P. Víctor Urrestarazu
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“Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación”. “Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre”. (Lc 21, 25-28,34-36)
Hoy se inicia el Tiempo de Adviento, es decir el tiempo de preparación para la Navidad que ha de ser para nosotros un nuevo y especial encuentro con Dios, dejando que su luz y su gracia entren hasta el fondo de nuestras almas.
El Evangelio que leemos hoy nos presenta el retorno glorioso de Cristo al final de los tiempos. San Josemaría refiriéndose a este tiempo litúrgico dejó escrito: “Ha llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía! –''Ecce veniet!’' –¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia”.
“Cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación” hemos leído en el Evangelio, y esto debe llevarnos a recordar que el tiempo de Adviento es tiempo de esperanza. Se trata de una nueva invitación a buscar la unión con Dios, y llenarnos de esperanza, porque Jesús, con las luces de su misericordia, nos alumbrará, aun en la noche más oscura.
Aprovechemos estos días para meditar y agradecer a Jesucristo Dios-Hombre por haber venido a traer la paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad (Lc II, 14). Como enseñaba San Josemaría.: “A todos los hombres que quieren unir su voluntad a la Voluntad buena de Dios: ¡No sólo a los ricos, ni sólo a los pobres!, ¡a todos los hombres, a todos los hermanos! Que hermanos somos todos en Jesús, hijo de Dios, hermanos de Cristo: su Madre es nuestra Madre”.
Finalmente, es preciso mirar al Niño en la cuna. “Hemos de mirarlo sabiendo que estamos delante de un misterio por la fe y, también por la fe, ahondar en su contenido. Para esto, nos hacen falta las disposiciones humildes del alma cristiana: no querer reducir la grandeza de Dios a nuestros pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas, sino comprender que ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres”.