Este virus ataca a casi todos los mamíferos, aunque el perro es el transmisor más frecuente hoy en día. Cerca del 90% de los casos en personas son debidos a contagios por este animal. En las zonas rurales, los principales vehículos son los murciélagos. En el perro la rabia se manifiesta inicialmente con una alteración aparentemente inexplicable en su comportamiento. El hombre recibe el virus de la rabia a través del contacto con la saliva del animal enfermo: para ser inoculado, no es necesario que el animal muerda, basta que un rasguño profundo o quemadura en la piel entren en contacto con la saliva del animal rabioso.
El virus llega al sistema nervioso central principalmente a través de los troncos nerviosos y se propaga a lo largo de los nervios sensoriales; las células que lo acogen son destruidas, lo que provoca una progresiva parálisis nerviosa. Cuando los síntomas se manifiestan, ya no hay cura posible: La muerte es inevitable. Por tanto, el tratamiento debe ser hecho durante la incubación.
El periodo de incubación es por lo general de 2 a 8 semanas; a veces puede ser de solo 5 días o durar un año o más. El mayor riesgo de contraer rabia se encuentra actualmente en África, Asia y Latinoamérica.
La vacuna antirrábica se administra a las personas que hayan estado en contacto con un animal que pueda tener rabia. Esta vacuna, que requiere cinco inyecciones, es el equivalente al “tratamiento posterior a la exposición”.
En 1881, Roux, Chamberland y Thuillier, miembros del equipo de Louis Pasteur, demostraron que el sistema nervioso central es el sitio primario de reproducción del virus de la rabia.
Pasteur logró proteger a 50 perros que habían recibido una inyección del virus virulento tras serles administrada una inmunización de protocolo en base a inyecciones subcutáneas repetidas de suspensiones de médula espinal. Pasteur administró la vacuna por primera vez, vía subcutánea, el 6 de julio de 1885 al joven Joseph Meister, que había sido mordido 14 veces por un perro pocas horas antes.