07 dic. 2024

Reconstruir(se): El duelo
y la contención

Recuperarse física y sicológicamente no ha sido fácil para los sobrevivientes y familiares de víctimas del Ycuá Bolaños. La red comunitaria de amigos, parientes, vecinos y personas hermanadas por el duelo fue un pilar fundamental de contención, memoria y resistencia. Este es un difícil camino de dolor y resiliencia que empezó hace 20 años y hasta hoy sigue.

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Ilustración: Enzo Pertile - ÚH.

La marcha partió desde la iglesia de Santísima Trinidad hasta el ya entonces ex supermercado. Era el viernes 1 de octubre de 2004. Habían pasado exactamente dos meses del incendio que devastó al barrio, a la ciudad y al país.

Una vez frente al local, el padre José Luis Caravias dirigió un acto litúrgico en recordación a las víctimas y para exigir justicia. Los familiares de víctimas pegaron extensos papeles de sulfito con los nombres de sus muertos y desaparecidos.

El sacerdote expresó que aquel edificio en ruinas debía ser entregado al pueblo trinidense y, acto seguido, se realizó un simulacro de martillazos a un montículo de piedras. Lo que debió ser un acto simbólico rápidamente se convirtió en una catarsis colectiva: la gente volcó su impotencia contra la estructura de aquella trampa mortal con martillos, piedras y lo que encontraran. El episodio fue conocido desde entonces como Noche de los Martillazos.

Liz Torres, sobreviviente de la tragedia, recuerda que el portón donde habían pegado los nombres de las víctimas terminó abriéndose inesperadamente, quizás por un viento repentino. Esa fue la señal que necesitaban las víctimas para entender que el edificio del supermercado debía cobrar otro sentido, ya no siendo un espacio comercial.

“Fue como el primer signo de ‘echemos esta monstruosidad que quedó aquí, este horno mortal’. Este fue uno de los primeros gestos que habíamos tenido en ese momento para la memoria”, relata 20 años después.

Cicatrices de por vida

Liz y su esposo, Alfredo Vallovera, estaban de compras en el súper cuando ocurrió el incendio. Sufrieron quemaduras en diferentes partes del cuerpo y además perdieron amigos y vecinos aquel domingo. Como a la familia Lima Torres, a quienes vieron por última vez momentos antes de que se desatara el fuego.

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Foto: Dardo Ramírez - ÚH.

Ella cree que estar casi sepultada entre tanta gente evitó que tuviera peores quemaduras de las que sufrió. Pero aquellas heridas no son las que supuran cada tanto, sino las de la memoria, como cuando recuerda a personas corriendo en dirección contraria a la salida de emergencia buscando a familiares, quizás a sus hijos. O cuando piensa en que hubo una orden de cerrar las puertas para evitar robos, una orden de valorar más las mercaderías que a los humanos.

También piensa en Titito, que tenía 9 años y ya debía haber cumplido 29 años ahora. “Tal vez ya iba a estar terminando la carrera o teniendo hijos”, reflexiona. Él sigue desaparecido. Hasta hoy en día se conservan en urnas las cenizas para conmemorar a todos los desaparecidos.

“Quedan cicatrices. Cicatrices que, por supuesto, van a ser imborrables. Sobre eso se construye y yo creo que con el proceso de organización (de sobrevivientes y familiares de víctimas) que tuvimos, logramos sanar bastante”, comenta.

“Quedan cicatrices. Cicatrices que, por supuesto, van a ser imborrables”

Cuadras y cuadras de casas con velatorios

La sicóloga Carmen Rivarola señala que cada 1 de agosto, a las 11:20, cuando suenan las sirenas de los bomberos en el antiguo supermercado y hoy memorial de las víctimas, el dolor se expresa a través de un llanto convulsivo y muchas personas retroceden a aquel domingo.

Carmen cuenta que, tras la tragedia, sicólogos extranjeros estimaron que por la cantidad de fallecidos y la forma en que murieron, habría muchos suicidios de familiares. Pero hubo solo un caso.

Ella, que perdió a su cuñado en el incendio, sostiene que esos pronósticos no se cumplieron gracias a la red comunitaria que se forjó desde agosto de 2004.

“Esa red impidió que haya más suicidios”, asegura Rivarola, sin olvidar el caso de un chico que había quedado huérfano, primero, perdiendo a su mamá en el incendio y, posteriormente, a su papá en otro hecho no relacionado. Él terminó siendo el único caso registrado de suicidio.

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Foto: Daniel Duarte - ÚH.

