19 jun. 2025

Tres silencios mortales

El parlamentario probó, hace ya muchos años, meter a un pariente en el Congreso.

Transcurrieron los meses y nadie le censuró. Probó con un correligionario muy leal a él. Tampoco nadie reclamó nada.

Al sexto mes, vio que otros elegidos en las urnas hacían lo mismo.

En dos años, observó que él solo había incluido en las planillas del Estado a 11 allegados. Sus competidores más veloces, en tanto ya habían “colocado” a unos 20. E iban por más.

Esto fue en la década de 1990.

Pronto corrió la voz de que en el Congreso se podía ingresar fácilmente. Y ganar bastante bien, por añadidura. Bastaba contar con un paíno —o padre, o madre— parlamentario. Y listo.

Al amparo de tres silencios, las cámaras de Diputados y Senadores se fueron llenando de gente que cobra sueldo. Muchos de ellos ni trabajan, pero están allí. Los que trabajan de verdad son suficientes para cubrir las necesidades.

El primer silencio es el de los mismos parlamentarios. Aquellos que no recomendaron a nadie nunca —que alguno habrá, se supone— dejaron que sus colegas fueran dejando cada vez más pequeños los recintos legislativos. Y los que estaban metidos en el “negocio”, por supuesto, jamás iban a decir: “Mirá que fulano está por comerse entero el Parlamento”.

El segundo silencio es el de la sociedad civil, organizada o no. Siempre se supo que los “muchachos” devoraban sin piedad el Presupuesto de Gastos de la Nación con mortales y reiteradas dentelladas. Pero nadie dijo nada. O si dijo, no hubo quién le hiciera caso.

El tercero es de los medios de información. Si bien, cada tanto, se publicaban denuncias nunca hubo una cruzada conjunta para al menos desenmascarar y publicar los nombres de los que usaban el Parlamento como si fuera su propia quinta, su kokue particular, su comercio, “atendido por su propio dueño”.

Ahora, casi todos estos silencios, al menos en parte, se han desatado.

Los legisladores que pueden tirar la piedra por estar libres de pecado, la arrojan.

Los ciudadanos comunes y no comunes prohíben la entrada a los que se han vuelto indeseables. Y se manifiestan espontáneamente en las calles o en la Costanera.

Los medios de comunicación en tanto, cada día, siguen mostrando el rostro amargo de un país saqueado no solo por los electos en las urnas para representarnos (¿?), sino por todos aquellos que, en otras instituciones, utilizan su poder de manera perversa.

En la medida en que la palabra encendida y militante quiebre el silencio, sin tregua, los que se creen Tetã Jára serán al menos un poco más cuidadosos para meter la mano en el bolsillo de Hacienda.