28 mar. 2024

Viaje al origen de la tierra

A casi 600 kilómetros de Asunción y en lo más alto de la región Oriental, la localidad de Vallemí, perteneciente al distrito de San Lázaro, se erige como destino obligado para los amantes de la aventura y la naturaleza.

Por Fátima Schulz Vallejos.

Allí donde los ríos Apa y Paraguay se unen, con el Chaco paraguayo a un lado y el territorio brasileño al otro, a unos 600 kilómetros de la capital, allí se encuentra Vallemí, en el distrito de San Lázaro (departamento de Concepción), un lugar aparentemente lejano y llegar hasta allí puede convertirse en toda una odisea. Acceder a ese sitio es posible por agua, aire o tierra. De elegir la última opción, el viaje se convertirá en una travesía bastante larga y hasta cansadora. Pero la llegada, eso sí, promete una gran recompensa.

La localidad es famosa, especialmente, por la industria cementera que alberga en ella y que a su vez es la principal fuente de trabajo de sus habitantes. Sin embargo, Vallemí es mucho más que la Industria Nacional del Cemento (INC). La gran superficie rocosa que se ubica a orillas del río Paraguay, y que es tan característica de ese suelo, no solo sirve para proveer materia prima a la producción de cal y cemento, sino que también embellece el paisaje norteño. Y justamente ahí, poco a poco emerge un itinerario turístico que va cobrando gran protagonismo por sus mágicas cavernas, siendo de los lugares más recónditos de esta tierra guaraní. Un sitio que sorprende a paraguayos y extranjeros, quienes se quedan maravillados al contemplar tanta belleza.

Y así, paso a paso, nos adentramos en las entrañas de los cerros, donde se esconden laberínticos caminos que nos invitan a dar un paseo por el origen mismo del mundo, remontándonos a la mismísima prehistoria y a esa vida cavernícola, aparentemente tan lejana.

Entre luces y sombras

Estamos en la comunidad de Santa Elena. Allí nos espera la primera de muchas aventuras en Vallemí. Caminamos un poco y llegamos. Nos dividimos en grupos y las personas encargadas del recorrido nos colocan los cascos con luces al más puro estilo de los boy scouts.

Y allí, peldaño a peldaño vamos descendiendo hacia el origen de la historia misma. Una escalera vertical, oxidada y áspera nos va preparando para ingresar a ese pasadizo que nos llevará a un mundo desconocido. Uno que paso a paso se vuelve más frío, húmedo, casi inhóspito… Pero alucinante.

Al ingresar se nos exige silencio, porque un panal de abejas se asienta en las cercanías. La oscuridad total impide visualizar el lugar. Enseguida encendemos las luces, solamente para ver la inmensidad del sitio. Si no fuera por esos sutiles destellos de las linternas en las cabezas de quienes me acompañan, ni siquiera sabría en dónde estoy.

Esas lucecitas apenas me ayudan a dimensionar el espacio en el cual estoy parada. Y cuando al fin logro divisar algo, aparece otra vez un nuevo recoveco que pareciera no tener fin. Y las expresiones de sorpresa no tardan en llegar.

“Bienvenidos sean todos a la Caverna 54”, dice Guille Martínez, la persona que nos guía en esta travesía. El porqué del nombre no es ningún misterio: está asentada en el lote número 54 de catastro.

En plena oscuridad, y ante el sonido de las gotas de agua que resuenan en las rocas del lugar, volteamos y nos encontramos con entradas de luces que colorean el sitio. Son claraboyas, explicaría Guille segundos después. Enseguida aclara que si bien es el lugar perfecto para hacer fotografías, aquí no hay ningún espeleotema, lo que comúnmente se conoce como formaciones de las cavidades, haciendo referencia a las estalactitas y estalagmitas que los turistas ansiamos ver al llegar a un lugar así.

Luego recordamos que esta es recién la primera parada del paseo y disfrutamos de esa maravilla natural subterránea.

