Por Gabriela Murdoch
Mbatovi es un pedazo de naturaleza para detenerse a mirar. Y al mirar, no se puede menos que admirar el empeño de Jacinto Santa María y de su esposa, Marta González Ayala, en sostener un proyecto único para el Paraguay, conocido como parque de ecoaventura.
En este sitio enclavado a 10 km de Paraguarí, por la ruta asfaltada que une a esta ciudad con Piribebuy, la pareja encontró su oasis. “Al principio compramos una parcela de 7 hectáreas para hacer una casa de fin de semana, pero cuando descubrimos todo lo que había aquí, pensamos que teníamos que hacer algo más; encontrar una manera de compartirlo con la gente porque era demasiado egoísta decir que esto era solo para nosotros”, cuenta Jacinto, un entusiasta conservacionista.
Más tarde, cuando ampliaron el terreno a 21 hectáreas, la posibilidad de hacer de Mbatovi un área protegida privada renovó el espíritu ecológico del matrimonio. Pero esto no fue suficiente. Faltaban personas, que como Marta y Jacinto, apreciaran la naturaleza, “con la innegociable condición de sostenibilidad”, según dicta su propia ley.
Tras viajes a Costa Rica, México, Brasil y Perú -hasta donde llegaron para conocer cómo funcionaba el turismo de naturaleza- Mbatovi fue concebida como un proyecto turístico de ecoaventura, cuyo montaje requirió la contratación de profesionales extranjeros, quienes, a su vez, formaron a los que hoy guían a los visitantes.
El resultado está a la vista: 1.700 metros de senderismo, puentes colgantes, una tirolesa de 105 metros, falsa bahiana y rapel son algunos de los atractivos que prometen tres horas de intenso contacto con la naturaleza.
Descanso de los dioses
El sendero Yvaropy es la puerta de entrada a la reserva. Única cicatriz humana en ese mundo verde, recorre 1.700 metros en los que se pueden apreciar desde cactus hasta orquídeas silvestres, además de una abundante variedad de helechos y árboles.
Allí donde la vista se satura de clorofila, las numerosas nacientes y cascadas ofrecen un descanso. Son las venas que irrigan toda la reserva con sus aguas cristalinas. Por estos cauces corre la vida de Mbatovi.
Y no es solo la vista. El canto de los pájaros en complicidad con el murmullo de las aguas, los sutiles aromas de las plantas y el roce de algunas ramas que se atreven a llegar hasta el sendero conforman un remanso para los sentidos.
“No fue fácil abrir este trayecto”, confiesa Jacinto, en medio del recorrido. “Quisimos trazarlo siguiendo los caminos utilizados por los primeros habitantes del lugar, pero cuando buscamos gente para trabajar en el sendero, nadie de la zona quería entrar. Nos enteramos, después, que existe una leyenda que dice que en este lugar hay movimiento. Los vecinos creen que viven duendes o dioses que lo cuidan, pues cuentan que las personas que ingresaron para cortar árboles tenían sensaciones horribles y terminaban saliendo asustados”.
Quizás por eso, la depredación que se observa en los alrededores no llegó a Mbatovi. Y pese a los dioses, Jacinto contrató a personal de afuera. Así, el sendero fue re-abierto.
¿Pasó algo con los duendes? es la pregunta que sigue el rastro. “Nada”, dice Jacinto, tajante. “Yo les digo a los vecinos que no pasó nada porque nosotros no entramos a destruir, sino respetando la naturaleza. Supongo que los duendes se habrán dado cuenta de eso”, menciona recordando que el sendero Yvaropy (lugar donde descansan los dioses) lleva ese nombre en honor a la popular leyenda del lugar.
Ecoaventura
Sobre la base del sendero Yvaropy se proyecta el circuito ecoaventura Tape Saingo (camino colgante), que comienza con una falsa bahiana. Se trata de una caminata sobre cuerdas que reta al vértigo, pues pese al arnés que los guías colocan prometiendo seguridad, la sensación de que es posible caer al vacío resulta inevitable.
Tras superar la prueba, los puentes colgantes son la antesala de la tirolesa, que permite atravesar un bosque de 105 metros de largo, a 40 metros de altura. “Es lo más parecido a volar”, dice uno de los guías, mientras brinda las indicaciones de cómo hacerlo.
Lo último es el rapel, como llaman al descenso con cuerdas por una pared natural de casi 30 metros. Y aunque parece difícil, con un poco de destreza y valentía Vida supera la prueba.
“Para hacer estos desafíos no se precisa experiencia previa, pero sí buena condición física. Si son niños, exigimos una altura mínima de 1,30. Después, solo hay que tener ganas. Aquí se puede hacer ecoaventura todo el año: contamos con infraestructura, equipos e instrumentos para ello”, apunta Jacinto.
Además de los turistas que desembarcan en la reserva, Mbatovi ofrece un particular entrenamiento para empresas, mediante un convenio con la consultora Carolina Bestard. “Contamos con un plan básico de entrenamiento de 8 horas, en los que se trabajan determinados problemas que surgen en las empresas. Por ejemplo, hay algunas que quieren reforzar la tarea en equipo, otras, el manejo de conflictos o también se dan casos de firmas que se fusionan y que quieren que sus empleados se conozcan e integren”.
Así, entre prueba y prueba -con la participación extra de psicólogos- los empleados se entrenan en este regazo de la naturaleza. Y para los estudiantes de colegio también hay planes de educación ambiental.
Cualquiera sea el objetivo, Mbatovi es una interesante experiencia de camaradería con la naturaleza