16 feb. 2025

¿Se romperá la represa en 2007?

Por Joseph Stiglitz
El mundo sobrevivió al 2006 sin una catástrofe económica importante, a pesar de los precios estratosféricos del petróleo y una espiral en Oriente Medio fuera de control. Pero el año produjo abundantes lecciones para la economía global, así como señales de advertencia sobre su desempeño futuro.
Como cabe esperar, el 2006 trajo consigo otro rechazo contundente de las políticas neoliberales fundamentalistas, esta vez por parte de los votantes en Nicaragua y Ecuador. Mientras tanto, en la vecina Venezuela, Hugo Chávez ganó una elección abrumadora: al menos había llevado algo de educación y atención sanitaria a los barrios pobres, que anteriormente poco habían recibido de los beneficios de la enorme riqueza petrolera del país.
Tal vez el dato más importante para el mundo sea que los votantes en Estados Unidos le dieron un voto de no confianza al presidente George W. Bush, que ahora estará vigilado por un Congreso demócrata.
Cuando Bush asumió la presidencia en 2001, muchos esperaban que gobernara de manera competente desde el centro. Los críticos más pesimistas se consolaban preguntándose cuánto daño puede causar un presidente en pocos años. Ahora conocemos la respuesta: mucho.
Nunca la opinión que tiene el mundo de Estados Unidos fue tan baja. Se revirtieron los valores que los norteamericanos consideran centrales a su identidad. Ocurrió lo impensable: un presidente norteamericano defendiendo el uso de la tortura, utilizando tecnicismos a la hora de interpretar las Convenciones de Ginebra e ignorando la Convención sobre Tortura, que la prohíbe bajo cualquier circunstancia. Del mismo modo, mientras Bush fue ovacionado como el primer “presidente con MBA”, la corrupción y la incompetencia reinaron bajo su administración, desde la respuesta fallida al huracán Katrina hasta cómo manejó las guerras en Afganistán e Irak.
En realidad, deberíamos tener cuidado de no analizar demasiado la elección de 2006: a los norteamericanos no les gusta estar en el lado perdedor de ninguna guerra. Fue este fracaso, y la ciénaga que Estados Unidos había vuelto a pisar tan confiadamente, lo que llevó a los votantes a rechazar a Bush. Pero el caos de Oriente Medio que ocasionaron los años de Bush también representa un riesgo central para la economía global. Desde que comenzó la guerra en Irak en 2003, la producción de petróleo de Oriente Medio, el productor de más bajo costo del mundo, no creció como se esperaba para satisfacer la creciente demanda mundial. Si bien la mayoría de los pronósticos sugieren que los precios del petróleo se mantendrán en el nivel actual, o levemente por debajo, esto se debe en gran medida a la percepción de un crecimiento moderado de la demanda, liderado por la desaceleración de la economía norteamericana.
Por supuesto, una desaceleración de la economía norteamericana constituye otro riesgo global importante. La raíz del problema económico de Estados Unidos son las medidas adoptadas tempranamente en el primer mandato de Bush. En particular, la administración consiguió que se aprobara un recorte impositivo que, en gran medida, no logró estimular a la economía, porque estaba destinado a beneficiar principalmente a los contribuyentes más ricos. La carga del estímulo recayó sobre la Reserva Federal, que bajó las tasas de interés a niveles sin precedentes. Si bien los créditos a baja tasa de interés tuvieron poco impacto en la inversión comercial, alimentaron una burbuja inmobiliaria, que hoy estalla y pone en peligro a los hogares que pidieron prestado frente a valores inmobiliarios en suba para sostener el consumo.
Esta estrategia económica no era sostenible. Los ahorros familiares estuvieron en rojo por primera vez desde la Gran Depresión, mientras el país le pedía prestado al exterior 3.000 millones de dólares por día. Pero las familias pudieron seguir gastando dinero solo mientras siguieron subiendo los precios y las tasas de interés se mantuvieron bajas. En consecuencia, las tasas de interés más altas y los precios de la vivienda en baja no son un buen augurio para la economía norteamericana. En realidad, según algunas estimaciones, aproximadamente el 80% de la suba del empleo y casi las dos terceras partes del incremento del PBI en los últimos años se originaron directa o indirectamente en el sector inmobiliario.
Para colmo de males, el gasto irrestricto del Gobierno estimuló aún más la economía durante los años de Bush, con déficits fiscales que alcanzaban nuevas alturas, dificultándole al Gobierno la posibilidad de actuar ahora para sostener el crecimiento económico mientras los hogares recortan el consumo. Es más, muchos demócratas, después de haber hecho campañas basadas en la promesa de un retorno a la salud fiscal, probablemente exijan una reducción del déficit, que restringiría aún más el crecimiento.
Mientras tanto, los persistentes desequilibrios globales seguirán generando ansiedad, especialmente para aquellos cuya vida depende de los tipos de cambio. Aunque Bush desde hace mucho tiempo intenta culpar a los demás, es evidente que el consumo desenfrenado de Estados Unidos y su incapacidad para vivir de acuerdo con sus recursos son las principales causas de estos desequilibrios. A menos que esto cambie, los desequilibrios globales seguirán siendo una fuente de inestabilidad global, sin importar lo que hagan China o Europa.
A la luz de todas estas incertidumbres, el misterio es cómo pueden mantenerse tan bajas las primas de riesgo. Especialmente con la dramática reducción del crecimiento de la liquidez global a medida que los bancos centrales aumentaron sucesivamente las tasas de interés, la perspectiva de que las primas de riesgo regresen a niveles más normales es en sí misma uno de los principales riesgos a los que se enfrenta el mundo hoy.
Joseph Stiglitz es Premio Nobel de Economía. Su último libro es Making Globalization Work.
Copyright: Project Syndicate, 2006.
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Traducción de Claudia Martínez