Por una cavidad que exige cruzar sentados, dado el estrecho espacio existente entre el techo y el suelo, pasamos a la siguiente galería. Y allí disfrutamos de una vista digna de un cuadro de fantasía. Unas profundas y largas raíces de guapo’y —o falso gomero— se extienden como si buscaran agua, abriéndose paso por las rocas sin detenerse a través del tiempo. La sima —porque se habla de profundidad, no de altura, explica Guille— es de unos 12 ó 13 metros y el recorrido que hicimos para llegar hasta ese punto final de la expedición implicó, aproximadamente, unos 200 metros de caminata.

En pocos minutos nos enteramos que ese árbol, además de embellecer el paisaje subterráneo, sirve como alimento a otros seres vivos. Y es que resulta increíble imaginar que dentro de ese inframundo, sumergido en la más absoluta oscuridad, exista tanta vida como fuera de la caverna.

Grillos albinos de antenas extremadamente largas, necesarias para tantear el espacio desconocido, andan de aquí para allá buscando qué comer. Detrás de ellos acechan arañas peludas, caracoles y ranas. Los murciélagos, que como en las películas de vampiros cuelgan o vuelan con absoluta impunidad, son un caso aparte. Ellos entran, salen y cruzan de una galería a otra con increíble velocidad en busca de insectos que comer.

Los sonidos de la naturaleza nunca fueron tan nítidos como en la 54.

Emprendemos el viaje de salida al mundo exterior. La travesía no es menor, porque el camino por el que regresamos es distinto al que nos llevó adentro. Pequeños espacios que nos obligan a encogernos para pasar sin lastimarnos la cabeza. Y ahí es cuando nos damos cuenta de la importancia del casco que llevamos y empezamos a notar la adrenalina que genera este viaje.

La Caverna 54 es ideal para lograr fotos artísticas.<br>

La Caverna 54 es ideal para lograr fotos artísticas.

Fernando Franceschelli

Aventura en lancha

Llegamos al puerto de Vallemí. La siguiente regla de seguridad consiste en colocarnos salvavidas mientras aguardamos el bote que vendrá a buscarnos para llegar hasta Kamba Hópo. Un impresionante paseo de, aproximadamente, tres kilómetros en lancha por el río Paraguay, para observar la siguiente caverna. Pero Kamba Hópo en realidad se trata de una maravillosa gruta que se encuentra a los pies de un gran acantilado, al que únicamente se puede acceder por vía fluvial.

El viaje por agua, que permite disfrutar de un paisaje totalmente fuera de lo común, nos lleva al lado de la INC, en donde podemos observar su envergadura, conocer el puerto —que tiene un color sepia natural— y, además, apreciar el silencio que por momentos es opacado simplemente por el motor de la embarcación trabajando a alta velocidad.

Los bloques de piedra con su color característico contrastan con una vegetación casi fulgurante, convirtiéndose en gigantes atrapados por un letargo eterno que ofrecen un paisaje único.

Variedad de aves suman mayor vitalidad a esta panorámica geológica y consiguen que el viaje por el río Paraguay para llegar a Kamba Hópo sea una experiencia ineludible.

Estamos a los pies de un enorme gigante. Se trata de unos bloques de piedra tan grandes, que empequeñecen incluso a las enormes barcazas que cruzan frente a él, llevando clínker para la industria cementera o transportando personas y mercaderías que van hasta ahí para acortar distancias y llegar hasta el Chaco paraguayo.

Los cerros parecen flotar sobre las aguas del río, dejando apenas un estrecho espacio por el que podemos navegar libremente entre otras varias lanchas de los demás visitantes.

Allí observamos las maravillas de este peñón que no supera los 40 metros de profundidad, compuesto por unas impresionantes rocas con más de 40 metros de altura y pequeños refugios o aleros al lado del río. En la superficie de las piedras puede verse la textura ondulada de las rocas, logrando unas formas alucinantes en los aleros.

Esta gruta permite llegar a su interior debido a su forma circular, producto del agua y de la acción milenaria en sus paredes, hecho que la fue moldeando hasta lograr el efecto tan particular que se puede apreciar. No se trata de una cueva de profundidad, sino más bien de una cavidad debajo de unas piedras.

