Me llamo Carlos Miguel Viera y tengo 38 años. En mi barrio, Pelopincho de la Chacarita, todos me conocen como Pele’i. Es un apodo que me pusieron porque cuando era jovencito me gustaba el fútbol. Jugaba bien... según mi mamá (risas).
Era un niño cabezudo, jugaba y me paseaba con mi grupo de amigos, hasta que un día, cuando tenía 14 años, ya para 15, me caí debajo de un tren. Perdí la pierna izquierda y tres dedos de la mano de ese mismo lado. Llegué a ver todito cómo quedó mi cuerpo en ese momento.
Fue un 26 de junio del 2000, un día sábado que estábamos esperando con mis amigos el tren en zona de la Avenida Artigas casi Brasilia. Estábamos entre muchos y yo quedé último para subirme. Siempre el que no lograba subirse venía caminando, pero yo nunca llegué a casa ese día. De ahí fui derivado a Emergencias Médicas (hoy Hospital de Traumas) y ya al día siguiente mi familia fue a dar con mi paradero.
Tengo entera la pierna derecha, pero tengo un artefacto y no puedo pisar fuerte, menos con mi peso de ahora.
Los primeros tiempos andaba en silla de ruedas. Luego mi mamá, Lucila Yahari, me hizo para mis almohaditas que ato por las dos rodillas. Con este yo me siento cómodo, me subo al colectivo, manejo moto. Yo me siento una persona normal.
Llegué a usar prótesis en la época que era flaco. Ahora ya no. En la Dirección de Beneficencia y Ayuda Social (Dibén) fui hace un par de años a buscar otra prótesis, pero ahí te dan lo que quieren, no lo que recetan los doctores, uno que aguante para mi peso. Dicen: “Esto lo que te podemos dar” y no sirve.
Nunca recibí indemnización por mi accidente. Cuando mi mamá fue a reclamar a las autoridades de aquella época, ellos la trataron mal. Le dijeron que yo tuve la culpa, que era un chico cabezudo, para qué pa me subí por el tren, pero por una cuestión humanitaria creo que me tenían que haber asistido.
En ese entones los que sí me ayudaron mucho fueron los funcionarios de Essap, porque en la época de mi accidente, yo trabajaba como ordenanza ahí. No tenía sueldo, los funcionarios nomás se colaboraban para darme algo a fin de mes.
DROGA Y CÁRCEL
Como pasa en todos los barrios, acá en Pelopincho también hay droga al alcance de todos. De joven estuve metido en las adicciones. Primero, llegué a fumar marihuana. Después ya abusé del consumo. Caí mal luego, me drogaba hasta con cola de zapatero.
Para conseguir más sustancia llegué a robar. Con mi condición y todo me metía a los autos para robar. Era un tortolero. También traficaba marihuana. Todo.
Y a la cárcel llegué a ir cuatro veces porque la Policía me encontraba con droga o cuando estaba en pleno robo. La cárcel es un mundo aparte, ves cosas que no se ven en la vida cotidiana de afuera. Veía cómo en una riña se mataban entre ellos. Ahí no es un lugar para la rehabilitación, para mejorar como persona.
En las cuatro ocasiones que estuve en la cárcel salí a los seis meses. Mi mamá mucho luchó por mí. En vez de pasar un fin de semana en casa, con los demás hijos, se tenía que preparar para ir a visitarme en Tacumbú. “Anivéna che memby péicha”, me decía. Pero ahora recién comprendo que es importante hacer caso a lo que dice la mamá para que las cosas te salgan bien. Para ir por buen camino. La droga no te llega a ningún lugar bueno. Fácil es entrar, cualquiera te va a ofrecer, pero cuando te volvés vicioso ya nadie invita, hay que rebuscarse y ahí empieza la delincuencia. Se destruye a la familia.
“O LAS DROGAS O TU ESPOSA”
Era locoite, ni sabía lo que hacía. Hasta que le conocí a mi esposa, María Ángela López, y por ella logré dejar las drogas. Por una mujer. Yo fumaba chespi y mi señora me perseguía. Fumaba cuando no estaba y después un día me dijo si iba a dejar las drogas o ella me iba a dejar a mí. Entonces decidí dejar el chespi y quedarme con ella.
Gracias a Dios ahora tengo una hermosa familia, tenemos una hija de 11 años. Antes de que ella nazca, ya decidí dejar porque cómo iba a estar fumando frente a ella. Cambié por ellas, todo luego hago por ellas. Hoy tengo un trabajo seguro en el Ministerio Público y hago servicio de flete, en motocarro, en mi comunidad.
Mi testimonio más grande es que para dejar las drogas no hay Estado, centro de rehabilitación, pa’i o iglesia evangélica que te ayude si uno no pone de su parte. Tiene que haber mucha fuerza de voluntad, si no, no hay caso.
También es muy importante el apoyo de la familia; en mi caso tuve el apoyo de mi mamá y mi señora. Yo me llegué a ir a centros de rehabilitaciones y no es que hacen mucho caso. En muchas partes todo es para comer plata nomás.
INGENIO PARA ANDAR EN MOTOCICLETA
Ni yo pensé que iba a manejar motos. Como no tengo la pierna izquierda, para pisar el cambio coloco un palo que muevo con la mano, y justo me quedó dos dedos para apretar el embrague, que ya están gastados de tanto que aprieto para dar el cambio.
Al principio costó. Primero me ensayé en la moto de dos ruedas; me caí varias veces y me quemé todo con el caño de escape. Luego aprendí a equilibrarme y con ese voy al trabajo porque ocupa menos espacio para estacionar.
Después probé para manejar motocarro y es mucho mejor porque es más estable por las tres ruedas. Es mi elemento de trabajo.
Ahora que hay crecida del río Paraguay, hago muchas mudanzas porque la gente tiene que salir de su casa que queda bajo agua.
En este momento vengo de atraer donación de víveres para el centro comunitario, pero a ellos no les cobro porque es un servicio que hago porque este lugar necesita mucho y es muy importante para nuestro barrio.
Ayuda para mí, gracias a Dios, no hace falta porque tengo trabajo seguro, pero si la gente quiere, puede contactar conmigo para colaborar con el Centro Comunitario Pelopincho. Aquí hay un comedor y nunca son suficientes los insumos. También se gestiona para dar cursos en diferentes oficios. Así ya es como si me ayudaran a mí. Mi número es el (0983) 480-465.
Es fácil entrar a las drogas, cualquiera te va a dar, pero cuando te volvés vicioso ya nadie invita, hay que rebuscarse, y ahí empieza la delincuencia. Se destruye a la familia.