Por Miguela Benítez Fariña
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En el barrio Santa Rosa de Lima del Bañado Sur la lluvia dejó charcos como espejos que devuelven siluetas por donde se mire. Son cerca de las nueve de la mañana y no es usual para los habitantes de las calles 39 Proyectada y Antequera recibir homenajes sin dar algo a cambio. Pero la curiosidad es más fuerte. Luego de apurar las compras en el almacén más surtido del barrio, adultos y niños cercan a “La banda del país de la anilina”, unos doce músicos y actores que interpretan un villancico del altiplano.
"¡Cómo camina sobre esos palos!”, exclama Francisca Fretes de Peralta, una antigua pobladora, madre de tres hijos, de 16, 15 y 8 años, embelesados con el espectáculo. Los zancos a los que Francisca se refiere sostienen a un joven que hace piruetas con dos banderas. Grandes y chicos vuelcan la cabeza hacia atrás, sin perderse detalle.
PELEA DE ARTISTAS. El mimo y el director de orquesta, que no define las notas con sus músicos, sólo definen sus diferencias vía criterio infantil. “Este señor desconcentra a mi gente”, se queja el maestro de chaqueta roja, moño al tono y anchos bigotes. "¿Les gustó la música?”, pregunta, pero el mimo, dispuesto a aguarle la mañana, menea los dedos índices de ambas manos y los chicos responden: “Nooo…", al unísono.
La escena se repite y el clown es conminado a integrar la orquesta, con su violín invisible que desafina aún más a la banda. Pero esta vez la culpable es una adolescente ubicada en uno de los extremos que le guiñó el ojo, según el director de orquesta.
En pocos minutos la calle 19 Proyectada se cubre de gente, y Blas Alcaraz, el director del grupo Artes Escénicas, resalta orgulloso la capacidad de convocatoria del teatro.
UN POCO DE NIÑOS. Para Alcaraz los villancicos tienen que ver con nuestra infancia, con ese algo de niño que todos llevamos dentro y que necesita aflorar más que nunca. “Siempre que podemos acercamos este regalo a escuelas, hospitales, hogares. Es un lujo que nos permitimos gracias a nuestro trabajo en eventos de empresas, cumpleaños y casamientos”, cuenta el director de la organización interdisciplinaria, con una tradicional música navideña de fondo.
“Din, din, don, din, din, don, vamos a cantar"… le arranca una lágrima a Francisca, emocionada por el show de color y solidaridad. Los artistas se despiden con “Rodolfo el reno”, y los chicos, unos con biberones de leche que no han tomado, otros con bolsitas de empanadas o pan, agitan las manos y sin pedirlo reciben la promesa del regreso, el año que viene.
EN CLÍNICAS. El mimo se roba la atención de niños y adultos frente al Hospital de Clínicas. Se empeña en andar en motocicleta, y cuando amaga caerse, un chico de unos ocho años lo ataja. Un espectador se entusiasma y le da una propina, pero se decepciona cuando el espectáculo se muda: “Yo pagué para verlos”, grita desaforado. En el hospital, los villancicos les devuelven la sonrisa a médicos y enfermeras.
En cada cátedra esperan a las estrellas personas que sufren diferentes dolencias y que pasarán la Nochebuena y Nochevieja entre sueros, medicamentos y dolores físicos.
Diego Vallejos (19) le da una dura pelea a la leucemia, cuenta el doctor Javier Escobar. “El primer ciclo de la quimioterapia es muy duro. Además su familia vendió una vaca para afrontar los gastos de remedios y recuperación”, resume, mientras el mimo le arranca una sonrisa a su paciente.
Presentación Contreras, de la congregación de las hermanas vicentinas, se asegura de no dejar cátedras y salas sin visitar, y entre pausa y pausa musical abunda el “que se recuperen pronto, mucha fuerza, mucha fe”. Pero el tiempo de los artistas, con otros compromisos, se acaba. “Esto es muy duro. Doy lo único que puedo: mi sonrisa, una terapia contra lo que no tiene remedio”, dice Alicia, una de las integrantes de la banda que con el sencillo gesto tocó el corazón de todos.