Ayer hablé de que es largo y difícil el camino de la vida, pero, si nos animamos, podemos llegar hasta el final triunfantes. Mañana quiero hablar de la primera persona que fue cristiana. Hoy, viernes, insisto en nuestra identidad.
Me dirá alguno que el dilema del título de este artículo no tiene objeto porque es lo mismo. Ser de una Iglesia es seguir a Cristo y viceversa.
La respuesta es sí y no. Comprendido a fondo y vivido con entrega, ciertamente es lo mismo. Pero hay personas para las que son cosas diferentes, separadas una de otra. Lo explico.
Jesús no vino a fundar una religión más, con su culto, doctrinas y ceremonias.
Desde nuestra fe, Jesús fue enviado por Dios con un proyecto concreto que dinamizará a toda la humanidad.
Una gran parte vive este proyecto implícitamente, o sea, sin conocer a Jesús, pero desde su sentido de la vida (desde su fe religiosa o humana) viviendo y fomentando el amor en la justicia, la solidaridad, la equidad, los deberes y derechos humanos. En ellos, ocultamente, está actuando Dios.
Otra gran parte de la humanidad hemos conocido a Jesús, y explícitamente lo confesamos como el Hijo enviado por Dios para manifestarnos y animarnos a su proyecto del Reino, que incluye el amor en la justicia, la solidaridad, la equidad, los deberes y los derechos humanos. Para ayudarnos en todo esto nos hemos agrupado en comunidades y estas en grupos mayores llamados Iglesias, que han sido calificadas como religiones cristianas.
Las Iglesias o religiones son medios que ayudan en lo esencial: vivir lo que nosotros llamamos el Reino de Dios y otros la justicia, la tierra nueva etcétera.
Repito, vivir el Reino de Dios es lo que nos hace seguidores de Jesús. Las Iglesias son medios grandes que nos ayudan.