autos, y dos horas para las camionetas. Y el costo es entre G. 40.000 y 50.000, en cada caso.

Julián comprobó que los fines de semana son los días en que la gente usa más sus vehículos. “Los sábados y los lunes tengo más pedidos. Los domingos también, pero decidí dejar de trabajar esos días, porque también es importante estar con la familia y descansar”, reflexiona.

Por el momento, su trabajo se limita a las zonas Sur y Norte de Fernando de la Mora, parte de Villa Elisa y barrio San Pablo. “Si hay al menos tres vehículos para lavar, me puedo alejar un poquito más. Pero si no, no, porque no es rentable”, explica.

Como su móvil está buena parte del día circulando por las calles, el número telefónico bien grande pintado en la carrocería está a la vista de todo el que pase cerca de él. Publicidad andante y efectiva. Julián comprobó que, con un poco de ingenio y saliendo a buscar a los clientes, se puede generar sus propios ingresos, limpiamente.

Texto: Silvana Molina / Fotos: Fernando Franceschelli.

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