Ciertamente, la ciudadanía en general parece estar ajena a una y otra circunstancia, debido a la desconfianza hacia algunas impresentables candidaturas que pujan por espacios en el arco político; buscando reposicionarse y mejorar sus ingresos particulares en detrimento de un verdadero proyecto.
La revisión del Anexo C del Tratado de Itaipú, por su parte, aparece en el imaginario colectivo como una entelequia aún más difusa, de la cual poco y nada se maneja con el conocimiento adecuado, y desde las autoridades mismas la gestión se presenta poco clara: Históricamente la participación paraguaya en las decisiones sobre la represa fue pusilánime, funcional a los intereses brasileños y con deudas no solo por su construcción, sino hacia la sociedad nacional.
Se juega –en esencia– en los ámbitos citados, el modelo de nación que busca desprenderse de la informalidad, de los malos manejos de la cosa pública, de la corrupción rampante y del juego sucio del poder, para encaminar la administración y las gestiones hacia una mayor apertura en la que la palabra democracia suene como lo que tiene que imperar, lejos de las jugarretas gangsteriles a las que lamentablemente se acostumbró el espectro de las instituciones públicas.
En el plano electoral, ya se sabe que la crispación y la polarización de posturas no tienen vuelta atrás: En las visiones partidarias tradicionales impera el salvajismo profundo y se ausenta sistemáticamente el debate de propuestas serias y claras; mientras que las esferas emergentes o que buscan alternancias en las figuras públicas no siempre tienen la fuerza y el arrastre necesarios para transformar la mentalidad de los electores y concienciar sobre la ventaja del castigo al corrupto en las urnas.
Llegada la hora de la verdad, es la cantidad de billetes que se sueltan, el ejemplo vivo de cómo ganar eficazmente ese curul, esa banca, ese espacio en que los candidatos y su séquito se acomodan desvergonzadamente en un nuevo periodo más, mientras la gente replica su angustia en un eterno retorno, atada de pies y manos; y termina agiornándose, porque en definitiva la apatía y el desgano ejercen su rol indeleble.
Si ponemos la mirada en las decisiones respecto de los recursos que pudieran beneficiar a Paraguay en las negociaciones con Brasil, en torno a la hidroeléctrica, y a sabiendas de las oscuras y traicioneras acciones de las propias autoridades, que casi concretaron un acuerdo secreto para favorecer ampliamente al vecino país, asistimos a un triste espectáculo casi sin control ciudadano salvo las campañas que buscan clarificar el proceso de negociación y la administración de la binacional.
El desarrollo de la economía en general, y su consecuente derrame en ventajas y beneficios para mejorar la calidad de vida de la población, dependen en gran medida de conseguir precio justo por la venta de energía, posibilidad de ofrecer a mercados que la pagarán como corresponde y mayor justicia en las altas decisiones en la hidroeléctrica. En tiempos de mayor fomento mundial hacia las energías limpias y renovables, Paraguay debe focalizar mejor el aprovechamiento de sus recursos y aspirar a mayor electrificación como fuente para mover al país, y ello dependerá de una buena negociación.
El año 2023 está a la vuelta de la esquina, y llegará con enormes desafíos. El mayor control ciudadano, el involucramiento de sectores hasta ahora narcotizados y una apreciación clara del modelo a seguir, serán cruciales para erradicar el hampa y la visión de boliche que hasta ahora caracterizan a los estamentos del poder.