El presidente de la República es de esos que creen que se las sabe todas y que simpátikogui okukuipa. Posiblemente, los lisonjeros que le entonan al oído le hacen creer tal posibilidad. Consecuencia de ello, la población -y los periodistas en particular- debemos hacer esfuerzos que a veces violan hasta los principios del idioma para comprender sus declaraciones, anuncios, ironías y rabietas.
No es la primera vez ni será la última, diría un amigo.
A lo largo de sus 3 años de gobierno, la poca claridad, la ambigüedad y la indefinición marcaron los dislates del presidente.
En todo el mundo y por la misma naturaleza de sus funciones, los mandatarios están obligados -no tienen opción- a dar explicaciones y a aclarar cualquier duda que exista sobre su administración, decisiones y decires desde el poder, al que llegan prometiendo administrar con transparencia la cosa pública. Esto incluye hasta su conducta personal cuando ello involucre recursos públicos o lesione derechos que está obligado a hacer cumplir y acatar.
Un mandatario debe -aunque no le guste- ser claro. Llamar a las cosas por su nombre y decir verdades por más de que le duelan.
Lugo, sin embargo, juega a las adivinanzas. Hasta en sus declaraciones en conferencia de prensa usa ambiguas expresiones y construye elípticas frases, vacías de contenido y llenas de zonceras para no decir nada.
Cuando los rumores sobre su gobierno arrecian, él guarda silencio. Cuando las papas queman, él no se hace ver. Cuando la crisis política está que arde, él se hace el difícil, no habla, sonríe y se va. Muchos podrán decir, es su opción hablar o no. En realidad, no tiene esa opción. Alguna respuesta, alguna explicación siempre debe dar.
Lo último que viene ocurriendo gira en torno a los famosos rumores de cambio en el gabinete del Ejecutivo. Versiones y contraversiones que invaden el ambiente cuando llega agosto y hacen sucumbir o elevan sueños y esperanzas de quienes sueñan hacerse con un cargo público.
Hace días no se habla de otra cosa. Que el cambio del ministro de Educación, Luis Riart, que le remplazará el diputado Víctor Ríos; que habrá cambio de ministro en el Ministerio de Agricultura y Ganadería; que el jefe de Gabinete, Miguel López Perito, está con un pie fuera; que hay otras movidas en otras secretarías de Estado; que habrá cambios en las filas militares; que tal general o jefe de la milicia pasará a retiro para dar vía libre a tal o cual. Todos los rumores generan intranquilidad, distracción política; nerviosismo parlamentario, crispación castrense, y nadie trabaja. Nada menos productivo que mantener y alimentar la usina de rumores con el silencio presidencial.
Ayer, nuevamente salió con una respuesta que no pasa de una expresión que pretende ser inteligente, pero termina siendo incomprensible: “El único que puede anunciar cambios es el presidente y el presidente no ha anunciado nada. Así que, buenas noticias para ustedes”. Nunca respondió con claridad, solo aprovechó antes para quejarse de que los medios difundían rumores. ¿Y por qué no corta esa situación diciendo la verdad? Aún cuando algunos medios interpretaron estas palabras como que negó que habría cambios, en el fondo la expresión no dice eso. Simplemente alude a que no anunció nada. Lo que no significa que no vaya a hacerlo mañana o pasado o dentro de 15 días. Mientras, sigue el carnaval de especulaciones que parece divertirle. Que enrarece el ambiente. Que no evidencia seriedad y tampoco manejo institucional.
El presidente cree ser un sujeto fantástico e inteligente cuando hace estas cosas; pero no pasa de ser un bufonesco kachiãi.