Hoy, con la pandemia, sus consecuencias son nefastas. Son demasiados, para seguir tolerándolos. Se han retobado a sus mandantes, son ineficaces, ladrones y caraduras. Han echado a perder todo, que es la mejor forma de graficar la corrupción de nuestro país. No les pidan sensibilidad, porque no la tienen, y menos aún les mencionen el amor, porque simplemente desconocen su significado.
Los muertos en vida han conquistado el poder, solo que ahora deben convivir con la parca que se lleva más de 60 compatriotas por día, por carecer de hospitales, camas, respiradores y medicamentos. Los que se salvan, dejan en la bancarrota a sus parientes. Algunos, por esas consecuencias, adelantan su testamento, afirmando que si tienen Covid, lo dejen morir nomás. El médico del Este sabía su final y decidió escribir su propio epitafio.
Las vacunas que llegaron no son inoculadas, porque los zombis sindicalizados y agavillados están pensando cómo robar en complicidad con los de afuera. Van a esperar que mueran más, porque: la parca puede esperar. No tienen capacidad logística ni les interesa tenerla. Se solazan con la idea de que ellos son inmortales o simplemente están muertos en vida, hace tanto tiempo que le es intrascendente la muerte física. Viven en un osario que nadie se anima por lo menos a organizarlo. Ni para reducir salarios injustos se animan y, como si fuera poco, algunas zombis como la senadora Blanca Ovelar nos amenazan con nuevos impuestos, porque la presión tributaria que tenemos es baja y no podemos lograr el “estado de bienestar escandinavo” con esos números.
No, senadora. Ellos –los escandinavos– lograron eso con un Estado que se puso al servicio como la fase más elevada del amor y no al revés. Esta misma organización de la que usted es parte toda su vida nos roba dos mil millones de dólares anuales sin que les perturbe. Sí. Eso es el 14% del Presupuesto General de Gastos de la Nación y a los zombis no se les ocurre, al menos por vergüenza, cerrar la hemorragia que se transforma luego en pésima educación y criminal sistema de salud.
Ahí está la gran falla del “estado de bienestar” que no se puede alcanzar. Si con una presión tributaria tan baja son capaces de robar tanto, ¿que sería si duplicáramos los tributos? No deben hacer incrementos mientras no se reduzca el robo y el malgasto público. Sin reforma del Estado, ni un solo centavo más.
A los zombis hay que mandarlos al cementerio. La osamenta es perturbante y repugnante. Son tan peligrosos, que una mordida convierte a la víctima en uno de ellos, según el culto vudú haitiano. Antes hacíamos asistencia social con ellos, para que no robaran afuera, pero ahora los gusanos amenazan a todo el cuerpo social, sin gestos de redención ni arrepentimiento.
Deben volver al lugar de donde nunca tuvieron que haber salido. Los muertos que lloramos no se merecen la celebración que ellos hacen de nuestro dolor y miseria.