Bajo las exuberantes rocas calcáreas descansan formaciones naturales que prometen ser una aventura capaz de adaptarse a todo tipo de viajeros. En este lugar, en particular, los más extremos pueden practicar rápel, los más calmados pueden distenderse con un safari fotográfico o simplemente disfrutar de un paseo en lancha apreciando la belleza, y para aquellos visitantes amantes de la pesca, este sitio es el ideal.

Ya pasó el mediodía y es hora de emprender el regreso a la orilla, tomarnos una tregua con la naturaleza y recargarnos de energía para poder continuar con la travesía, porque según las palabras de Guille, la aventura extrema recién comienza.

Dentro de las cavernas, es posible disfrutar de un espectáculo de la naturaleza con estalactitas y estalagmitas por doquier.<br>

Dentro de las cavernas, es posible disfrutar de un espectáculo de la naturaleza con estalactitas y estalagmitas por doquier.

Fernando Franceschelli

Laberinto subterráneo

Por segunda vez en el día nos colocamos cascos y linternas para adentrarnos en un mundo subterráneo que promete seguir sorprendiéndonos.

Nos encontramos en la localidad de Tres Cerros, una de las zonas más ricas en cuanto a paisaje, debido a su proximidad con las tres moles de piedra y la vegetación que le dan su nombre.

Acceder a esta nueva caverna no requiere mucha dificultad. Otra vez toca bajar por una escalera, uno por uno, hasta sumergirnos en la más absoluta oscuridad.

“Bienvenidos a la Santa Caverna, una de las cavidades más hermosas que tenemos dentro del distrito”, saluda nuevamente Guille. Nos invita a encender las luces, y formas extrañas aparecen amenazantes y orgánicas, como si se tratasen de absurdos esqueletos de animales alucinantes que jamás existieron.

Dentro de la caverna es posible disfrutar de un espectáculo de la naturaleza que ha tardado bastante tiempo en elaborarse. Y en medio de la oscuridad y con los halos de luces como testigos, surgen formas misteriosas que contradicen toda lógica.

Algunas formaciones de calcitas se elevan contrariando tozudamente a la gravedad, que pareciera no funcionar aquí de la misma manera que en la superficie. Otras puntas se elevan hacia el techo, unas membranas finas y otras más anchas que se asemejan a pliegues de telas texturadas o acumulaciones de sedimento, asombran por su altura y sorprenden a cada paso hasta a los visitantes más escépticos.

Estalactitas y estalagmitas de todos los tamaños posibles se hacen visibles al alcance de la mano. Vetas de colores rojizos aparecen dibujando formas ondulantes, que recuerdan el fluir de la piedra fundida hace millones de años, cuando este suelo apenas se había formado. Estas estalactitas y estalagmitas con bastante paciencia han sabido bordar un rígido manto que cuelga de los techos y que brota de los suelos, respectivamente. Una de las estalactitas mide nada más y nada menos que seis metros, que en números simples se traduce en un proceso que duró millones de años.

“Una estalagmita o estalactita de un centímetro puede tardar aproximadamente entre 100 y 150 años en formarse”, se apura en explicar Martínez. Enseguida, el guía aclara que esta cavidad también se caracteriza por albergar, formaciones excéntricas o raras, y así nos encontramos con estalactitas grandes como la que acabamos de ver y otras tan finitas y frágiles como una pajita.

Cálculos más, cálculos menos. Si bien ninguno de estos detalles son menores, en lo más profundo de la Santa Caverna se puede experimentar una aventura inolvidable. Ingresar a ella resulta un desafío íntimo. Sube la adrenalina cuando nos metemos a caminar por espacios angostos y oscuros, con fantasiosos recovecos. La sensación de aventura va creciendo, debido a las irregularidades del terreno, las subidas y bajadas, lo que resulta otro gran atractivo de este lugar, ya que una vez dentro, uno debe manejar cierta destreza y control del propio cuerpo, caminando y de repente arrastrándose o gateando para llegar a otros pasadizos.