En este sentido, la profesional explica que, si bien hubo otros intentos, se logró contener a aquellas personas con más dificultades y eso se consiguió gracias al trabajo de sicólogos y siquiatras, pero también de vecinos de Trinidad, amigos y parientes.

“Este barrio fue un infierno. En cada cuadra había cinco o seis casas con velatorio y ahí es donde aparecen ya los sicólogos y siquiatras y el rol principal para mí le cupo tener al doctor Martín Moreno, que lastimosamente ya falleció”, resalta.

En el año 2015, las sirenas no sonaron y se hizo un minuto de silencio por los fallecidos, al igual que en los dos años de pandemia, 2019 y 2020, cuando la aglomeración de personas estaba restringida.

“Ya no fuimos los mismos que entramos al supermercado”

“Para nosotros es vital ese toque de sirenas, ya que necesitamos hacer catarsis en ese momento”, asevera.

Tras salir del hospital, Liz Torres repasa que el gran desafío era enfrentarse a sus vecinos que habían perdido demasiado, porque en su calle había 15 fallecidos, entre niños, adolescentes y personas adultas.

La felicidad de su familia —porque ella y su esposo habían sobrevivido— fue contrastada por la situación de una vecina muerta en el incendio con una de sus hijas.

“Murió nuestro zapatero, nuestra veterinaria de la cuadra. Entonces, era muy duro pensar que nosotros podíamos ser los elegidos”, cuestiona al recordar la cantidad de religiosos que le decían que ella y el resto de los sobrevivientes habían salido vivos del súper “por una razón”, que era “un milagro”. Estas palabras caían en un saco roto cuando pensaba en todos los niños, las madres y los padres muertos ese domingo.

Torres retrocede el tiempo para pensar en la mirada de una mamá que había perdido a su hijo de 17 años y vivía frente a su casa.

“Me dijo: ‘¿Cómo vos estás así y yo encontré solo una parte de mi hijo?’”, relata. Muchas personas encontraron solo miembros o pedazos de sus familiares. Por eso, hubo tediosas y tétricas confusiones y errores en la entrega de cuerpos a las familias. Las víctimas calculan que el 80% de los fallecidos eran oriundos del barrio Trinidad.

En ese contexto, Liz valora todo el trabajo comunitario que se hizo, así como la presencia de expertos extranjeros para reconstruir sus vidas.

“Eran situaciones muy duras, costaba mucho esa experiencia de que ya no éramos los mismos que entramos al supermercado el domingo”

Carmen Rivarola señala que fue el doctor Martín Moreno el primero en intervenir con la gente de su barrio, que él conocía, para dar contención y posteriormente, por disposición de la directora de Salud Mental del Ministerio de Salud en ese momento, Mirta Mendoza, empezaron a llegar los sicólogos a las casas de la comunidad en los primeros días de duelo.

Los primeros días de duelo y la contención comunitaria

En ese momento, había gente que aún buscaba a sus familiares, cuerpos irreconocibles y sin la posibilidad en el país de identificación a través del ADN. Carmen recalca que hasta la fecha hay niños y adultos desaparecidos a raíz de la tragedia.

Para la profesional, en esos días se llegó a generar una suerte de caos, por la cantidad de familias afectadas. A veces, sicólogos llegaban ocho o nueve veces a una misma vivienda, mientras otras casas aún no habían recibido la visita de ninguno.

El doctor Moreno fue clave para solucionar la desorganización y trabajar con la comunidad del barrio Trinidad. El objetivo fue no dejar a ninguna familia sin atención.

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Foto: Walter Franco - ÚH.

Como la cantidad de trabajadores de la salud mental era insuficiente, se contó con que las familias del barrio que no habían sido afectadas directamente por el incendio pudieran proveer contención a las que sí: escucharlos, abrazarlos, llamar a los sicólogos para guiarlos hasta ellas.

Liz Torres, en particular, describe lo difícil que fue para ella el proceso de sanación.

“Hasta hoy, cuando entramos a un supermercado y hay algunos que se parecen mucho a lo que fue aquel domingo, entonces basta que uno de los dos haga una mirada o diga ‘no puedo más’, porque se te vienen imágenes; sobre todo, cuando hay niñas o niños que son puestos en los carritos. Entonces, es así como muy fuerte”, detalla.

La contención entre todos al principio consistió en estar, escuchar, llorar juntos, relatar las historias y tratar de entender entre todos lo que fue pasando, para ir dándose ánimos y continuar. En ese momento era la forma de seguir creyendo en la vida e ir reconstruyendo las esperanzas.

