02 nov. 2024

Arriesgar la vida para salvar otras

Pánico y desesperación. Intensas llamaradas. Gritos de pedidos de auxilio y llantos. Esa fue la escena con la que se encontraron las primeras personas que llegaron al supermercado Ycuá Bolaños para el servicio de rescate. Aquel 1 de agosto de 2004, el fuego y la negra humareda cambiaron para siempre la vida de estos rescatistas. Estas son algunas de sus historias.

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Ilustración: Enzo Pertile - ÚH.

Luego de pasar todo el domingo rescatando personas y sacando cuerpos del Ycuá Bolaños, Rubén Darío González llegó a su casa a la noche. No cenó. Se bañó y pidió ayuda a su esposa para lavar su uniforme, que debía volver a usar al día siguiente. Después fue hasta sus hijos, los abrazó con mucha fuerza y se quebró en llanto.

No durmió. Amaneció y volvió al supermercado para seguir buscando entre los escombros.

Rubén hoy tiene 51 años. Fue uno de los paramédicos de la Cruz Roja que acudieron al incendio ese día.

Mucho tiempo después de ese día, siguió teniendo problemas para conciliar el sueño. Sus recuerdos de aquel servicio son duros hasta de describir, pero siguen muy vivos en su mente cuando piensa en aquel episodio: Una persona encontrada recién al día siguiente del incendio, atrapada detrás de una media res de carne; tener que pisar cadáveres o restos de personas para entrar a aquel recinto totalmente a oscuras.

Rubén encontró a un amigo suyo sin vida en el estacionamiento del Ycuá, aún dentro de su vehículo. La esposa e hija de aquel hombre también fallecieron. Otra amiga murió asfixiada en las escaleras, cuando intentaba salir. Ella trabajaba en el área de Talento Humano del supermercado.

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Rubén Darío González, paramédico de la Cruz Roja, relató su experiencia en el incendio.

Foto: Rodrigo Villamayor - ÚH.

Sigue siendo paramédico de la Cruz Roja hasta hoy y se acuerda muy bien de aquel domingo, cuando cerca de las 11:40 escuchó en la radio un reporte de código 1040: Un incendio.

Él pasaba el día con su familia en el Jardín Botánico y no tenía idea de qué se estaba incendiando. Desde su ubicación, a unos 800 metros del súper, vio la columna de humo. Decidió tomar su auto y, junto a su esposa e hijos, siguió la humareda hasta llegar al Ycuá.

Su esposa lo dejó ahí y se alejó con los niños.

Atónito, Rubén vio a gente siendo sacada deprisa, como se podía, con quemaduras o dificultades para respirar –todavía con vida–, alzada a patrulleras de la Policía Nacional para ser llevada a los hospitales más cercanos.

De la impresión y sin protección, el paramédico ingresó también a ayudar al lugar por un boquete hecho para sacar a las víctimas, por el costado de la puerta principal, la cual estaba cerrada.

“Lo que a nosotros nos tocó vivir y ver superó todas nuestras expectativas. Jamás pensé ver tanta desgracia junta. Fue el primer incendio grande que se dio en Paraguay”, relata Rubén.

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Rubén Darío González en el estacionamiento donde encontró muerto a un amigo el 1 de agosto de 2004.

Foto: Rodrigo Villamayor - ÚH.

El lunes siguiente al fuego, aún se acuerda, al hurgar en el supermercado encontró varios restos de personas. En aquella época, la discoteca Tropi Club estaba frente al recinto, sobre la avenida Artigas. Ahí fueron llevados los fallecidos, mientras se esperaba que fueran identificados. Posteriormente, las identificaciones se hicieron en el estadio 4 de Mayo, la ex Caballería.

Rubén, que durante mucho tiempo despreció el olor del asado y no pudo ver carne a la parrilla, recuerda que los jóvenes voluntarios de la Cruz Roja tuvieron que formar una valla perimetral desde el supermercado hasta el predio del local nocturno, para que por allí puedan pasar a los muertos.

Un antes y un después

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Rubén Darío González observando los objetos que pertenecían a las víctimas, hoy exhibidos en el Memorial.

Foto: Rodrigo Villamayor - ÚH.

