Reuters
Santiago
Lejos de la gloria de sus héroes Julio César y Napoleón, el ex dictador Augusto Pinochet murió ayer a los 91 años en un oscuro rincón que le guardó la historia y que no imaginaba cuando impuso en Chile su poder de hierro entre 1973 y 1990.
Tras una aguda descompensación que le causó una falla cardiaca, nada quedó de aquel arquetipo del hombre fuerte que giró bruscamente la tradición republicana de Chile, al comandar un golpe militar el 11 de setiembre de 1973 para derrocar al presidente socialista Salvador Allende.
Pinochet se fue con el sabor amargo que dejaron en su boca los últimos años, acusado por la Justicia de crímenes contra los derechos humanos y delitos económicos vinculados a cuentas secretas por al menos unos 27 millones de dólares, juicios que evitó apelando a su deteriorada salud mental.
Los familiares de los más de 3.000 chilenos muertos y desaparecidos durante su gobierno nunca dejaron de culparlo de la sangrienta persecución de la que fueron objeto sus deudos, por lo que pidieron insistentemente su comparecencia ante la Justicia, incluso hasta poco antes de su muerte.
El ex dictador no imaginó siquiera pisar una cárcel, por lo que arguyó “demencia” para eludir el cerco judicial que lo mantenía procesado como encubridor de homicidios y secuestros perpetrados por subordinados a partir del mismo día del golpe de 1973. Prefirió que lo llamaran “loco” a ser condenado como criminal.
MODELO ECONÓMICO. Pinochet también impuso en el país un modelo de libre mercado aplaudido por Wall Street y el Fondo Monetario Internacional (FMI), al que se le atribuye el “milagro” económico de Chile, el país con menor riesgo crediticio de América Latina.
Pero muchos de sus ex colaboradores, empresarios y políticos que antes le acariciaban la espalda, se fueron alejando de él a medida que se sumaban las acusaciones judiciales contra el ex dictador.
“Mi padre terminará su vida como todo hombre, pero con una gran tristeza”, comentó una vez su primogénito Augusto Pinochet Hiriart. “Nunca la gente aprecia lo que tiene, sino cuando lo pierde”, agregó.
NACIÓ EN VALPARAÍSO. Nació el 25 de noviembre de 1915 en el puerto de Valparaíso. A los 20 años ya era un infante del ejército, carrera que le pavimentó un brusco ascenso al poder y que solo terminó en 1998, cuando colgó el uniforme como el militar activo más longevo del mundo.
Su rostro se hizo familiar entre los chilenos en una fotografía tomada tras el golpe de Estado, donde desafiante y de anteojos oscuros asumía como el nuevo mandamás del país tras derribar a Allende, a quien había jurado lealtad al asumir como jefe del ejército días antes de derrocarlo.
A sangre y fuego lideró una dura represión contra sus opositores, a quien tildaba de “vendepatrias” y “marxistas”, muchos de los cuales hoy tienen el mando del país.
Instaló un gobierno que mezclaba el autoritarismo político y el liberalismo económico, un modelo que sentó las bases de las privatizaciones de empresas públicas, la austera política fiscal y el desarrollo exportador, reformas que hoy Chile exhibe con orgullo.
“NO ES DICTADURA, ES DICTABLANCA”. “Esto no es una dictadura, es una dictablanda”, solía bromear ante los periodistas.
Broma que no hacía reír a sus disidentes, entre ellos a la novelista chilena Isabel Allende, para quien Pinochet “pasará a la historia, junto a Calígula e Idi Amín, como un sinónimo de brutalidad e ignorancia”.
Esa figura de dictador desalmado llevó a que un grupo guerrillero intentara asesinarlo en 1986, atentado del que salvó ileso pero que costó la vida de cinco de sus escoltas.
Proclamado como un héroe por sus partidarios, Pinochet intentó extender su gobierno por ocho años más, llamando a un plebiscito en 1988. Pero en unos comicios observados de cerca por el mundo, la mayoría de los chilenos se negó a que el poder militar se perpetuara.
Debió dejar su bastón de mando en 1990, aunque siguió a la cabeza del ejército, haciendo pasar más de un dolor de cabeza a la incipiente democracia.
LA FRASE
“Hoy cerca del final de mis días, quiero manifestar que no guardo rencor a nadie, que amo a mi patria por encima de todo y que asumo la responsabilidad política de todo lo obrado.”
Augusto Pinochet (Carta escrita el 25 de noviembre, el día de su último cumpleaños).
Pasó la ancianidad intentando evadir a la Justicia
Retirado ya de la vida pública, la sangrienta marca de los crímenes bajo su gobierno varió el destino de sus últimos días.
Un anciano Augusto Pinochet, que pensaba pasar su otoño alejado del ruido político, enfrentó sobresaltado una persecución judicial que duraría al menos cuatro años y que partió en 1998 en su ciudad predilecta, Londres, cuando el juez español Baltasar Garzón ordenó su arresto acusándolo de genocidio.
Casi 500 días estuvo encerrado en una mansión londinense, hasta que el gobierno británico le abriera las puertas a su retorno apelando a razones humanitarias, debido al deterioro de su salud aquejada de diabetes e insuficiencia cardiaca.
Su triunfal regreso fue esperado por cientos de quienes lo acompañaron por casi dos décadas y que aún le agradecían lo que, según ellos, era la gesta heroica de 1973 que había acabado con el “fantasma del marxismo” en el país.
Sin embargo, tras llegar de Londres tampoco pudo retirarse a la apacible vida del anciano jubilado.
En su propia patria, en la que “no se movía una hoja” sin que lo supiese, como dijo una vez, también corría riesgos legales.
Agrupó a uno de los mejores equipos de abogados del país y se atrincheró.
En el fragor de la batalla judicial perdió primero su inmunidad como senador vitalicio y luego sufrió su mayor humillación, en un episodio que pocos chilenos imaginaban: fue detenido en su casa y procesado como autor de 75 homicidios y secuestros perpetrados por una comitiva militar en 1973.
Tras esa temporal detención, siguieron otros procesos judiciales por delitos financieros y de violaciones a los derechos humanos en los que también fue sometido a más arrestos domiciliarios.