Alejandro Vial Saavedra
Más que por la fuerza militar, Estados Unidos ganó la Guerra Fría a la Unión Soviética por la atracción que emanaba del modo de vida de su población, frente al tipo de ciudadanía gris y opaco que irradiaba el bloque soviético. La idea del “sueño americano” -divulgada por el cine, los mass media, la música, la literatura y los cómics-, fue un arma ideológica más poderosa que los misiles, los aviones F5, F15 y F16, o la Guerra de las Galaxias. Es lo que Joseph Nye, eminente sociólogo de Harvard llamó, el “soft power” o poder blando.
Olvidando esa premisa básica, la gestión de Bush y Cheney durante largos ocho años enfatizó casi sin contrapeso el “hard power” o poder duro, es decir una acción basada casi exclusivamente en la fuerza militar, desplazando el uso de la diplomacia, la política y los consensos internacionales, lo que significó pasar por encima de Naciones Unidas en aventuras militares desastrosas como la guerra de Irak, o desentenderse de gravísimos problemas ambientales como los que buscaba abordar el Protocolo de Kyoto, pese a la desproporcionada contribución norteamericana al flagelo ambiental.
No deja de ser una paradoja que la última gran crisis de la administración Bush -la actual crisis económica-financiera- se haya visto obligado a enfrentarla con políticas coordinadas entre todas las grandes economías del planeta y, aún así, no se pueda predecir todavía su techo ni sus reales alcances. Pues bien, crisis de gran calado en un arco amplio de temas serán crecientes y perturbadoras en la Tierra.
Por eso, por la magnitud de los desafíos del mundo de hoy, de mañana y pasado mañana, necesitamos líderes nuevos, capaces creativos y compasivos, que tengan una visión global de los retos que enfrentamos como civilización. Estados Unidos seguirá siendo la primera superpotencia militar, económica, política y cultural (en ese orden) a lo menos por una generación más, pero el eje de poder se está desplazando rápidamente desde Occidente hacia el Oriente, lo cual tendrá enormes repercusiones globales.
Marchamos decididamente desde el reinado unipolar que sobrevino a la caída de la Unión Soviética, hacia un mundo multipolar que hará crecientemente ineficaces las acciones unilaterales, por grande que sea el poder duro que se disponga. Las elecciones norteamericanas ocurren además cuando el llamado “sueño americano” está cada vez más debilitado por el enorme endeudamiento de su economía y el aumento de la brecha entre ricos y pobres, situación que se viene dando desde la gestión de Reagan, pero que fuera acrecentada exponencialmente durante la administración actual.
Desconociendo aún el resultado de los comicios y sin cambios dramáticos -ambos programas se parecen en muchos aspectos-, Barack Obama representa quizás lo mejor de una nueva generación de políticos con capacidad tanto para afrontar los retos globales como para renovar el sueño americano (lo representa mejor que nadie) y, de paso, remozar la alicaída imagen de la superpotencia en el mundo.