El paramédico de la Cruz Roja regresa al sitio después de dos décadas. Ya no es un infierno, ahora está convertido en un memorial. Al ver el cambio, no puede contener el llanto: Ese lugar marcó un antes y un después en su vida.

“Fortaleció de cierta manera mi compromiso como voluntario porque es lo que me toca y más siendo voluntario de una institución como la Cruz Roja”, expresa, mientras deja caer algunas lágrimas.

Tiene 31 años de voluntariado. Cuenta que muchos compañeros renovaron su compromiso con la institución después de la tragedia. Otros, quizás más marcados por tantas muertes, se retiraron.

La imagen del Ycuá que durante 20 años tuvo en su mente es la del edificio derrumbado, con bloques de cemento y vidrios rotos.

“Recordar es doloroso. Es poca la gente que seguramente va a querer hablar de este tema, porque no es una anécdota linda. Muchos nos consideran héroes y demás. ¿Héroes de qué? Solo hicimos lo que teníamos que hacer”.
Rubén Darío González, paramédico de la Cruz Roja.

“La idea de esto es preservar la memoria. Pero el dolor que uno siente al entrar aquí no quisiera que se olvide. No sé si es la forma. No esperé volver a sentir ganas de llorar. Son muchas cosas, sentimientos encontrados que tengo acá”, expresa sentado en un espacio del memorial denominado el ágora. Veinte años atrás, ese lugar era de muerte y dolor.

Rubén reclama a las autoridades que verdaderamente sean exigentes con las normas de seguridad en los comercios y, sobre todo, pide capacitar a los trabajadores para brindar primeros auxilios.

La rampa, una imagen imborrable

La rampa, una de las salidas del Ycuá, es el lugar donde murió la mayor cantidad de personas que querían escapar del incendio. Pero como el fuego se propagó tan rápido, arrasó con todo lo que encontró a su paso, incluidos quienes estaban en la rampa y los automóviles en el estacionamiento.

Este sitio es recordado por el comisario principal Gustavo Cano, de 47 años, jefe del Departamento de Bomberos de la Policía Nacional y uno de los primeros en llegar al lugar con sus compañeros. Ese día, él trabajó desde la avenida Artigas apagando el fuego de un sector de la cocina.

Gustavo recuerda cómo encontró a personas apiladas en la rampa. Una gran parte de estas personas murieron por falta de oxígeno. Durante los días que trabajó ahí apagando el fuego, vio imágenes que hasta hoy puede recordar: Mujeres y niños calcinados, una embarazada fallecida en medio de las llamas. Él tampoco pudo dormir bien durante mucho tiempo.

El bombero de la Policía coincide con el paramédico de la Cruz Roja: También vio las puertas cerradas cuando bajó de su carro hidrante al llegar. Justamente por eso, relata, él y sus camaradas decidieron cortar los candados del portón para poder ingresar a la zona de la rampa.

Una vez adentro, tuvieron que buscar entre los muertos a las personas con signos de vida y que aún podían ser salvadas. Si no estaban cerradas las puertas, reflexiona Gustavo, el tiempo no les habría jugado en contra y ellos hubiesen podido rescatar a más gente.

“Fue lamentable lo del Ycuá Bolaños. Perdimos a muchos paraguayos, perdimos familiares, amigos, y lastimosamente también a un personal policial, que vino a hacer compras con su familia”, señala mientras observa aquella misma rampa, hoy conservada como parte importante del memorial.

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El comisario principal Gustavo Cano y el suboficial superior Édgar Bogarín, al lado de la rampa en la que murió mucha gente durante el incendio.

Foto: Rodrigo Villamayor - ÚH.

De entre los cuerpos, rescató a una niña

Otro bombero de la Policía Nacional que enfrentó el fuego desde la primera línea y quedó con secuelas de por vida fue el suboficial superior Édgar Bogarín, de 47 años. Él quisiera no acordarse de lo ocurrido, aunque accede a compartir su historia.

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El suboficial superior Édgar Bogarín muestra el sitio de donde rescató a una niña.

Foto: Rodrigo Villamayor - ÚH.

En la jornada del incendio, rescató a varios niños, pero vio morir a muchos más.

