Como el Gobierno, a través de sus instituciones, no da respuestas a muchos de los problemas cotidianos, la Asociación de Amas de Casa encabezada por Sara Servián, y Juan Antonio Almirón, un empresario altruista dueño de un supermercado, pusieron en marcha una bolsa que contiene lo esencial para la comida de una familia a un precio acomodado: 5.000 guaraníes.
De esa manera comenzó a moverse una idea a la que ya se sumaron los que están nucleados en la Cámara Paraguaya de Supermercados (Capasu). Significa que la semilla de la solidaridad de quienes tienen la posibilidad real de dar la mano a sus semejantes cayó en tierra fértil y está creciendo.
Los aportes de las personas o instituciones no gubernamentales para la solución de algunos de los problemas más graves en la sociedad son de vital relevancia. Gracias al empuje de dos personas se mueve el motor para alimentar a desempleados o gente con muy escasos ingresos.
Podría argüirse que este tipo de emprendimientos oxigena al Estado, que debería arbitrar los medios para que los más desamparados no queden sin su sustento diario. Ese pensamiento forma parte de la convicción de quienes quieren que las instituciones estatales intervengan en todos los frentes donde se presentan crudas realidades.
Está sobradamente comprobado que las instituciones estatales en el Paraguay muchas veces no tienen ni los medios económicos ni la capacidad de gestión para satisfacer los requerimientos más perentorios de la población. Por lo tanto, si se va a esperar de ellas la canalización de una situación impostergable, el resultado podría ser aguardado quién sabe hasta cuándo.
Esa es la razón por la que el compromiso social de los particulares y las organizaciones a las que pertenecen necesita manifestarse con mayor vigor y eficacia. Suplir la ausencia del Estado no solo es necesario, sino que imprescindible. De lo contrario, el proceso de deterioro de la calidad de vida se va a acelerar aún más, con todas las consecuencias que ello supone.
Lo que hacen los supermercados es loable. Sin embargo, hace falta que el ejemplo se expanda, abarque todo el país y encuentre otras bocas de conexión con la clientela, accesibles a los más pobres. Si tal cosa no ocurre, lo barato quedará como un privilegio para unos pocos, convirtiéndose –paradójicamente– en una nueva fuente de injusticia.
El proyecto Ñande karurâ marca un camino a seguir. Es el de la propuesta privada que se articula con redes capaces de ejecutar los proyectos que apunten al beneficio de los postergados. Sus acciones siempre serán un paliativo, pero hasta que existan las condiciones para salidas globales, son necesarias.