El momento aterrador, en apariencia, ha llegado. Y el camino que nos llevará a la próxima galería de la Santa Caverna es ineludible. Antes de empezar a cruzar por el misterioso pasadizo, Guille nos advierte que mantengamos la calma, porque si bien corre oxígeno dentro de la caverna, la humedad va en aumento, algo que muchas veces podría dificultar la respiración. Nos ponemos en fila como para que uno a uno vayamos cruzando a la siguiente galería.

Se trata de un pequeñísimo agujero por el que apenas logramos pasar, acostados boca arriba, metiendo los pies y arrastrándonos con los codos. Es momento de cerrar los ojos y rogar que esta estructura no colapse con los 25 exploradores dentro. Pocos segundos después, que parecieron una eternidad, el pasaje se ha acabado y estamos ya en un espacio enorme, a juzgar por lo que apenas deja dimensionar la sutil luz que emana de la linterna colocada en el casco.

Aunque parezca increíble, en este lugar es posible ser partícipes de la inmensurable capacidad de la naturaleza de transformarse y crear formas, en tiempos y de maneras que el vocabulario humano no podría describir.

Por si fuera poco, entre los atractivos también hay tiempo para las particularidades. Así nos encontramos con Homero Simpson, una formación en la que puede verse el rostro del personaje animado y amado por tantos. También está la bola de cristal, que se puede observar al acercar una linterna, debido a su formación rocosa semitranslúcida que deja pasar la luz.

Y el broche de oro de quienes visitan este recinto es conocer la estalagmita que da su nombre a esta cavidad, que fue explorada y descubierta en el año 2004 por los primeros espeleólogos —ciencia que explora cavidades subterráneas— de la zona: una formación cuya imagen se asemeja al de un santo, o a la Virgen María, y que se encuentra en uno de los pasajes.

Pero las sorpresas están a la orden del día. Llegamos a una galería que alberga rocas translúcidas, que con un haz de luz dan vida a un lugar donde distintos minerales como el hierro y la calcita se hacen presentes.

Los millones de años que tardaron en crearse estas formaciones, el remoto sitio por donde corren las mínimas gotas de agua que formaron estos espacios y el implacable precio que la historia ha invertido en estas cavidades al parecer no han servido de nada para algunos visitantes, quienes han dejado sus lamentables huellas en algunas de las paredes de las cavernas, tan insensibles como sus caligrafías al escribir sus nombres o alguna que otra declaración de amor. Huellas que difícilmente desaparezcan.

Pero más allá de todo, este lugar resulta alucinante. Las formaciones de estas cavidades dependen de los factores climatológicos: agua de lluvia, temperatura, humedad y un sinfín de elementos de los que solamente la naturaleza se puede valer para crear tantas maravillas imposibles de imaginar para cualquier mente humana.

Luego de tan intensa exploración, en que nos llenamos de barro y arcilla y nos sometimos a diversos insectos —entre ellos, picaduras de mbarigui—, el camino de regreso al mundo exterior es inminente. El retorno conlleva el mismo esfuerzo del principio, pero con la diferencia de tener la satisfacción de haber vivido tan grata experiencia.

Después de casi dos horas de recorrido subterráneo por la caverna más extrema de todas, a la salida es inevitable experimentar el alivio de poder ver la luz del exterior. Un hecho que puede resultar, por demás, satisfactorio.

Pasadizo escondido

Un cactus muy alto puede observarse en la cima de uno de los montes de Tres Cerros, rumbo a la caverna 14 de Julio que forma parte del último recorrido que marca nuestro itinerario. En principio, era en realidad una cantera y la gente siempre llamaba a ese lugar caverna Tres Cerros. Pero finalmente se la denominó 14 de Julio por haber sido descubierta ese día, pero de 1982, entre las cavernas exploradas en las zonas de Vallemí y San Lázaro por los franceses Laurent Poulet y Dominique Oully.