El uniformado cree que fue Dios quien puso en su camino a uno de esos niños. De las intensas llamas, sacó a una niña de 7 años con vida. Era Tatiana Gabaglio, cuya historia de resiliencia hoy es una de las más conocidas del Ycuá Bolaños. Ella había quedado entre el fuego, atrapada, bajo los escombros del cielorraso. Fue allí donde perdió una pierna.

Édgar estaba tratando de rescatar a las personas que podía, cuando la encontró pidiendo socorro y con dificultades para respirar a causa del humo que había inhalado. Había otros cuerpos sobre ella.

El bombero consiguió sacarla, la alzó y la tomó entre sus brazos. Tenía un enorme pedazo de plástico derretido en la pierna. La entregó afuera para que de inmediato fuera enviada a un centro médico. Durante todos estos momentos, quedó impactado con el parecido de aquella niña con su propia hija de 4 años.

Fue a visitarla al día siguiente y desde ese día formó una amistad con ella y su familia, que perdura y cumple 20 años. Con el tiempo, Tatiana se hizo bombera.

A dos décadas del siniestro, Édgar resalta que es necesario todavía priorizar la seguridad en los supermercados y hacer más inversión en las salidas de emergencia.

“Fue como un viento fuerte que arrasó todo”

Cuando piensa en aquel domingo, a Javier Rosalino Duarte Soilán, de 54 años, se le forma un nudo en la garganta. Hace 20 años era miembro de la Comisaría 12 ª Metropolitana. Su rol como policía era principalmente estar apostado dentro del supermercado, para custodiar las cajas. Prácticamente era un guardia de seguridad más, pero de la Policía Nacional.

Él estaba dentro del recinto de compras cuando repentinamente oyó una explosión y corrió hacia la salida. Según recuerda, había conseguido salir y a los pocos minutos, las puertas del Ycuá Bolaños fueron cerradas.

“En el momento en que ocurrió la explosión, era como un viento fuerte, un tornado que salía y que arrasaba todo. Por instinto salí y luego ya vi el humo negro”.
Javier Rosalino Duarte Soilán, policía y ex guardia del supermercado.

Pudo auxiliar a una embarazada de nueve meses de nombre Amada Correa, jefa del patio de comidas. Estaba casi desvaneciéndose, así que la ayudó a cruzar la avenida Artigas, hasta una estación de servicios, allí había una cabina telefónica. La acercó hasta el teléfono para que pudiera comunicarse con sus familiares.

Javier manejaba la información de que los guardias de seguridad propios del súper tenían instrucciones de los jefes para que, si ocurría un incidente, tenían que cerrar las puertas para evitar que salieran los clientes.

Días después de lo ocurrido, se enteró de que los candados de los portones principales de acceso fueron violentados para poder rescatar a las víctimas. Hasta ahora cree que hubo una orden de cerrar las puertas ese día.

Javier rememora esta parte de su historia durante una entrevista con Última Hora en el Memorial del Ycuá. Al volver al sitio donde antes se erigía el supermercado, Javier no puede evitar sentir una emoción muy fuerte.

“Se me hace un nudo revivir ese día, ese momento. Yo me salvé”, dice con la voz entrecortada.

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Javier Rosalino Duarte tiene varios recuerdos de aquel domingo que marcó su vida.

Foto: Rodrigo Villamayor - ÚH.

No puede contener las lágrimas cuando se le consulta si para él fue una segunda oportunidad de vida. Asienta con la cabeza, solloza y responde que sí.

“Después de eso, me dediqué a cumplir con mi servicio como personal policial en la comisaría, dando todo de mí, ante la sociedad y también para mi familia. Hubo ese cambio en mí, antes de ese incidente y posteriormente a eso. Todo el día pienso de lo que me salvé. Es algo muy muy grande”, reflexiona.

Hoy el memorial le da una sensación de paz y tranquilidad. Pese a eso, no puede dejar de pensar que nada devolverá la vida a los centenares de víctimas.

El miedo a morir con sus compañeros

Había gritos desesperados por todos lados y el capitán Christian Vázquez debía cumplir con una misión clave durante el incendio del Ycuá Bolaños. Con sus compañeros del Cuerpo de Bomberos Voluntarios del Paraguay, conocidos como los bomberos amarillos, tenían que desmontar una antena por el riesgo de derrumbe.