Apoyo de especialistas internacionales

Alfredo Carlos Moffatt, un especialista argentino en crisis, ayudó en la contención de aquellas personas que perdieron a un ser querido o que tenían a uno desaparecido. En ese entonces, había 56 familias en esta situación.

Carmen Rivarola destaca el papel que tuvo el profesional, porque ofreció talleres donde se vivieron momentos muy fuertes con los sobrevivientes. Recuerda que en una ocasión les hizo formar a todos una ronda para realizar un ejercicio, en el que cada uno tenía una almohada enfrente, que representaba a un familiar, un amigo, un allegado. La idea era imaginar que esas personas fallecidas estaban ahí para despedirse.

“A mí me tocó un señor que me llegó tanto. Era un señor que le había perdido a sus dos hijitas y a su esposa y en un momento dado, él comenzó a abrazar la almohada y yo puse su cabeza sobre mi pierna. Él comenzó a abrazarla y cada vez más asumió una posición fetal”, rememora.

No se le olvida que el hombre incluso susurró como si les hablara a sus pequeñas al oído. Le sorprendió cómo, con esa actividad, el 99% de los presentes pudieron personificar a sus seres queridos. Algunos estaban muy enojados. Por ejemplo, había una persona que le pegaba a la almohada y le decía: “Te dije que no te vayas”.

Una anécdota imborrable es de la primera Navidad pos-Ycuá, a tan solo meses del siniestro. En los vestigios del supermercado, esa fecha compartieron duros momentos familiares de víctimas, sobrevivientes, sicólogos locales y el especialista extranjero. Un abrazo comunitario fue necesario para soportar las lacerantes ausencias en los hogares.

“Había ese llanto convulsivo, personas que se tiraban al suelo. Todos estábamos allí para hacer la contención”, refuerza Rivarola.

Algunos sicólogos acompañaron este proceso de contención por un año. Otros se quedaron más tiempo, ya sea en forma voluntaria o porque se lo pidieron.

Reconstruir sobre las ruinas

Liz y Carmen destacan que los familiares y las víctimas sobrevivientes hayan encontrado un día en la semana para seguir reuniéndose a 20 años del incendio.

Religiosamente, cada lunes —excepto en enero—, lo hacen en el memorial o en forma virtual, si hace falta. Otro grupo se junta de manera mensual.

La contención entre ellos es permanente porque no hay olvido.

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Foto: Daniel Riveros - ÚH.

“Yo siempre digo que es como una cicatriz que cada tanto abre y supura. Una cicatriz que cierra, pero que nunca va a desaparecer. Que siempre está ahí porque no hay forma de olvidar. Hay una frase que dice que aquel que olvida su historia está condenado a repetirla”, remarca Carmen.

Liz, por su parte, valora que nadie haya buscado venganza por mano propia después de todo el tormento a raíz del calvario que se vivió en los tribunales de la Justicia.

El apoyo en salud mental incluso lo recibieron los bomberos del barrio Trinidad. La Fundación Doctor Andrés Rivarola, que coincidentemente se mudó a las inmediaciones antes del 1 de agosto de 2004, les brindó la asistencia.

Beatriz Rivarola, quien fue sicoanalista del sitio, evoca aquellas escenas de dolor, especialmente, cuando los combatientes del fuego sentían la impotencia de no contar con más mangueras o más agua en el Ycuá. Considera que es natural ese sentimiento de culpa, de no haber podido salvar a todas aquellas personas que estaban adentro.

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Foto: Renato Delgado - ÚH.

“Cualquiera de nosotros y nosotras que trabajamos en salud mental nunca habíamos tenido la experiencia de algo tan inmenso, tan catastrófico y tan brutal. Nadie estaba preparado para esto”, subraya.

Ella cree que una de las reparaciones simbólicas más importantes para las víctimas es el Memorial del 1A y la organización que existe para posicionarse frente a la injusticia y la negligencia al respecto.

Para la sicoanalista, estos factores son parte de lo más fuerte y a su vez sanador que hubo para las víctimas y familiares del incendio del Ycuá Bolaños.

El ex supermercado se transformó en el Memorial de Ycuá Bolaños, con el objetivo de transformar la tragedia en vida, esperanza y dignidad, con un espejo de agua iluminado con 400 luces y un salón auditorio con 400 sillas, una cifra simbólica de los colectivos de familiares de víctimas.

Ya están disponibles los cuatro capítulos de la docuserie producida por Última Hora en torno al incendio del supermercado Ycuá Bolaños, que cumple hoy 20 años.
Última Hora rescata en este pódcast los momentos clave del incendio del Ycuá Bolaños y la posterior lucha de las víctimas y familiares por obtener justicia.