Se encuentra ubicada en la unión entre dos de los conocidos Tres Cerros, al sur de Vallemí y cerca de la localidad con el mismo nombre. Para llegar hasta la boca de esta caverna se camina unos dos kilómetros y medio desde la ciudad de Tres Cerros. En el trayecto, desde la cima de los montes puede verse mucha vegetación alrededor de la comunidad de Santa Elena, una vista realmente envidiable y que hace que cada centímetro caminado valga la pena. Además, se hacen visibles los restos de lo que fue una explotación de rocas y minería. El aspecto de la cantera que muestra la parte frontal del acceso a esta caverna es causado por la explotación de algunas rocas por parte de los pobladores, hecho que justamente permitió, eventualmente, el descubrimiento de esta cavidad.

Nos adentramos en ella, siempre con la protección requerida de cascos y linternas. Su principal atractivo radica en que es de fácil acceso y escasa profundidad, lo que también permite que niños y adultos mayores la visiten.

Apenas ingresados en el interior, la encontramos repleta de barro, porque había llovido hace poco. Si bien eso no dificulta el ingreso, lo recomendable es asistir dispuestos a ensuciarse. Encendemos las luces de nuestras cabezas, apuntamos al frente y ahuyentamos a los murciélagos que se mudan a la parte superior, en donde ya no les molesta la presencia de los visitantes.

Amplios y altos pasillos nos invitan a entrar cada vez más en recovecos que esconden figuras e incitan a buscar nuevas formas. Recorremos unos 15 metros de profundidad, que simplemente nos ofrecen un paisaje misterioso y lleno de oscuridad.

Sus paredes muestran espeleotemas amarillentos y blanquecinos dignos de admirar, fotografiar y, por sobre todas las cosas, cuidar.

El recorrido no dura más de 30 minutos, convirtiéndose en una especie de prueba de fuego para los viajeros más novatos que tienen ganas de explorar.

Salimos, ya es de noche. La oscuridad propia de la caverna se extendió también hasta el exterior. Nos quedamos con las linternas en medio de una llanura de selva, para caminar nuevamente por el sendero que nos llevará hasta el punto de encuentro, desde donde saldremos en nuestros respectivos vehículos en busca de nuevas aventuras e historias que nos permitan seguir narrando vivencias que nos marquen y nos inviten a descubrir lo más profundo que tiene Paraguay para ofrecernos.

¿Cómo llegar?

A Vallemí se puede llegar de tres maneras:

- Vía aérea: hay vuelos que salen de Asunción los días miércoles a las 6.30 y llegan a las 8.00. Los cupos son limitados y el costo es de G. 200.000 por persona, solamente el viaje de ida. Para reservas, comunicarse al (0984) 935-237.

- Vía terrestre: un ómnibus parte de la Terminal de Asunción todos los días a las 22.30 y llega a Vallemí alrededor de las 7.00 del día siguiente. El costo aproximado es de G. 130.000. Para mayor información, contactar al (021) 558-451.

- Vía fluvial: el barco Aquidabán parte de Concepción a Vallemí. Para conocer el trayecto, comunicarse al (0251) 230-214.

¿Dónde dormir en Vallemí?

- Hotel El Prado. Teléfonos: (0351) 230-324 / (0981) 464-972.

- Posada Isabel. Teléfonos: (0351) 230-290 / (0986) 716-392.

- Posada La Brasilera. Teléfonos: (0351) 230-636 / (0982) 930-779.

- Hospedaje 2 Hermanos. Teléfonos: (0351) 230-649 / (0982) 113-306.

- Hospedaje El Timón. Teléfonos: (0351) 230-652 / (0982) 435-488.

Recorrido

El paseo estándar incluye tres cavernas: la 54, Santa Caverna y 14 de Julio. El paseo en lancha hasta Kamba Hópo es opcional. El costo varía de acuerdo a la cantidad de personas que se sumen a la expedición, pero lo recomendable es que sea en grupos a partir de cuatro.

El costo incluye la visita guiada y el acompañamiento de una persona especialista en el tema, además del uso de cascos y salvavidas. Si bien hay varias agencias que se encargan de este tour, nosotros recurrimos a los servicios de Vallemí Tour, de Guillermo Martínez, contactando al (0971) 856-680.

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