13 feb. 2025

Un intendente increíble

Por Mario Rubén Álvarez
Éste es un intendente insólito. Un extraterrestre que apareció en un pueblo, disputó las internas del partido al que muy joven se afilió y fue electo por la voluntad popular.
Antes de que las urnas lo consagraran como ganador se cuidó muy bien de dar a conocer a sus oponentes –y mucho menos a sus correligionarios, porque eso sí que iba a ser fatal para sus aspiraciones– las verdaderas intenciones que albergaba.
Su programa de gobierno, aun siendo atractivo en los papeles, se maquilló de discreción. Hablaba solo de lo posible, aunque pensaba en lo imposible. Sabía que aun la gente más progresista y revolucionaria, en el fondo, siempre es conservadora.
En su primer día de gobierno anunció a los funcionarios municipales que el trabajo y la honestidad iban a ser las normas de su mandato. “Iñate’'ÿva ha imondáva ndaipotái”, les advirtió sin vueltas.
Al principio, los empleados de la Comuna creyeron que era la clásica lata pârârâ que anuncia pero no llega. Cuando tres de los que solo venían en días pares a la oficina y dos que se quedaron con parte de las recaudaciones del primer mes fueron sumariados y puestos a disposición de la Justicia –en el caso de los que cometieron el delito de exacción (quedarse con la plata de la comunidad), penado por el artículo 312 del Código Penal–, comenzaron a cambiar de opinión.
Consciente de que los fondos provenientes del pago de tasas, del cobro del impuesto inmobiliario, el alquiler de locales municipales y los royalties de Itaipú, eran insuficientes para llevar adelante sus proyectos, el intendente promocionó y captó el capital humano de los barrios y las compañías de su jurisdicción.
Antes de empezar los emprendimientos, convenció a la comunidad de que el verdadero poder residía en ellos, en su unidad, en su deseo de salir de la pobreza y en su coraje. Y que seguir en el mismo tanimbupa o salir de él dependía de la suma de los esfuerzos de las autoridades municipales y las personas de cada lugar.
La Municipalidad compartió con los vecinos sus recursos. En contrapartida, los destinatarios de las obras pusieron su trabajo voluntario y gratuito. Los de mejor pasar aportaron, incluso, dinero, vehículos, combustible, comida, reses para sortear y otros medios.
De a poco, el sudor, la planificación, el diálogo y la evaluación fueron dando sus frutos: ya no había mesas sin mandioca, maíz y carne; caminos intransitables; peajeros en los tape po’'i; comunidades sin plaza ni tinglados para recreación y actos comunitarios; niños sin mediamañana ni mediatarde en las escuelas, ni basura putrefacta en las aceras y las carreteras.
Con su lema “michîva, ñambotuicha; sa’'íva ñamboheta”, en cinco años, cambió el rostro de su pueblo y –lo más importante– la mentalidad de sus habitantes.
Mostró, además, un camino y demostró que con creatividad, asesoría correcta, sinceridad de propósitos, honestidad, resultados a la vista, solidaridad y sin banderías políticas, elevando la autoestima de las personas y entrega a una causa, es posible aumentar la calidad de la población.
Este es un intendente ideal. Con esta suma de virtudes, no existe. Sambo, sambo, con algunos de los atributos pintados aquí, sí. La idea es alimentar la esperanza: puede que a partir del próximo martes 19 más de uno intente encarnarlo.