22 jun. 2025

Si los docentes salen de la mediocridad, se podrá esperar un futuro diferente

Como actores sociales imprescindibles para el desarrollo integral del país, los maestros están obligados a mejorar su formación profesional, ser de mentalidad democrática, fortalecer los rasgos de la identidad local y promover valores esenciales como la honestidad y la solidaridad.

Con la ampliación del acceso a la educación formal en las enseñanzas escolar básica y media, la demanda de docentes para el sector público creció considerablemente. Así también, en proporción inversa, la calidad de los profesores disminuyó de manera alarmante.
Si la herencia del stronismo eran los que siendo apenas bachilleres –e incluso sin serlo– estaban al frente de las aulas, los frutos del tiempo que advino posteriormente son la masificación, la mediocridad, la falta de vocación, la apatía y el desinterés.
Muchos maestros se consideran trabajadores como cualquiera, cuando que en realidad –por la función social que desempeñan en la sociedad como formadores de niños y jóvenes– son muy diferentes. Moldear espíritus es una misión que pocos reciben en la vida.
Con la demanda de mayor cantidad de profesores, proliferaron los centros de formación docente. Movidos más por el afán de lucro que por el empeño de dotar a la nación de educadores capaces, lanzaron al mercado personas de muy baja calificación, autoritarias, sin autoestima, sin convicciones democráticas, apegadas a lo material y sin contracción al trabajo.
Para los jóvenes sin horizonte laboral, con apenas dos años de preparación después del bachillerato y arrastrando las deficiencias de los niveles anteriores, la docencia ha sido el camino más fácil de recorrer. Sin muchas exigencias, las instituciones formadoras les dejaron avanzar y obtener luego un puesto público sin mayores inconvenientes.
Paralelamente, el Ministerio de Educación y Cultura (MEC), con la Reforma Educativa, necesitado de personal, dio luz verde para que ingresaran al sistema personas que de profesionales solo tenían el rótulo.
Estas son algunas de las razones de la mediocrización del nivel de los docentes. Sin ser bilingües coordinados –manejando a la perfección el español y el guaraní–; sin pasión por mejorar; con algunos sectores gremialistas inmersos en la haraganería al resistirse a cumplir los 200 días de clase anuales; sin ética y sin convicciones para liderar los cambios que deben comenzar en las aulas, los maestros –salvo excepciones– son un problema más para la educación paraguaya.
Sus alumnos, obviamente, son su reflejo. Egresan sin estar preparados para vivir en el mundo de los conocimientos de inicios del siglo XXI. Su idoneidad para enfrentar las exigencias de la sociedad de los adultos es mínima y muchos están condenados al fracaso.
Es necesario que el MEC exija mayor capacidad a los 60 mil maestros, a los que el pueblo paraguayo paga sus salarios y que, al mismo tiempo, les proporcione espacios para elevarse hacia la excelencia. Ellos deben cooperar cambiando de mentalidad, con la clara conciencia de que sin su cooperación el desarrollo siempre será un sueño inalcanzable.