La orden que recibió para aquella tarea fue la de salir a como dé lugar si sonaban las alarmas, porque esto significaba que colapsaba la estructura.

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El capitán Christian Vázquez, del Cuerpo de Bomberos Voluntarios del Paraguay (CBVP), observando la rampa del ex supermercado Ycuá Bolaños.

Foto: Andrés Catalán - ÚH.

Unas escaleras conducían a la antena y mientras el bombero voluntario subía, veía los rastros de uñas en las paredes, de la gente que desesperada intentó escapar del fuego por ahí.

“Eso me impactó mucho y hasta hoy tengo eso en la retina”, describe el bombero voluntario. Hoy, Christian tiene 40 años y es director de Relaciones Públicas del CBVP.

Al haberse imaginado a las víctimas trastabillar e ir cayendo por las escaleras que él subía, le invadió la incertidumbre. Por un segundo deseó no ser bombero y no estar ahí.

“Cuando sonaron las sirenas, estábamos arriba haciendo el desmonte de la antena y fue la primera vez en mi vida, en esos tres años de bombero, que dije: ‘¿Qué carajos hago yo acá?’, ‘¿Quién me obligó a ser bombero voluntario?’. Fue la primera y la última vez que pensé en eso. Me paralizó el temor de que toda esa estructura se me cayera encima. Vi a mi alrededor a todos mis camaradas y creía que íbamos a morir enterrados”, relata.

Las alarmas esa vez estaban sonando por una fuga de gas y era una forma de pedir evacuar apresuradamente el sitio, no por el peligro de colapso.

Entre sus recuerdos continúan aquellas escenas de las personas sacadas por un tragaluz porque las puertas estaban cerradas, la inmensa cantidad de fallecidos que quedaron como alfombra y el sector donde se realizó un cumpleaños infantil, de donde retiraron pequeños cuerpos.

Quizás el recuerdo más poderoso de aquel día es el de un jugador de rugby, cuyo nombre Christian hasta hoy desconoce, que entró y salió siete veces del lugar para rescatar a las víctimas. La octava vez, ya no salió. Quedó atrapado y murió luego de salvar muchas vidas. Para Christian, aquel joven fue un verdadero mártir del Ycuá Bolaños.

El bombero hasta hoy sostiene que hubo una orden de cerrar las puertas para que los compradores no huyan con las mercaderías.

“Imagínense la criminalidad empresarial, porque la orden era que se cerraran las puertas, prevaleciendo el valor de las mercaderías por encima del valor de la vida misma. Las puertas de emergencia podían haber estado. Pero estaban cerradas”
Capitán Christian Vázquez, director de Relaciones Públicas del CVBP.

En ese sentido, afirma sin duda que las puertas de ingreso y salida también estaban cerradas y con gente apilada. Cuenta que una persona, con su vehículo, incluso atropelló uno de los carros de los bomberos para poder abrir la entrada.

En el transcurso de los 20 años, el capitán de bomberos se había alejado de todo lo relacionado con este tema, incluido el sitio del supermercado, que no volvió a ver en todo ese tiempo.

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El capitán Christian Vázquez, del Cuerpo de Bomberos Voluntarios del Paraguay (CBVP) en lo que era el estacionamiento del siniestrado Ycuá Bolaños.

Foto: Andrés Catalán - ÚH.

Lamenta que aún no haya justicia para las víctimas, sobrevivientes y familiares. “Hay mucha gente que hoy está en cargos y que no hizo nada en su momento para evitar la tragedia del Ycuá Bolaños”, asevera.

Le encantaría que en el memorial funcione un destacamento de bomberos voluntarios.

“Podría ser mucho más útil poniendo una ambulancia que salga de acá para auxiliar gente. Recordar está bien. Pero recordar con una acción, yo creo que estaría mucho mejor”, finaliza.

Ningún bombero, policía ni paramédico falleció en el incendio. Sin embargo, muchos de ellos quedaron con secuelas sicológicas y físicas de por vida.

Ya están disponibles los cuatro capítulos de la docuserie producida por Última Hora en torno al incendio del supermercado Ycuá Bolaños, que cumple hoy 20 años.
Última Hora rescata en este pódcast los momentos clave del incendio del Ycuá Bolaños y la posterior lucha de las víctimas y familiares por obtener justicia.