Las negociaciones para elegir al presidente del Senado siempre fueron difíciles de entender, pues entran en juego intereses grupales e individuales, además de egos y odios desmesurados. Como casi nunca se conoce el tenor de las transacciones realizadas bajo la mesa, recién cuando el resultado se hace público es posible hacer un análisis ex post. Este año todo fue tan confuso que la victoria de Cachito Salomón tuvo interpretaciones dispares.
Hubo contradicciones por todos lados. Parte de los colorados propuso votar a un liberal, mientras acusaba al resto de traidores por apoyar a un correligionario. Opositores entusiastas del #ANRNuncaMás le dieron su voto sin rubor a uno de ellos. Los liberales se dividieron, lo cual era predecible, pero esta vez se quebró la bancada llanista, algo que no había pasado antes. El Frente Guasu, habitualmente cohesionado, se partió en dos y hasta la bancadita de Hagamos tuvo votos divergentes. Solo los de Patria Querida votaron en la misma dirección, lo que no fue suficiente para salvarlos de las críticas. En las redes sociales hay malvados que los definen como “colorados sobre finas hierbas”.
Es probable que hubiéramos tardado bastante más en entenderlo si no hubiera aparecido el esclarecedor comunicado de Honor Colorado que, de modo didáctico, nos alertó que algún plan de Horacio Cartes había sido desbaratado. Esa extraña coalición política que eligió al taimado Óscar Salomón respondía a un objetivo común: evitar que Horacio Cartes cope el Senado, la última institución de la República que le falta dominar.
La agresividad con la que el citado comunicado fue redactado revela una furia desenfrenada que llevó a sus autores a incoherencias risibles. Lo que más ofendió a los cartistas es que Salomón se haya aliado a los “zurdos violentos, protectores de invasiones y secuestros y perseguidores de los que generan empleo”. ¿Cómo es posible que el cartismo haya olvidado que en el cercano 2017 se juntaron con esa misma izquierda buscando la reelección a través de la enmienda?
El senador Antonio Barrios, airado, declaró que Salomón se alió con “gente que apoya la invasión de tierras y la despenalización del aborto”. ¿Esa gente pensaba distinto en esa época? ¿Por qué lo que era aceptable para Honor Colorado se convierte en sacrilegio si lo hace Salomón? Hay mucha sobreactuación en este enojo cartista. Porque, en realidad, de lo que se trata es que una heterogénea mayoría de senadores le pusieron freno a un nuevo avance hegemónico de su proyecto político.
No deberían enojarse tanto, son las reglas del juego. Las circunstancias hacen que los ejes de discusión agrupen las fuerzas parlamentarias en columnas que no coinciden con los límites de las bancadas. Los partidos, convertidos en débiles referencias a la hora de debatir cuestiones de fondo –política agraria, impuestos, relaciones internacionales, laicismo del Estado, soberanía energética– son inexistentes cuando está en juego el poder.
La coyuntura puso frente a frente al cartismo y al anticartismo. Y, en el Senado, este último equipo volvió a perder. Los ganadores tienen camisetas de distinto color. Solo unos pocos son abdistas. Los unió el espanto. El miedo a dejarlo todo en manos de un patrón.
Así de fragmentada está la política paraguaya. Opositores y la ANR deberán ordenar su caótico mosaico si pretenden llegar unidos al 2023. Los primeros están casi obligados a una alianza que hoy parece muy complicada. Más fácil la tienen los colorados, acostumbrados a enterrar el hacha de guerra poco antes de cada elección. Por eso, el pataleo cartista es mero fuego de artificio. Para el 2023 ya inventarán alguna “concordia” que justifique el “Todos somos Lista 1”.
Total, cuando alguien les recuerde este comunicado, dirán que era comprensible que Mario Abdo se resistiera a quedar asfixiado por el avasallante poder acumulado por Cartes.